jueves, 24 de abril de 2008

silencio


Ivan Constantinovich Aivazovsky - The Ninth Wave (1850)


De niño rezaba, o sea tenia bien claros los límites, extrañamente todo este rito se enmarcaba en un deseo, cuando deje de rezar empecé ciegamente a filosofar. Ciegamente, porque al contrario de la manera clásica que se ilumina, que tiende ir hacia la luz, el trabajo mío era su contrario, entrar en una caverna, llegar a lo peligroso, a un mundo sin ningún sostén, un mundo forastero y temible. Curiosamente leyendo a Lyotard descubrí que la palabra deseo proviene etimológicamente del vocablo latino de-sire-rare “cuyo primer significado es comprobar y lamentar que las constelaciones, los sidera, no den señal , que los dioses no indiquen nada en los astros. El deseo es la decepción del augur”. Justamente cuando Dios enmudece es que comienza la Filosofía. En una primera instancia, el pensamiento posee bien sus límites, “descansa” en la fe y en la oración, entonces surge el deseo y el silencio inexplicable responde, la vida se proyecta en ese insoportable mutismo . Deje de rezar por el peso del pensamiento, en principio no como una virtud, por que era asumirse en el más pleno riesgo, sino que era la opción ineludible de ilimitarse.

Mi relación con el primer dios era eminente mística, no pretendía “conocerlo”, mas bien el conocimiento surgió como un obstáculo, surgió como una desesperación al silencio. En realidad siempre hubo silencio, lo que pasó es yo lo hacía hablar…

Hacer consciente al silencio y renunciar a lo místico responde a un acto casi automático, primero como una especie de positivismo arrogante, luego agotado esa etapa errónea, sólo como una propiedad de la conciencia, de hecho comencé a pensar tardíamente en mi historia, nunca me interesó el pensamiento mientras los límites estuviesen a salvo. El problema es netamente de escucha. Cuando “escuché” el problema del silencio, pensé. No hay tal gratitud al pensar, no hay devoción por que lo asumo como un tránsito tardío. Todo emerge solo como respuesta al deseo, al gran “deseo”.

¿Que queda de este hombre que no tolera el silencio, que desea la manifestación, en suma que es de espíritu activo y antiguo? sólo queda su disolución paulatina en la naturaleza, que es la manifestación por excelencia.

Sólo quedan restos de un dios psicológico en la palabra, aunque sean restos que actúan, tratan de apoderarse de la pregunta. La pregunta ya no hace al sabio. Sólo el silencio, la pregunta por el deseo es también la pregunta por el silencio.

1 comentario:

Ciriaco Pescador dijo...

"¿Qué queda de este hombre que no tolera el silencio, que desea la manifestación...?", uff, creo que Hanne Hukkelberg tiene la respuesta. Lamenté largas horas el no ir a la celebración, de todas formas podría visitarte algún día, no muy lejano.

Saludos
C.