martes, 28 de agosto de 2007

Entendiendo (tratando de entender) la “gran política” de Nietzsche.



JAMAS SE ENTIENDE a Nietzsche por que jamás se entiende nada y el mero acto de buscar intermediarios, exegetas, que tanto arruinarían el mecanismo de la bomba ya es en sí patético y enfermo.
Sólo se puede agregar una sentencia simple de unos de sus títulos: Humano DEMASIADO Humano.
La clave para “comprender” a nivel individual o sea “oír” a Nietzsche es el DEMASIADO. Nadie fue tan DEMASIADO, si llevamos al hombre al demasiado entendemos a Nietzsche.
O sea al hombre superabundante, al que casi no resiste esa gloria de ser un rotundo hombre y se entreteje en una especie de telaraña moral.
Si deshojamos a Nietzsche nos suena cruel “NOS”. Pero también el más honesto. Honestamente honesto, acto y enunciado. Todo.
Sobre el cristianismo y el socialismo infiere juicios similares. Ahora esa doble herejía para algunos (ya que la revolución es la providencia laica) pretendería creer en una estirpe superior. Superior en tanto esfuerzo INGENUO, mejor dicho energía ingenua. La palabra Raza segrega y provoca. Uno no puede caer fácil en sus provocaciones. Todo lo provocador que es “El anticristo” es también todo lo obvio que no se espera. Un gran erudito en Nietzsche como Eugene Fink dijo a propósito de este libro: “Uno no convence cuando tiene la boca lleno de espumarajos”

En el “Ocaso de los ídolos” sí suena potente, a veces dirigido, y extrañamente concreto. Con intenciones de herirnos en nuestras creencias internas o sea en los paisajes que tememos quemar en nuestro espíritu oculto .Nos provoca, lesiona, pero si nos damos cuenta que no es a nosotros sino a la VERDAD que creemos erguir, a las ideas que hemos construido o hemos dejado que construyan en nosotros ( al contrario de leer a autores que confirman y a otros que maldicen, dos actos que nos hacen más lentos aun como hombres) Creo que lo radical de sus discursos no va por el poder en sí, ni el dominio propio de algunos de los fuertes , Aristócratas (en su acepción griega por favor) ya que ellos solamente SON , sino en desnudar cruelmente a los que creen que su altruismo ya sea religioso o político se aleja de esos hombres , se alejan en tanto a sus creencias, pero en sus métodos la voluntad de dominio es más fuerte y mas cínica . Engañar y engañarse es propio de los “débiles”.
A modo de herida y de ser un político incorrecto citamos:

El cristiano y el anarquista. Cuando el anarquista, como portavoz de las capas sociales decadentes, reclama con hermosa indignación «derechos», «justicia» e «igualdad de derechos», habla sólo bajo el peso de su propia incultura que le impide saber por qué sufre realmente, de qué es pobre: es decir, de vida. Su instinto dominante es el de causalidad: alguien tiene que tener la culpa de que él esté tan mal... Por otra parte, su «hermosa indignación» le hace bien por sí sola; cualquier pobre diablo siente placer injuriando, porque esto le produce una pequeña borrachera de poder. La simple queja, el mero hecho de quejarse, puede darle un encanto a la vida y hacerla soportable. En toda queja hay una pequeña dosis de venganza: a quienes son de otro modo se les reprocha, como una injusticia, como un privilegio ilegítimo, el malestar e incluso la mala condición de quien se lamenta. «Si yo pertenezco a la canalla y soy un canalla, tú deberías pertenecer a ella y serlo también»: con esta lógica se hace la revolución.
El quejarse no sirve absolutamente para nada: es algo que procede de la debilidad. No hay una gran diferencia entre atribuir nuestro malestar a otros como hace el socialista, o atribuírnoslo a nosotros mismos, como hace el cristiano. Lo que en ambos hay de común —y habría que añadir de indigno— es que alguien debe ser culpable de que se sufra; con pocas palabras, el que sufre se receta, como medio de combatir su dolor, la miel de la venganza. Los objetos de esa necesidad de venganza, que es una necesidad de placer, son causas ocasionales: el que sufre encuentra por todas partes causas para saciar su pequeña venganza. Si es cristiano, digámoslo otra vez, las encuentra dentro de él... Tanto el cristiano como el anarquista son decadentes.
Pero incluso cuando el cristiano condena, calumnia y ensucia el «mundo», lo hace movido por el mismo instinto que impulsa al obrero socialista a condenar, calumniar y ensuciar la sociedad. El propio «juicio final» es, igualmente, el dulce consuelo de la venganza, la revolución que también espera el obrero socialista, sólo que concebida como algo más lejano. El propio «más allá»... ¿para qué serviría ese más allá si no fuera para ensuciar el más acá?..”.
(Nietzsche, El ocaso de los ídolos)


Cuando se es joven no se lee a los hirientes, queda mucha vida y necesita alimentarse, confirmarse.
Hacerse un ideal “internacional”.Tras esa mala dieta, o sea la exquisita gastronomía, viene la indigesta vida, para luego dar paso a las comidas honestas, al espejo.
Aquí no hay trucos. No hay VERDAD. Si alguien quiere llegar a ser DEMASIADO sabrá entender bien al Psicólogo, al honesto. Pero estar dispuesto y abierto en totalidad con la honestidad disuelve nuestros ídolos y eso nos inflinge el mayor dolor, íntimo, un dolor de entrañas, indiscutible. Intestino. Con esto me hiero a mi mismo. Eso es leer.

lunes, 27 de agosto de 2007

Diane Arbus y la forma.

N. Mailer. -Diane Arbus


¿Es extraño ver lo extraño?, o es necesario apartarse, refugiarse tras las ópticas- las orgánicas y las mecánicas- para captar lo exótico, lo repulsivo y transformarlo en belleza, belleza en tanto acogida.
De Diane Arbus amé todo, partiendo por ella MISMA. Su refinado gusto y cultura, sus actitudes, sus silencios, su “arrojo”.
Si se el reconoce como la fotógrafa de los “freaks” o de los monstruos se le hace un pobre favor, a pesar que ello marca su carrera y con razón. No sólo se estigmatiza el estilo y los motivos, su trabajo va más allá aun.
No es sólo una tipología del circo, cuando ya ha retratado a toda la “creme” de los freaks va en busca de los “normales”, ahí la caza se transforma en violenta.

Si todos tenemos un monstruo, un extraño, será trabajo de algún tipo nuevo de psicoanálisis resolverlo. Diane estaba para retratar. Pero veamos a los “no freaks” entrando a su óptica. Son terribles, son hombres nuevos en tanto su monstruosidad (en la amplia acepción de la palabra) se hace patente, hay dislocación. Veamos el retrato de Borges. ¿Hay ahí un hombre? Un simple humano. ¿Que hay en Borges y Norman Mailer que se nos presentan incómodos?, que lo feo (un adjetivo pobre, seco y sin trascendencia) se transforma en parte activa de “lo humano”. La sociedad y su gusto tienen un código genético, cualquier estructura que rompa ese código inmediatamente será un cáncer visual, es cosa de ver a una persona con el rostro quemado en el metro, es un cáncer (y a su vez una adicción visual). Arbus enseña que es la raiz de la estructura. Lo otro, y lo otro dislocado, que la forma humana es brutal en tanto que “vive”.
Los Extraños son adictivos, su adicción es más llamativa que el simple exotismo que amaban los pintores Románticos. Es el jugo de la carne humana estrujada. He participado del banquete por lo extraño del cuerpo, desde tocar a mi abuela muerta asumiendo su ahora rol de “cosa” (a pesar de los pocos minutos en esa condición) hasta sentarme al lado del hombre totalmente desfigurado por las quemaduras en el metro y observar horrorizado no su rostro sino el de las gentes, sus miradas, que declamaban el perfil común y se sentían amenazados por el accidente de la forma.
Lo extraño se me manifestaba de diferentes formas, desde el vagabundo que dormía arriba de siete colchones en la madrugada y que parecía rey Persa hasta ver a los niños recién nacidos con labios leporinos. Aceptar romper la estructura humana en su forma es perturbadora para todos (por eso antes de ver las fotos del hombre elefante chino en Terra advierten de lo perturbadora de las imágenes)
El ser humano ni siquiera aceptaría a su Dios deforme, lo forme es esencial en la configuración de la imagen , de participar de la especie. Diane era inmune a eso, de hecho más que inmune sentía atracción explosiva hacia ellos, (que se convertía a veces en pasión sexual). Diane buscaba lo informe en lo forme. BUSCABA EL DELIRIO, LOS CALLEJONES ABANDONADOS DE LA VIDA. (Cuanta extrañeza me producían los delirios que sentía cuando por ejemplo le llegaba la regla). Diane era una extraña fotógrafa bióloga y patóloga del equilibrio áureo roto que los griegos querían vender.
Al ver su biografía llevada al cine en “Fur: An Imaginary Portrait of Diane Arbus” interpretaba por Nicole Kidman, me produce un vacío. A pesar que se presenta como una biografía imaginada, la vida de Diane fue una película con un guión claro, no había que imaginarla, ni tampoco ¡por dios! que romantizarla. El fin era obvio pero perfecto, ella cortándose las venas en su tina de baño. Dando el fin definitivo a los que nosotros creemos que nos asemeja, nuestra forma, estrujada, seca y lista para volver a la forma común y definitiva del polvo.




