He descubierto en lo diarios de Alejandra Pizarnik un instrumento infinito de esperanza en “la literatura” cuando quiero o debo dejarla, me es imposible, sigo avanzando en su exasperante tristeza y calidad.
¿Pero como escribe tan maravillosamente a los 19 años?, yo quizás a esa edad la hubiese leído y dicho: ¿por que no se mata de una vez?, y en un brinco histriónico habría salido a jugar fútbol.
Pizarnik es triste a primera instancia, pero profundamente trágica cuando se le va conociendo (ya que siento a medida que avanzo en sus páginas que efectivamente la conozco) se siente trágica y esto no es lo mismo que un “triste" prejuicioso, asumirse depresiva denota algo químico latente y abrazador. Lo trágico es vital, supera a lo orgánico, al final es un arma. Los fisiólogos de papel siempre piensan así, con un cráneo (real) en mis manos no queda otra que dárselas de Hamlet. Mi novia lo ha conseguido de un osario, la medicina demanda praxis, yo pienso ¿es perfecto?, no se que hacer con este cráneo que me mira a los ojos como diciendo, piensa, vive, sufre o ríe , pero no olvides que eres un cráneo somero.
Leer, se hace tarde, ¡pero necesito mas tiempo! le digo al cráneo que sólo necesito lo justo para que yo lo reciba románticamente en mi palma, la labor universitaria demanda leer verdaderas mierdas, recuerdo que tiempo atrás tuve que leer a Marcelo Carmagnani un clásico de la literatura historiográfica de Chile, ¡pero que fastidio!, esa cuantitatividad me sofoca, pero no sólo por ser cuantitividad , un libro de Biología me resulta más excitante. En historia sólo quiero algo que me llegue a las entrañas, quizás Marc Bloch , Burckhardt , Spengler , Le Goff, Philippe Aries, etc.
Además quiero literatura, demando que TODO sea literatura, pero todo no alcanza… En la biblioteca hay un ejemplar de “Bajo el volcán” Malcolm Lowry, me desespera no tener el tiempo para leerlo compulsivamente, me asombro con su foto y su vida mientras me hago el tiempo, miro por largo rato su foto. Me he podido conseguir por lo menos la película de John Huston que hizo de la novela. El ejemplar de “Bajo el volcán” es una fotocopia ancha y rasgada ¿?, se nota que es demandada por los profesores de literatura, hojeo cinco páginas y un gringo de intercambio me mira, o sea no a mí sino que trata de descubrir con curiosidad que dice esa fotocopia en mis manos. Me divierte su curiosidad, yo no miro el libro que el tiene en sus manos. Sigo.
Entre mas leo a Lemebel pienso que quizás sea un invento de las editoriales, hay veces que dicen que no hay que comparar las cosas, pero yo lo hago , tomar por ejemplo “Bonsai” de Alejandro Zambra, que se lee en una tarde , para mí es de gran calidad literaria, eso es lo que se le pide a un escritor joven : que no se crea joven. La “croniquería” de Lemebel me agota, su polvo sexual y poblacional es folclóricamente previsible. Es el tipo de escritor que demanda que “le pasen cosas” para no tener que recurrir al talento literario, por lo demás bajo ese método tendría que superar a Hemingway por que a este quizás le pasaron ya todas y no quedan cosas para los demás, al contrario de Proust que no necesita vivencia, no necesita nada, sólo de él mismo , de preferencia inmóvil y pensando, por eso amo al viejito protagonista “Humberto D” del film de Vittorio De Sica. A él no le pasa nada, el viejo deseo del cine Neorrealista,( Godard quizás tomo nota de este deseo ya que precisamente quería filmar la historia de un hombre al cual no le pasara nada), Umberto Domenico Ferrari se va disolviendo durante la película, desaparece frente a nuestros horrendos y tristes ojos, es un jubilado empleado público, que avanza poéticamente gracias exclusivamente a la angustia. Es trágico, es gris , la vida no aventurera.
Parece que Pizarnik en sus diarios también se va disolviendo, es desgastante leerla , pero tan maravillosa que me hizo pasar de largo de mi destino en la micro, tanto me pase que decidí –dado el carácter circular del recorrido - seguir en ella, no tenia sentido ya bajarse, me encumbré por la puerta trasera de Valparaíso , el cerro Placeres es pura arquitectura espontanea, pobre a rabiar, asimétrica pero esperanzadora, sus clubes deportivos se llaman “la fama” , sus botillerías “el triunfo”. Me he jurado no fotografiarlos. No son mercancía estética.
Ahora que Alejandra Pizarnik es un cráneo nos alecciona, ahora que tiene todo el tiempo, soy su envidia, soy deudor de huesos, ahora hasta en las almas veo cuerpos.
tanto miedo Alejandra
tanto miedo
la nada te espera
la nada
¿por qué temer?
¿por qué?
por más imaginación que tenga
no puedo esbozar la muerte
no puedo pensarme muerta
¿he de tener esperanzas?
¿he de ser eterna?
¿qué es este vacío que me recorre?
¿que es entonces la nada que camina por mi ser?
Sólo sé que no puedo más
Siento envidia del lector aún no nacido
que leerá mis poemas
yo ya no estaré
A. Pizarnik, Verano 1956
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