Como me gustaría un alma histórica, llena de nervios, al mando de cualquier tensión vital, pero la palidez de la palabra se desdice con cualquier buen deseo, el alma en si es infranqueablemente un espejo de temor, un horror al mundo, un cansancio a padecer. Cuando digo quiero conocer tu esencia , es que quiero un ente estático que no causa ni padece nada y que es axiomáticamente bueno, por su parte ya superado el deseo de la academia de “las ideas” sus discípulos mas pulcros e históricos, mas aristotélicos que el mismo Aristóteles, desearon conocer la esencia precisamente en el cambio, en su potencia. Es inútil y ocioso seguir este pensamiento histórico, ni el ama, ni la esencia, ni cualquier invento eficaz nos atañe, lo que si se puede con extraña curiosidad notar es que cada idea se impulsa, tiene su dinámica y su estática, muere, vive y también manotea. Cada idea, cada esencia es en si fuerza, impulso. Si todo llega a nosotros por nuestros órganos, los órganos mismos hacen una pequeña tautología perceptiva. El sensualismo entonces rebotaría. Bajo esta premisa los órganos están condenados. Lo curioso: lo inmutable, el alma no es “conocible”, solo defendible. Entonces todo lo que llega a nosotros, especialmente las ideas, lo hace por esa capacidad de escudarse, de movilizarse, de hacerse inconscientemente energía.
No es preciso entonces buscar el alma sino “forzarla”. El alma es justamente esa fuerza histórica e insípida del concepto que aún la mantiene como una ridícula posibilidad.
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