Borges- Diane Arbus

domingo, 26 de agosto de 2007

miércoles, 22 de agosto de 2007

Ley y Geografía Moral


Por Coctelmarx

El antiguo hebreo era pura ley, aunque de una extraña pureza. La ley para ellos era la materialización de lo absoluto. Esta se va a buscar al monte y se revela.
Ahí en las alturas casi se palpa la temperatura de lo infinito, ya que dios por primera vez se transformaba (o aspiraba) a ser UNO. O sea, cuando Moisés sirvió, dijo “mi”, he ahí la clave con los “tuyos” egipcios. La más grande escenificación del monoteísmo. Nicanor Parra lo graficó enfática y simplemente en esta frase:

“Yo Jehova declaro ser el ñato más choro del universo”

El pueblo era entonces producto de la ley, su “implemento”. El Hebreo se vio a si mismo como implemento, Báculo. Pueblo, senda, fin y promesa. En este camino se necesitaba leyes y no sólo las básicas en tanto el decálogo de las tablas sino también sanitarias y rituales como las del Levítico.
El pueblo paso a ser “su” pueblo mas formalmente, digamos directamente. Toda amenaza a esa “propiedad” se vería castigada.

El hecho que cuando Cristo aparece predica dentro de una extraña y “peligrosa” fuerza que hace temblar a los pulcros, que debilita los implementos.
En profundas metáforas lógicas, en parábolas se hizo muchos seguidores y discípulos.
La reflexión se oponía a la disciplina Farisea. De ahí una dura metáfora contra estos últimos. Una ley moral teológica jamás en su extremo buscara ser ética, he ahí los eternos cabezazos que da Kierkegaard en “Temor y Temblor” tratando de explicar el estado que movió a Abraham al sacrificio filial.
Las leyes se buscan ahora no el volcán Sinaí sino dentro del volcán interno, el corazón.
¿Es espiritual Cristo en sus mensajes?
Si y no. La búsqueda de Dios, de su ley, ya no era Geográfica como la de los antiguos, (los griegos creían en el Olimpo como sitio concreto, como los mapuches creen en los cerros como habitad del pillan) sino que ahora era abstracta.
¿Pero como podemos juzgar desde la abstracción? Con el perdón incondicional. O sea aboliendo los tribunales.
¿No hizo eso Jesús cuando suspendió con esa genial ironía la “justa” lapidación de la mujer adultera?: "Quien esté libre de pecado, que arroje la primera piedra"
Vio a los improvisados jueces no como implementos de la ley sino como las leyes abstractas interiores del corazón. O el corazón o la ley.
Si no hay juez no hay ley, si la ley se escribió de Dios entonces los jueces son implementos no corazones. ¿Importaba si ellos no estaban libres de pecado?. La sentencia de Jesús quedó a media ética, en un camino confuso. Jesús re-flexionó. Que es 'volverse dentro de sí'. Simbolizó su creencia.
Con eso nos dijo que la ley se abolía por que en su esencia no podía ser ejecutada por alguien que no sea perfecto. Lapidar no es malo, es quien puede hacerlo. El objetivo jurídico se complico hasta el infinito.
¿Por que ahora en materia de Cristianismo los tribunales siempre suenan erróneos e injustos? Por que la ley ya no es geográfica, concreta, esculpida con rayos, es sanguínea cardiaca y abstracta.
Las tablas de la ley necesitaban implementos y no hombres culposos, pecadores e impotentes que dejaran en total impunidad la ley de Dios por su falta de capacidad.
Las tablas de la ley necesitaban un pueblo limpio, sin pecado, necesitaba un pueblo sin corazón.
Cristo llegó, quizás muy espontáneamente, hizo de cirujano, de transplantista, había que poner corazones, descubrirse desde el interior. ¡Que gran revolución! , pero en palabras de Nietzsche ¿Qué incomprensible es “encolar” el Antiguo y el Nuevo Testamento? Que incomprensible es encolar la ley y el corazón.
El problema aquí, no es ni lo uno ni lo otro sino los dos. Cualquier volcán que dicte leyes va a ser polémico -del griego polemos- "perteneciente a la guerra" ya sea exterior como interior, la geografía moral es guerra, la ley necesita de caminata (Moisés escala un monte) la geografía moral, en tanto Kant, se define en la guerra entre lo externo o lo interno. Si es que decir esto es válido.El yo trascendental descubre por la razón-y no por la caminata- el imperativo categórico que en rigor es otra tabla más de piedra.





Mi Africa



La historia es sólo objeto de cansancio, hay algo más que olvidar y recordar.
Vamos por algo más allá. Borracho el tranco siempre es largo. Pero la embriaguez de esos ingenuos alemanes paganos es desechable. Playa y vino. Pacífico. Para mí todos los amuletos son transitorios. Ahora llevo en mi bolsillo una copia impresa del poema “El hombre y el mar” de Baudelaire. Como Cábala azul. Azul Suspiro. Si con una vista que domina un horizonte completo, con barcos rezagados y barcos remolques, diminutos, que en su costado los empujan y escoltan hacia afuera. Esos pequeños lazarillos a petróleo que se pueden hasta el más gigantesco barco que emprende la marcha hacia la perdición.

Cito textual las obsesiones de Rimbaud en África (por que me imagino también atravesando mi propio canal de Suez): “Clima, dinero, ahorro, proyectos futuros.”
En mis manos tengo el libro de cartas Abisinias. No se si decir tremendas, horribles o repulsivas. O decir, que humano o sea ¡por fin humano!
Si a veces puedo sentir el murmullo por ahí que dice “rescatemos al hombre”.
Pero tantas veces también el de “rescatemos al demonio”.
Escribe a su madre: “tengo palpitaciones y me molestan bastante, pero mejor es no pensar en ello”.

Francos, francos y mas francos, mándenme esto y lo otro. Un libro de Botánica y una cámara fotográfica.
¿Quien es este tipo extraño que demanda tanto mundo?, que se regocija de las cosas. Que quiere ahora ¡por dios! COSAS…

Pide la guía del viajero, el manual teórico de exploración. Catálogos de matemáticas, meteorología, neumática, mecánica, hidráulica, mineralogía, pirotecnia, prestidigitación, etc...

Todo duele y le afecta.

Mientras camino excesivamente, mis zapatos dan clara cuenta de ello, están horribles.Los zapatos, tan hermanos, de ahí viene el hombre como también de su estómago, de ahí el Spleen (el bazo) de Paris, la melancolía asociada al bazo estomacal. (En el recuerdo infantil me metí a los arrozales sureños, sumergidos en el pantano de cereal tratando de cazar las garzas, que son aves del paraíso seguro, que mejor comunión , zapatos y estómago).
Inquieto como debe ser un hombre, asisto a extrañas conferencias y siendo sincero repudio a todos esos profesores de dudoso origen. Su tez y su tono de voz, su empinada burguesía. Anoto en mi diario: Esa pieza que me gusta mucho pero su título más “Pompa y circunstancia”, música para caminatas.
La universidad es el clima del África de Rimbaud, necesaria quizás para esconderse, pero también para repudiarla. Pero para los pobres ¿que otra opción queda?, además puedo leer en las bibliotecas mejor ubicadas en cuanto a horizontes se refiere, en un rincón, absurdo y callado las pequeñas frases de Lichtenberg que me deleitan:

El americano que descubrió a Colón hizo un pésimo descubrimiento.
Quien sólo entiende de química, tampoco la entiende.

Cuanto se hecha de menos el salvajismo de la cuna. El verde del pasto bastardo. A la casa diaria de la vida, con fuerza y con la palabra que hoy parece he olvidado: “peligro”.
Quizás se me diga que mi humor es hiriente para las pequeñas doncellas que pasean los libros en los patios espantosos de estas instituciones abuelas.
Quizás sólo sea mi demanda de movimiento, una jugada para ganar tiempo. Ese enemigo cálido.
Acá el sol es otro y eso hay que reconocerlo. Alivia el ánimo.
¡Los huesos se mortifican por algo!
Pronto tendré un millón y recorreré de sur a Norte. De hecho ya he borroneado mi mapa personal hurgando en los lugares que iré. Proyectos claros. Por que son vitales. Y remitentes variados para depositar el millón de cartas que acumulo en este cajón Etíope.
Quizás ya nadie guste de Chopin, pero acá sobró vino de una fiesta y me doy el derecho de beberlo… Su piano, mis vértebras…

El consejo trágico del Rimbaud ya sin pierna.
Verme obligado a hacer de acróbata todo el día para que parezca que existo.



miércoles, 15 de agosto de 2007

Tierra

"Y sin embargo, se mueve." "Eppur si muove". Esa frase seca de Galileo reemplaza en teoría a “Josué Detuvo el Sol” .Eso explica “en teoría” el entumecimiento. No hay opción

Otro nuevo gritador


Edvard Munch pintó “El grito” tras una caminata con unos amigos en una playa de Noruega, de pronto él se quedo atrás, sólo, sintió la angustia elevada al extremo mas feroz. Un grito.

Al igual que él yo iba por la orilla, de pronto sentí un frío insoportable. Todo era leyenda y lo que se desprendía de ella decantaba en una especie de Dios.
Ahora no hay nada. Una Nada seca .
El hombre soportó esa sensación luego de un proceso, durante años, un lento caminar. ¡Pero no! Yo lo sentí como Munch en un minuto, en la playa.
El grito. No hay sentido. Nada posee en si mismo sentido, ni menos dirección, aunque ilusione esta flecha que es la historia.
Ni siquiera en la mecánica. Por que los átomos individualmente se arrojan al azar.
No hay sentido. Me tomo la cara como el cuadro de Munich.
Prosigo como última opción en la mecánica.
Por cierto colgando de la física y de la química. Me curo con un tranquilizante
En minutos estará en mi cerebro. Que opción más antihumana ¿Por qué?
Ni mala ni buena, solo opción, ni siquiera voluntad, por que esta no existe, se explica dentro del fin de las leyendas, sólo reacción a un estímulo (como el de Munch).
Luego una nausea, pero no Sartreana, solo una orgánica, un antiácido y listo. Reconozco que soy pura mecánica mientras el azar me traiga aquí a la orilla de los mares ¡pero si ni los mares son mares!, ufff soy una máquina casi autómata , un átomo ,Un perro .

martes, 14 de agosto de 2007

Diario

Si vemos a Moisés, San Pablo, Constantino e incluso Lutero, siempre el giro Teológico se acompaña de un tipo de epilepsia, no patológica sino de carácter inaugural. Una especie de “epilepsia cultural”.

*****

El hombre moderno ya no pretende el absoluto desde el instante que no mataría por Dios a su hijo, como Abraham lo hizo (o se entrego al hecho de hacerlo). No opondría lo general (ético) por lo absoluto.
Si en Kierkegaard esto gesto con lo absoluto era la máxima “expresión”, en el hombre moderno es la máxima aberración. En el sentido de aberrāre, andar errante.

Hoy asociamos la fe con un puñal.

Ciencia y Religión



Por Coctelmarx

Me produce curiosidad como Bertrand Russell trabaja en términos éticos y de oposición entre ciencia y religión.
Viendo sus aportes a veces se puede hasta sentir sus triunfos en contra de los ridículos dogmatismos religiosos (el termino “ridículo” se declama dentro de un pedestal histórico, de experiencia, es decir carece de valor y agudeza, mas bien es cobarde) la ridiculez en la religión puede llegar por miedo o como solución contingente, como en las leyes higiénicas de los Hebreos por ejemplo, pero también puede llegar sólo por simples temores e inestabilidad de poderío.

Russell parece que gozara con sus aciertos lógicos (por lo demás muy ilustrativos y pertinentes), esas ridiculeces eclesiásticas que la historia nos regala a veces a nosotros los voyeurs del triunfo fácil.
Ese gozo si es sistemático no tardará en llegar, aunque será fugaz por su evidente lógica. La batalla heliocéntrica, el despegue protestante, el derrumbe bíblico. Argumentos de pluma, no hay que escarbar mucho en la historia de la ciencia para el análisis (gozoso) de los triunfos hacia la religión.
Quizás las inconsistencias medievales se erguían en un mundo aún niño, si tomamos el parecer de los Ilustrados que eran padres tutores pero a su vez, eran niños para el Estado.
Las inconsistencias religiosas actuales ya no suenan ridículas, sino perniciosas, ya la humanidad (si es que fue niño alguna vez), no esta en condiciones de permitirse estupideces.
Hoy la religión se cientifica, o sea se asesora. Los dogmas y milagros pasan por el laboratorio. Por ejemplo hace poco se abolió el Limbo, la pregunta surge de inmediato ¿que hicieron con los que estaban ahí adentro? Que hicieron con Aristóteles y Virgilio. ¿A donde los mudaron? ¿Les habrán preguntado?

La verdad es un “mecanismo”. El problema de Russell es que tiene demasiada razón. Al contrario de su discípulo Ludwig Wittgenstein, que aborda similar problemática desde el sueño, desde la orientación, el dolor de la incomprensión, la búsqueda, la gran búsqueda. Aunque quizás puede y debe demostrar. Wittgenstein flota.
Disolución y no solución.
Quizás el espíritu le era ajeno, doloroso, ¿Por qué no mejor llamarlo luz? (Pero si es un lógico del lenguaje, que importan para él los matices. Sólo importa el momento de “callar”.
En sus palabras:

¿Vale la pena siquiera lo que hago?, sólo cuando recibe una luz desde arriba….
…Si la luz de arriba no llega solo puedo ser hábil.
“La confrontación con el espíritu, con la luz conmueve”.


Ya no somos poseídos por lo ridículo, hoy sólo podemos ser hábiles.








lunes, 13 de agosto de 2007

Ejercicios.

Hume leo precavido.
Suspender el juicio,
Sólo como un ejercicio de veracidad.
En la playa, en al arena,
Todo intento es estúpido
Toda arena, todo cuerpo.
¿Quién hace el ruido de la ola?
Un todo, o miles de gotas susurrantes .

jueves, 9 de agosto de 2007

Lobo marino

Hunter S. Thompson
Autoretrato, Puerto Rico
1960s


Por Coctelmarx

“Extraño los personajes fuera de mí, no me molesto en crearlos, en ilusionar al público. Nada, solo divago en la neblina que se enorgullece de decir “solo soy yo”,
En la playa desolada y a lo lejos unas gaviotas hambrientas lo sacan de su trance y lo hacen suspirar ahhh, verdad hay más. ¿Hay más? Si y muchos, sonríen, pelean, lloran y mueren, exigen y triunfan. Pero solo ahí en la playa, dentro de una arena fría y húmeda, y que sólo se deja sorprender por las gaviotas que trata de alimentar pero que no le corresponden aunque las sienta hambrientas, por que son demasiado tímidas para arriesgar. Y los lobos marinos juegan mientras un gato debilitado se le aferra entre sus piernas. Animales, pequeños entes sin miedo. ¿Como sin miedo? , sin el menor miedo. Solo a la deriva de la existencia. Partió igual que los modernos de la duda, pero no evoluciono de ahí, necesitaba órganos para alojar sus lecturas religiosas. Órganos. Un corazón aunque sea en la carnicería, necesitaba alojar ahí algo. El carnicero se saboreo, partió el corazón del codero ¿un cordero? ¿Aquí por estas zonas? Grasa, carne, nada. Tú. Todo no puede ser un “yo” diabólico. Ayuda, pide, se comprime. La realidad lo supera. Pero como puede ser si el es su espejo. Confusión, locura. Necesita COSAS, volver a las cosas. Ya no. No. Nunca más. Castigo ¿Por qué? bendición. Nada. Ni lo uno ni lo otro. Terrible Celine, no terminare los escritos meando Paris.

No sentía el peso de los valores, el estuvo en cada uno de las decadencias y como un anónimo soldado que vuelve de la guerra vive en la total ausencia de fe, solo por el simple hecho que no le gusta la letra f en esa palabra corta. Su círculo lo animaba, -No hay diferencia entre al consejo y el mandato, creía.

Cuando daba, después pensaba: igual morirán, desperdicie el dinero, ese pensamiento era producto de la caminata y no suyo.
Escribirá, aunque no extensamente, como en la película Good Bye Lenin será el Estado para su familia.



Antes del Fin – Ernesto Sabato (Extracto)

Fue en un café de Retiro donde te acercaste a pedir unas monedas y yo te pregunté si querías sentarte. Eras uno de esos tantos que mendigan su inocencia como ángeles excluidos de algún cielo perverso y extraño. Desde luego, no me conocías, y me reconfortó compartir el encuentro. Porque vos, con tu corta edad, llevabas la mirada envejecida por esas atrocidades que, en breve tiempo, realizan en el cuerpo y el alma la devastación que traen los años.
Cuando en alguna oportunidad he vuelto al mismo café, te he buscado con el deseo de saludarte. Ya no estabas, pero te descubro en otros chicos, cuando al regresar de noche a casa, los veo hurgar entre las bolsas de basura, hundiendo en la inmundicia sus pequeñas manos, destinadas a los columpios y a las calesitas. Y no sé por qué, entonces, pienso en Rimbaud. Quizá, porque también él pertenecía a la raza de los que cantan en el suplicio. Rimbaud, que en las calles de París se alimentaba con los mendrugos que sacaba de la basura, y que dormía por las noches acurrucado en los portales. Recordé sus palabras: “La verdadera vida está ausente”.
Y encerrado en este viejo estudio, sentado al borde de la cama, vuelvo a ver el dibujito de la casa que me regalaste, y que yo supuse que era la casa de tus sueños, con flores, pequeñas ventanas y cortinas, con una gran chimenea en el centro que largaba humo de colores, toda esa magia encantatoria de los niños que ni la miseria pareciera borrar.
He estado escribiendo estas líneas que probablemente nunca leerás; querría resguardarte de alguna manera. ¡Qué horror, el mundo!



Sobre estos y otros temas conversé largamente con Cioran, una tarde de 1989. Años atrás me habían llegado noticias del deseo que él tenía de conocerme; insistencia que interpreté como mensajes crípticos, reiterados en distintas oportunidades. Combinamos una cita en su casa de la calle Odeón, a pocos pasos de mi hotel en el Boulevard Saint-Germain.
Me costó disuadir su insistente ofrecimiento de esperarme en la entrada, por temor a que yo me perdiera; lo que me corroboró una vez más su auténtico deseo de verme. Al cabo de unos minutos llegué a su casa, uno de aquellos viejos edificios franceses; y luego de subir los seis pisos a pie, me detuve frente a la puerta de madera donde había colocado, en el lugar reservado para las chambres de bonnes, un cartel que decía Ici Cioran.
Contrariamente a lo que muchos presuponen y a lo que yo mismo pensaba, me sorprendió aquel hombre amable, menudo y apesadumbrado, predicador de un nihilismo que no coincidía con él. Más bien era un gran pesimista, por momentos subyugado por un otro, escéptico y descreído. Pero siempre con una sonrisa. En ningún momento un huraño indiferente, por el contrario, uno de esos hombres solidarios con la “desventurada muchedumbre”, cómo dijera Mallarmé, en búsqueda de alguien que exprese su desazón y su tormento. Quizá podamos referir a él la frase de Strimberg: “No detesto a los hombres, tengo miedo de ellos”.
Conversamos fraternalmente durante más de cuatro horas, hasta que debí retirarme porque en un café no muy lejano me esperaba mi amigo Severo Sarduy. Descubrí en Cioran la coherencia de un hombre auténtico, y compartimos pensamientos de notable similitud. Como la necesidad de desmitificar un racionalismo que sólo nos ha traído la miseria y los totalitarismos. Como también la imbecilidad de los que creen en el progreso y en el avance de la civilización. “Todo se puede sofocar en el hombre, salvo la necesidad del Absoluto, que sobrevivirá a la destrucción de los templos, así como también a la desaparición de la religión sobre la tierra.” Palabras de un filósofo cuya lucidez era producto de sus perplejidades y de su tormento.
Tengo la convicción de que su dolor metafísico se habría aliviado si hubiese podido escribir ficciones, por su carácter catártico, y porque los graves problemas de la condición humana no son aptos para la coherencia, sino únicamente accesibles a esa expresión mitopoética, contradictoria y paradojal, como nuestra existencia.
“En la tristeza todo se vuelve alma”, dice en uno de sus ensayos que tanto han ayudado a desenmascarar la frivolidad y las sonrisas hipócritas de estos tiempos.

miércoles, 8 de agosto de 2007

?

¿Tendrá dios su propio camino a Damasco?

Héroes

Sectas

Odio todo lo sectario, por sus víctimas, los niños criados en lo entornos cerrados, gente que hace creer que luces divinas le revelan la verdad. Por ejemplo esa secta de Pirque, disfrazada como un grupo armonioso con la naturaleza, viviendo ¡por dios! como lo hacían los primeros cristianos, educando bajo sus reglas a sus hijos, etc..El que se sale de la ley (aunque la ley siempre hay que revisarla para que no sea estática, para no caer en un despotismo) la paga. La paga por que nadie recibe luces acá para transmitírselas bajo un férreo control a su grupo de elegidos.
A los romanos lo que mas le preocupaba del cristianismo es que separaban, y ellos curiosamente uno de los imperios que mas respetaba los cultos extranjeros para su época eso no lo toleraraban.
Cristo separaba mas que unía políticamente según ellos, en eso radicaba las preocupaciones que tenían con los muchos Mesías Judíos de ese tiempo, aunque Jesús no fue mediaticamente fuerte en su momento, incluso pasó para el imperio casi desapercibido. Que terrible sentencia es “traer la verdad”.
Lo que se denomina secta no es solamente un grupo de locos que hacen símbolos satánicos y se beben la sangre borrachos. Muchas religiones que aparecen hoy como legales tienen el carácter de secta. Secta como un control sicológico que atrapa a sus integrantes de tal modo que salir de su grupo es casi imposible. Que ejercen mecanismos de control y seguimiento, que se niegan a educar a sus hijos y reemplazan la educación a su manera, para mí los padres no son “dueños" de sus hijos. Que se atreven a rechazar la ayuda médica (de otro integrante por supuesto) en una emergencia para posteriormente enterrar el resultado de esa negligencia en el patio de sus casa. Para posteriormente declarar que todo esto es una persecución. El que la hace la paga y esa señal debe ser fuerte. La libertad es un trabajo duro, cederla y asegurarla para la gente atrapada por estos charlatanes pueda decidir ser lo que quiera sin controles mentales baratos, sin luces que caigan del cielo por favor…
Estudiar la Historia es hacerse inmune, bajo no poca tristeza de la desilusión religiosa, con la manipulación eterna de los patanes. No son uno ni dos casos, son escandalosamente miles y por siglos. Lo característico de cualquier secta es sentirse privilegiada, apartarse de los demás y apartar también a sus miembros con un fuerte control psicológico y “educacional”. Ese carácter sectario no solo se aplica a esas comunidades que oran en sus parcelas sino también a religiones que hoy operan con personalidad jurídica.
Ninguna religión crece pura (será por que los hombres no lo son en cuanto se entronan en el poder) Es respetable pertenecer a cualquier religión mientras no se atente con la libertad, no se oculte sus problemas ni se controle sectariamente a sus miembros. Personalmente no me interesan las religiones y las respeto en circunstancias libres, lo que me apasiona es como el hombre busca, se libera, incluso a sabiendas que eso cuesta, aunque sea doloroso para algunos. Me recuerda el esfuerzo Luterano por llegar a algo más virtuoso, dado el panorama de la iglesia en su tiempo. Siempre los “herejes” al final son los que corren con la higiene de sus pueblos.

martes, 7 de agosto de 2007

Nietzsche - Cartas

30 de julio 1881, a Franz Ovebeck
Estoy asombrado, realmente maravillado. -Tengo un predecesor ¡y que uno! Casi no conocía nada de Spinoza: el que yo lo buscara precisamente ahora fue un “acto del instinto”. No sólo que su tendencia general es igual a la mía -de convertir el conocimiento en el mas poderoso de los impulsos- me identifico con cinco puntos principales de su doctrina: éste, el más inaudito y más solitario de los pensadores es el más cercano a mí precisamente en esas cosas: niega el libre albedrío, las finalidades, el orden cósmico/ético, lo no egoísta, lo malo [...] mi soledad es ahora al menos una soledad a dúo.


3 de enero 1889, a Cósima Wagner:
A la princesa Ariadna, mi amada. Es un prejuicio que yo sea un ser humano. Pero ya he vivido entre los hombre y conozco todo lo que los hombre pueden experimentar, desde lo más mínimo hasta lo más alto. Yo he sido entre los indios Buda, en Grecia Dionisos, Alejandro y Cesar son mis encarnaciones, igual que el poeta de Shakespeare, Lord Bacon. Por último fui además Voltaire y Napoleón, quizás también Richard Wagner... Pero esta vez vengo como el triunfante Dionisos, que hará de la Tierra un día festivo... No es que tenga mucho tiempo... Los cielos se alegran de que yo este aquí... También he estado colgado en la cruz...”

lunes, 6 de agosto de 2007

Susan Sontag (Diarios íntimos )

Escribir un diario. Es superficial entender el diario íntimo apenas como receptáculo de los pensamientos privados, secretos, algo así como un confidente sordo, mudo y analfabeto. Escribiendo el diario no solamente me expreso más abiertamente que con cualquier persona, sino que me creo a mí misma.

El diario es un vehículo para mi sentido de personalidad. El me presenta como alguien emocional y espiritualmente independiente. Por lo tanto (¡ay de mí!) no se limita a registrar mi vida cotidiana, mi vida real. Me ofrece, en cambio —en muchos casos— una alternativa a esa vida.

Siempre hay una contradicción entre el significado de nuestros actos hacia una persona y lo que, en el diario, decimos sentir hacia ella. Pero eso no significa que lo que hacemos sea superficial y sólo lo que nos confesamos a nosotros mismos sea profundo. Las confesiones (me refiero, desde luego, a las confesiones sinceras) suelen ser más superficiales que las acciones. Pienso ahora en lo que leí hoy sobre mí en el diario personal de H (cuando fui a 122 Bd. St-G para controlar su correo): una evaluación breve, injusta, impiadosa, en la que termina diciendo que en verdad yo no le gusto, pero que mi pasión por ella es aceptable y oportuna. Dios sabe que me dolió, y ahora me siento indignada y humillada. Rara vez sabemos lo que la gente piensa de nosotros (o mejor dicho, lo que la gente cree que piensa de nosotros)... ¿Me siento culpable por haber leído algo que no estaba destinado a que yo lo leyera? No. Una de las principales funciones (sociales) de un diario personal es esa: ser leído furtivamente por otras personas, las personas (por ejemplo, padres y amantes) sobre quienes uno se ha expresado con cruel sinceridad en el diario. ¿H leerá alguna vez estas palabras?

Escribir. Es inmoral escribir con la intención de moralizar, de elevar las pautas morales de la gente.

Nadie me impide ser una escritora, excepto la pereza. Una buena escritora.

¿Por qué escribir es importante? Principalmente por vanidad, supongo. Porque quiero ser esa persona, una escritora, y no porque haya algo que yo deba decir. Y sin embargo ¿por qué no habría de ser así? Con un pequeño fortalecimiento de mi ego —como el fait accompli que este diario brinda— lograré llegar a confiar en que yo (Yo) tengo algo que decir, algo que debe ser dicho.

Mi "Yo" es débil, cauteloso, demasiado cuerdo. Los buenos escritores son egotistas formidables, hasta el punto de llegar a la fatuidad. Los hombres sensatos, críticos, los corrigen; pero su sensatez es parasitaria de la fatuidad creativa del genio.

"Defensores de la fe"

por Slavoj Žižek.

Título Original: Defenders of the Faith.
Publicado en The New York Times, el 12 de marzo de 2006.

Durante siglos, se nos ha dicho que sin la religión no seríamos más que animales egocéntricos luchando por lo que nos corresponde, que nuestra única moral sería la de la manada de lobos; sólo la religión, se decía, puede transportarnos a un nivel espiritual más elevado. Hoy, cuando la religión aparece como fuente de una violencia exterminadora de un extremo al otro del mundo, la certeza de que los fundamentalistas cristianos, musulmanes o hindúes no se dedican a otra cosa que a abusar de los mensajes espirituales más nobles de sus respectivos credos y a pervertirlos hace que lo anterior suene cada vez más falso. ¿Qué ocurriría si restableciéramos la dignidad del ateísmo, uno de los más excelsos legados de Europa y quizás nuestra única alternativa en pro de la paz?

Hace más de un siglo, en Los hermanos Karamazov y en otras de sus obras Dostoievsky advirtió contra los riesgos del nihilismo moral ateo con el argumento esencial de que si Dios no existe, entonces todo está permitido. El filósofo francés André Glucksmann ha recurrido incluso a la crítica de Dostoievsky, al nihilismo ateo, para aplicarla a [los atentados del] 11 de septiembre de 2001, tal y como se da a entender en el título de su libro Dostoievsky en Manhattan.

Pocas argumentaciones podrá haber más disparatadas: la lección del terrorismo de nuestros tiempos es que, si Dios existe, todo, sea lo que sea, incluso el hacer saltar por los aires a miles de personas inocentes, está entonces permitido, al menos para aquéllos que proclaman que actúan directamente en nombre de Dios, puesto que está claro que el hilo directo con el ser superior justifica saltar por encima de cualquier barrera o consideración puramente humanas. En pocas palabras, los fundamentalistas han terminado por no diferenciarse en nada de los comunistas estalinistas y ateos, para quienes todo estaba permitido en razón de que se consideraban a sí mismos como instrumentos directos de su divinidad: la necesidad histórica de avanzar hacia el comunismo.

Durante la Séptima Cruzada, al mando de San Luis, Yves le Breton contó que se había encontrado en cierto momento con una anciana que vagaba por las calles con un plato en su mano derecha, del que salían llamaradas, y con un cuenco lleno de agua en su mano izquierda. Al preguntarle la razón por la que llevaba las dos vasijas respondió que con las llamas iba a prender fuego al Paraíso hasta que no quedara ni rastro de él y con el agua iba a apagar las llamas del Infierno hasta que no quedara ni rastro de ellas, «porque no quiero que nadie haga el bien con el fin de ganarse la recompensa del Paraíso o por miedo al Infierno, sino sola y exclusivamente por amor a Dios». Hoy por hoy, esta actitud ética, verdaderamente cristiana, se mantiene viva principalmente en el ateísmo.

Los fundamentalistas realizan lo que ellos consideran que son buenas acciones con el fin de cumplir la voluntad de Dios y obtener la salvación; los ateos las realizan simplemente porque eso es lo que hay que hacer. ¿Acaso no es ésta nuestra experiencia más elemental de moralidad? Cuando realizo una buena acción, no la hago con las miras puestas en ganarme el favor de Dios; actúo así porque, en caso contrario, no soportaría mirarme al espejo.Por definición, una acción moral encierra en sí misma su propia recompensa. David Hume, que era creyente, insistió en este punto de un modo absolutamente conmovedor cuando escribió que la única forma de demostrar un respeto auténtico por Dios era actuar moralmente sin tener en cuenta la existencia del mismo.

Hace dos años, los europeos debatían si el preámbulo de la Constitución Europea debía mencionar el cristianismo como factor clave del patrimonio europeo. Como suele ser habitual, se llegó a una solución de compromiso, una referencia en términos generales a la «herencia religiosa» de Europa. Ahora bien, ¿dónde se ha quedado el legado más preciado de Europa, el del ateísmo? Lo que hace singular a la Europa moderna es que se trata de la primera y única civilización en la que el ateísmo es una opción plenamente legítima, no un obstáculo para cualquier cargo público.

El ateísmo es un legado europeo por el que merece la pena luchar, y entre las razones para ello no es la menor la de que genera un espacio público en el que los creyentes pueden sentirse a gusto. Véase por ejemplo el debate que se desató en Liubliana, la capital de Eslovenia, mi país de nacimiento, cuando estalló la siguiente polémica de orden constitucional: ¿debería permitirse a los musulmanes (en su inmensa mayoría, trabajadores inmigrantes llegados de las antiguas repúblicas yugoslavas) la construcción de una mezquita? Mientras que los conservadores se oponían a la mezquita por razones culturales, políticas e incluso arquitectónicas, el semanario liberal Mladina no tuvo ningún empacho, con absoluta coherencia, en defender la mezquita de acuerdo con su preocupación por los derechos de las personas procedentes de las demás ex repúblicas yugoslavas.

No resultó sorprendente, dada su tendencia liberal, que Mladina fuese también una de las escasas publicaciones eslovenas que reprodujera las tristemente célebres caricaturas de Mahoma. Pues bien, a la inversa, aquellos mismos que hicieron gala de la máxima comprensión hacia las protestas violentas que habían originado esos dibujos entre los musulmanes fueron también los que a menudo habían expresado su preocupación por el destino del cristianismo en Europa.

Estas alianzas extrañas confrontan a los musulmanes de Europa con un dilema francamente arduo: la única fuerza política que no los reduce a la condición de ciudadanos de segunda clase y que les abre un espacio a la expresión de su identidad religiosa son los liberales ateos e indiferentes a cualquier dios, mientras que aquéllos que están más próximos a sus prácticas sociales religiosas -su reflejo en el espejo-, los cristianos, son sus principales enemigos políticos. Lo paradójico es que los únicos aliados auténticos de los musulmanes no son aquéllos que publicaron en primer lugar las caricaturas por lo que tenían de impactantes, sino aquéllos que las reprodujeron en defensa del ideal de la libertad de expresión.

Mientras que un ateo auténtico no tiene necesidad alguna de reafirmar su propia posición a través de ninguna provocación a los creyentes mediante blasfemias, ese mismo ateo se niega a reducir el problema de las caricaturas de Mahoma a una cuestión de respeto a las creencias del otro. Y es que el respeto a las creencias del otro como valor máximo no puede significar más que una de estas dos cosas: o tratamos al otro con una actitud de condescendencia y evitamos herirle a fin de no echar por tierra sus ilusiones o adoptamos la actitud relativista de la multiplicidad de verdades, con lo que se descalifica, por su carácter de imposición violenta, cualquier insistencia indubitada en la verdad.

¿Qué ocurriría, sin embargo, si sometiéramos al islamismo, junto con todas las demás religiones, a un análisis crítico, respetuoso pero, por esta misma razón, no menos implacable? Este, y sólo éste, es el medio de mostrar un respeto auténtico por los musulmanes: tratarlos seriamente como adultos responsables de sus creencias.

Tachar

Por Coctelmarx

Hay que fingir que uno no se aburre, que esta ocupado interesándose en los más diversos temas, abriéndose a la ciencia y con rudeza quizás a la matemática pura (por decir algo intangible hasta sus raíces) Pero no, siempre es siempre.
Lo que si, he perdido el respeto intelectual (que no es lo mismo que el moral) por todos y ando en ese sentido como en el aire, floto poderoso. ¿Por que negar el poder? , eso si, sólo como un juego, un bocado juglaresco, un síntoma biológico nada más.
Recorro el paso nivel que me lleva a casa. En principio un graffiti decía “lea a Marx” así a secas y simple. Con buena letra y en una ancha pared. Se veía elegante. Ahora pasé por ahí y alguien tachó Marx y arriba puso Bakunin. Son jóvenes (no por esos menos interesantes) pero es curioso, tachar un nombre por otro, una teoría, una creencia, una ideología, esa es la historia de la Historia , esa es la vida misma , ni Marx ni quien sea , el hombre es esa tacha. Ni el nombre que estaba antes ni el que viene después, el hombre es esa posibilidad de suprimir, de dialogar y de equivocarse (gracias a que tachó).
Me he metido en un optativo de ética, aunque jure no ser provocativo, más bien ser el alumno del rincón. Pero si me quedo ahí yo mismo me critico y si llego a los limites de la diatriba cristiana que la profesora esconde con agudeza (pero que yo he notado con creces) y decirle NO, nada de Revelaciones. Nadie vuela en un caballo con alas, para también involucrar al intocable Mahoma . En Ética necesitamos de una vez por todas ser laicos. En su más extremo significado.

Leo las cartas que Sartre le envía a su amado “Castor” (a Simone de Beauvoir) no se si tomar ese apodo como el acto mas tierno o el mas repulsivo. Lo leo no por que sea un gran fanático de él sino por que me fascinan las cartas.

Pero me aburre su obsesión por lo que llama “compromiso”, y sé de su escandaloso y arbitrario derecho de tachar a Baudelaire, a Flaubert y a quien se le cruce por delante cuando no coincida con su “proyecto”.
Tachar significa también, después de un tiempo borrar y remarcar con hidalguía el nombre que quizás precipitadamente se tacho con demasiada pasión.
Por eso Marx en el graffiti no estaba borrado (como tampoco lo estaba totalmente Heidegger para Sartre ,tras su curiosa “militancia”), solo tachado. Es un símbolo.
Ya es hora también que limpiemos los nombres de los que hemos tachado nosotros, quizás con rabia y poca delicadeza. Dios entre ellos.(¿de los que tachan?)


BERTRAND RUSSELL – Por que no soy cristiano. PREFACIO


La nueva publicación de varios ensayos míos, relativos a temas teológicos, realizada por el profesor Edwards, es para mí una causa de gratitud, especialmente por sus admirables observaciones preliminares. Me alegra en particular que me haya dado una oportunidad de afirmar otra vez mis convicciones sobre los temas de que tratan los diversos ensayos.
Recientemente, ha habido un rumor de que yo era menos contrario a la ortodoxia religiosa de lo que había sido. Ese rumor carece totalmente de fundamento. Creo que todas las grandes religiones del mundo —el budismo, el hinduismo, el cristianismo, el islam y el comunismo—son a la vez mentirosas y dañinas. Es evidente, como materia de lógica que, ya que están en desacuerdo, sólo una de ellas puede ser verdadera. Con muy pocas excepciones, la religión que un hombre acepta es la de la comunidad en que vive, lo cual hace obvio que la influencia del medio es la que le ha llevado a aceptar la religión en cuestión. Es cierto que la escolástica inventó lo que sostenía como argumentos lógicos que probaban la existencia de Dios, y que esos argumentos, u otros similares, han sido aceptados por muchos filósofos eminentes, pero la lógica a que apelaban estos argumentos tradicionales es de una anticuada clase aristotélica rechazada ahora por casi todos los lógicos, excepto los católicos. Hay uno de estos argumentos que no es puramente lógico. Me refiero al argumento del designio. Sin embargo, este argumento fue destruido por Darwin; y, de todas maneras, sólo podría ser lógicamente respetable mediante el abandono de la omnipotencia de Dios. Aparte de la fuerza lógica, para mí hay algo raro en las valuaciones éticas de los que creen que una deidad omnipotente, omnisciente y benévola, después de preparar el terreno mediante muchos millones de anos de nebulosa sin vida, puede considerarse adecuadamente recompensado por la aparición final de Hitler, Stalin y la bomba H. La cuestión de la verdad de una religión es una cosa, pero la cuestión de su utilidad es otra. Yo estoy tan firmemente convencido de que las religiones hacen daño, como lo estoy de que no son reales.
El daño que hace una religión es de dos clases, una dependiente de la clase de creencia que se considera que se le debe dar, y otra dependiente de los dogmas particulares en que se cree. Con respecto a la clase de creencia, se considera virtuoso el tener fe, es decir, tener una convicción que no puede ser debilitada por la prueba en contrario. Ahora bien, si la prueba en contrario ocasiona la duda, se sostiene que la prueba en contrarío debe ser suprimida. Mediante tal criterio, en Rusia los niños no pueden oír argumentos en favor del capitalismo, ni en Estados Unidos en favor del comunismo. Esto mantiene intacta la fe de ambos y pronta para una guerra sanguinaria. La convicción de que es importante creer esto o aquello, incluso aunque una investigación libre no apoye la creencia, es común a casi todas las religiones e inspira todos los sistemas de educación estatal. La consecuencia es que las mentes de los jóvenes no se desarrollan y se llenan de hostilidad fanática hacia los que tienen otros fanatismos y, aun mas virulentamente, hacia los contrarios a todos los fanatismos. El hábito de basar las convicciones en la prueba y de darles sólo ese grado de seguridad que la prueba autoriza, si se generalizase, curaría la mayoría de los males que padece el mundo. Pero, en la actualidad, la educación tiende a prevenir el desarrollo de dicho hábito, y los hombres que se niegan a profesar la creencia en algún sistema de dogmas infundados no son considerados idóneos como maestros de la juventud. Los anteriores males son independientes del credo particular en cuestión y existen igualmente en todos los credos que se ostentan dogmáticamente. Pero también hay, en la mayoría de las religiones, dogmas éticos específicos que causan daño definido. La condenación católica del control de la natalidad, sí prevaleciese, haría imposible la mitigación de la pobreza y la abolición de la guerra. Las creencias hindúes de que la vaca es sagrada y que es malo que las viudas se vuelvan a casar causan un sufrimiento innecesario. La creencia comunista en la dictadura de una minoría de Verdaderos Creyentes ha producido toda clase de abominaciones.
Se nos dice a veces que sólo el fanatismo puede hacer eficaz un grupo social. Creo que esto es totalmente contrarío a las lecciones de la historia. Pero, en cualquier caso, sólo los que adoran servilmente el éxito pueden pensar que la eficacia es admirable sin tener en cuenta lo que se hace. Por mi parte, creo que es mejor hacer un bien chico que un mal grande. El mundo que querría ver sería un mundo libre de la virulencia de las hostilidades de grupo y capaz de realizar la felicidad para todos mediante la cooperación, en lugar de mediante la lucha. Querría ver un mundo en el cual la educación tienda a la libertad mental en lugar de a encerrar la mente de la juventud en la rígida armadura del dogma, calculado para protegerla durante toda su vida contra los dardos de la prueba imparcial. El mundo necesita mentes y corazones abiertos, y éstos no pueden derivarse de rígidos sistemas, ya sean viejos o nuevos.

BERTRAND RUSSELL









viernes, 3 de agosto de 2007

Sebastião Salgado



«Estas fotografías narran la historia de una época. Las imágenes servirán para practicar una arqueología visual sobre un tiempo que la historia conoce como la Revolución Industrial; un tiempo en el que el trabajo manual de hombres y mujeres constituía el eje del mundo. Los conceptos de producción y eficacia están cambiando y, con ellos, la naturaleza del trabajo. Este mundo tan industrializado avanza a la carrera tambaleándose hacia su futuro. En realidad, la recapitulación de estos tiempos es el resultado del trabajo de gente de todo el mundo, aunque en realidad sólo se beneficien unos pocos... Y así continúa dividido el planeta: el primer mundo sufre una crisis de exceso, el tercer mundo sufre una crisis de necesidad y, a finales del siglo, el segundo mundo—el que se edificó sobre el socialismo—se desmorona.»


«Para mí, las fábricas de acero son como dioses poderosos y enormes que gobiernan la terrorífica producción de metal que domina nuestro sistema. Todo lo que contienen es violento, desproporcionado y peligroso. El trabajador siderúrgico sabe bien que trabaja en la frontera de la muerte, entre ríos de fuego líquido, rodeado por las calderas del infierno. También sabe que es el acero lo que controla el mundo.»

Sebastião Salgado


En la red se encuentra el documental ¨Trabajadores¨ para descargar. Totalmente recomendable.

miércoles, 1 de agosto de 2007

PRÓLOGO de Fernando Savater para “La Conquista de la felicidad” de BERTRAND RUSSELL



Una lección de sentido común


No sé —nadie puede saber, creo yo— si en el siglo xx la gente ha sido más feliz o menos que en otras épocas. No hay estadísticas fiables de la dicha (v. gr.: ¿nos hace más felices la televisión o el fax?) y aunque los mucho mejor acreditados índices del infortunio —guerras con armas de exterminio masivo contra la población civil, matanzas raciales, campos de concentración, totalitarismo policial, etc.— resultan francamente adversos, no me atrevería a sacar una conclusión de alcance general. Se dice que el siglo ha sido cruel, pero repasando la historia no encontramos ninguno decididamente tierno. Parafraseando a Tolstói (quien a su vez quizá se inspiró en una observación de Hegel) deberíamos atrevernos a afirmar que los siglos felices no pertenecen a la historia pero que cada una de las centurias desdichadas que conocemos ha tenido su propia forma de infelicidad...
Lo que sí podemos asegurar es que los grandes pensadores de los últimos cien años no han destacado precisamente por su visión optimista de la vida. Tanto el nazi Heidegger como el gauchiste Sartre compartían un ideario existencial marcado por la angustia, cuando no por el agobio: el hombre es un ser para-la-muerte, una pasión inútil. La noción de felicidad les parecía —a ellos y a tantos otros— un término trivial, tramposo, inasible. Querer ser feliz es uno de tantos espejismos propios de la sociedad de consumo, un tópico ingenuo de canción ligera, el rasgo complaciente que degrada el final de muchas películas americanas, en una palabra: una auténtica horterada. Y solo hay algo más hortera o más vacuo que querer llegar a ser feliz: dar consejos sobre cómo conseguirlo. Cuanto más desengañado de la felicidad se encuentre un filósofo contemporáneo, más podrá presumir de perspicacia: la energía que ponga en desanimar a los ingenuos cuando acudan a él pidiendo indicaciones sobre cómo disfrutar de la vida servirá para establecer ante los doctos su calibre intelectual. Y sin embargo ¿acaso no es la pregunta acerca de cómo vivir mejor la primera y última de la filosofía, la única que en su inexactitud y en su ilusión nunca podrá reducirse a una teoría estrictamente científica? El modernísimo Nietzsche aseguró en su Genealogía de la moral que lo de querer a toda costa ser felices es dolencia que solo aqueja a unos cuantos pensadores ingleses. Se refería probablemente, entre otros, a John Stuart Mill, quien fue precisamente el padrino de Bertrand Russell. Y hace falta sin duda ser heredero de todo el sabio candor y el desenfado pragmático anglosajón para escribir tranquilamente como Russell sobre la conquista de la felicidad, esa plaza que según algunos no merece la pena intentar asaltar y según los más ni siquiera existe. Claro que esta empresa tan ambiciosa debe comenzar paradójicamente por un acto de humildad y es más, por un acto de humildad que contradice frente a frente una de las actitudes espirituales más comunes en nuestra época, la de considerar la desventura interesante en grado sumo. Como dice Russell, «las personas que son desdichadas, como las que duermen mal, siempre se enorgullecen de ello». Este es el primer obstáculo a vencer si uno pretende intentar ser feliz, dejar de intentar a toda costa ser «interesante». Por supuesto, Russell no ignora que muchas de las causas que pueden acarrear nuestra desdicha escapan a nuestro control individual: guerras, enfermedades, accidentes, situaciones inicuas de explotación económica, tiranías... En otros de sus libros se ocupó de las que son menos azarosas y de los caminos a veces revolucionarios que han de seguir las sociedades para librarse de tales amenazas. La principal de sus propuestas pacifistas, constituir una especie de Estado Mundial que impidiese las guerras entre naciones y procurase el bien común de la humanidad, sigue siendo la gran asignatura pendiente de la política en los albores del siglo XXI. Pero en este libro se dirige a un público diferente. Supone un lector con razonable buena salud, con un trabajo no esclavizador que le permite ganarse la vida sin atroces agobios, que vive en un país donde está vigente un régimen político democrático y a quien no afecta personalmente ningún accidente fatal. Es decir, aquí Russell escribe para privilegiados que no luchan por su mera supervivencia, que disfrutan de una existencia soportable pero que quisieran que fuese realmente satisfactoria... o para aquellos, aún más frecuentes, empeñados en hacerse insoportable a sí mismos una vida que objetivamente no tendría por qué serlo.Como la obra fue escrita en el período de entreguerras, a comienzos de los años treinta (la época en que Bertrand Russell gozaba de su máxima influencia como pensador social pero todavía sulfurosa y teñida de escándalo pues aún no se había convertido en el venerado patriarca del inconformismo que luego llegó a ser), los «hombres modernos» a los que se dirige somos y no somos ya nosotros. En ciertos aspectos ese mundo es como el nuestro y hasta encontramos perspicaces profecías, por ejemplo, referidas a la natalidad en Occidente: «Dentro de pocos años, las naciones occidentales en conjunto verán disminuir sus poblaciones, a menos que las repongan con inmigrantes de zonas menos civilizadas». Pero ni siquiera alguien tan clarividente como Russell, preocupado como estaba por la condición de la mujer, es capaz de calibrar del todo el vuelco familiar y laboral que habría de suponer la emancipación femenina ya en curso; ni tampoco puede medir el papel que los audiovisuales comercializados debían llegar a desempeñar pocos años después, lo cual le permite afirmaciones que a un español de hoy le resultan dolorosamente anticuadas: «El que disfruta con la lectura es aún más superior que el que no, porque hay más oportunidades de leer que de ver fútbol». En algunos pasajes me parece que es pudorosamente autobiográfico, como cuando en el capítulo «Cariño» retrata al niño carente de calidez paternal (él se quedó huérfano de padre y madre muy pronto, siendo criado por su rigorista abuela) que busca crearse intelectualmente un mundo seguro de certezas filosóficas que le ampare ante la vorágine inmisericorde de la realidad...
Aunque Russell es un crítico exigente de la sociedad industrial contemporánea, en modo alguno consiente en idealizar supuestos paraísos rurales y artesanos del ayer. A diferencia de esos denostadores de la «trivialidad» de las diversiones audiovisuales modernas —los cuales parecen suponer que antes de inventarse la televisión todo el mundo pasaba su tiempo leyendo a Shakespeare, reflexionando sobre Platón o interpretando a Mozart— Russell subraya el enorme tedio que debía de planear sobre las sociedades anteriores al maquinismo y sus entretenimientos. En realidad, el aburrimiento siempre ha sido la verdadera maldición de la humanidad, de la que provienen la mayor parte de nuestras fechorías. Las sociedades preindustriales agrícolas debían de
ser inmensamente tediosas (Russell insinúa, a mi juicio con poco fundamento, que los miembros masculinos de las tribus de cazadores lo pasaban bastante bien) pero gracias a la superstición religiosa rentabilizaban mejor el aburrimiento. En cambio hoy «nos aburrimos menos que nuestros antepasados, pero tenemos más miedo de aburrirnos». Y ese es en efecto nuestro problema: no hay nada más desesperadamente aburrido que el temor constante a aburrirse, la obligación de hallar diversiones externas. Salvo un puñado de personas creativas —sobre todo científicos, artistas y gente humanitaria que convierte la compasión en tarea absorbente— al resto de la humanidad no le queda más remedio que fastidiar al prójimo, morirse de fastidio... o comprar algo. En fin, esperemos que internet alivie un poco los peores efectos de nuestra trágica condición.
Nunca ha estado del todo claro si el secreto de la felicidad consiste en no ser completamente imbécil o en serlo. Como casi todos los ilustrados occidentales (en Oriente se da mayor diversidad de opiniones al respecto), Bertrand Russell opta decididamente por la primera alternativa. Para ser razonablemente feliz hay que pensar de modo adecuado, no dejar completamente de pensar; hay que actuar correcta, inventiva y si es posible desinteresadamente, no dejar del todo de actuar, etc. Bueno, no le falta del todo razón: probablemente usted y yo, lector, podamos sacar más provecho de sus indicaciones llenas de sentido común que de las de algún místico renunciativo inspirado por Lao Tse o Buda (incluso si es un budismo more californiano a lo Richard Gere). Algunas desventuras podremos evitar atendiendo sus consejos, sin necesidad de cambiar demasiado radicalmente nuestro modo de vida. En cuanto a conquistar la felicidad, la felicidad propiamente dicha... sobre eso yo no me haría demasiadas ilusiones.

Música

EPICURO-Carta a Meneceo (Fragmento)



Parte de nuestros deseos son naturales, y otra parte son vanos deseos; entre los naturales, unos son necesarios y otros no; y entre los necesarios, unos lo son para la felicidad, otros para el bienestar del cuerpo y otros para la vida misma. Conociendo bien estas clases de deseos es posible referir toda elección a la salud del cuerpo y a la serenidad del alma, porque en ello consiste la vida feliz. Pues actuamos siempre para no sufrir dolor ni pesar, y una vez que lo hemos conseguido ya no necesitamos de nada más.
Por eso decimos que el placer es el principio y fin del vivir feliz. Pues lo hemos reconocido como bien primero y connatural, y a partir de él hacemos cualquier elección o rechazo, y en él concluimos cuando juzgamos acerca del bien, teniendo la sensación como norma o criterio. Y puesto que el placer es el bien primero y connatural, no elegimos cualquier placer, sino que a veces evitamos muchos placeres cuando de ellos se sigue una molestia mayor. Consideramos que muchos dolores son preferibles a los placeres, si, a la larga, se siguen de ellos mayores placeres. Todo placer es por naturaleza un bien, pero no todo placer ha de ser aceptado. Y todo dolor es un mal, pero no todo dolor ha de ser evitado siempre. Hay que obrar con buen cálculo en estas cuestiones, atendiendo a las consecuencias de la acción, ya que a veces podemos servirnos de algo bueno como de un mal, o de algo malo como de un bien.
La autosuficiencia la consideramos como un gran bien, no para que siempre nos sirvamos de poco, sino para que cuando no tenemos mucho nos contentemos con ese poco; ya que más gozosamente disfrutan de la abundancia quienes menos necesidad tienen de ella, y porque todo lo natural es fácil de conseguir y lo superfluo difícil de obtener. Los alimentos sencillos procuran igual placer que una comida costosa y refinada, una vez que se elimina el dolor de la necesidad.
Por ello, cuando decimos que el placer es el objetivo final, no nos referimos a los placeres de los viciosos -como creen algunos que ignoran, no están de acuerdo o interpretan mal nuestra doctrina-, sino al no sufrir dolores en el cuerpo ni estar perturbado en el alma. Porque ni banquetes ni juergas constantes dan la felicidad, sino el sobrio cálculo que investiga las causas de toda elección o rechazo y extirpa las falsas opiniones de las que procede la gran perturbación que se apodera del alma.
El más grande bien es la prudencia, incluso mayor que la filosofía. De ella nacen las demás virtudes, ya que enseña que no es posible vivir placenteramente sin vivir sensata, honesta y justamente, ni vivir sensata, honesta y justamente sin vivir con placer. Las virtudes están unidas naturalmente al vivir placentero, y la vida placentera es inseparable de ellas.

Fedor Dostoievsky-El adolescente PRIMERA PARTE CAPITULO PRIMERO


Sin resistir más, empiezo a escribir esta historia de mis primeros pasos en la carrera de la vida. Y sin embargo, muy bien podría pasarme sin esto. Una cosa es segura: que ya nunca más escribiré mi autobiografía, aunque tenga que vivir cien años. Hay que estar prendado muy bajamente de uno mismo para hablar así sin avergonzarse. La sola excusa que me doy, es que no escribo por el mismo motivo que todo el mundo, es decir, para obtener las alabanzas del lector. Si de repente se me ha ocurrido anotar palabra por palabra todo lo que me ha pasado desde el año anterior, es por una necesidad íntima: ¡tan impresionado me he quedado por los hechos acaecidos! Me limito a registrar los acontecimientos, evitando con todas mis fuerzas lo que les es ajeno, y sobre todo los artificios literarios; un literato se lleva escribiendo treinta años, y al final ignora por qué ha escrito tanto tiempo. No soy literato ni quiero serlo. Arrastrar la intimidad de mi alma y una bonita descripción de mis sentimientos por el mercado literario sería a mis ojos una inconveniencia y una bajeza. Preveo no obstante, no sin disgusto, que será probablemente imposible evitar del todo las descripciones de sentimientos y las reflexiones (quizás incluso vulgares): ¡tanto desmoraliza al hombre todo trabajo literario, hasta el emprendido únicamente para sí! Y estas reflexiones pueden aún ser muy vulgares, porque todo lo que uno estima puede muy bien no tener valor alguno para un extraño. Pero quede dicho todo esto entre paréntesis. He aquí hecho mi prefacio: no habrá nada más por el estilo. ¡Manos a la obra! Aunque no haya nada más embarazoso que emprender una obra, y quizás el poner manos a la obra en general.

(J. L. Borges, Los justos)

«Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada.
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar el mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo»