martes, 27 de octubre de 2009

Diario

No existe ningún sentido en registrar cualquier acontecimiento y luego etiquetarlo como un producto estético, es decir no hay sentido en hacer pasar borrones por literatura, sólo serviría un registro catalogado de documentos, de sensaciones de un hombre común del siglo XX que se desorienta en el siglo XXI y que el historiador de las mentalidades del futuro seguramente catalogará como de loco, confuso y ansioso por un nuevo orden cultural. Todos los hombres de la historia han cantado a coro lo mismo: ¡que época me toco vivir! , eso no es tan sorprendente como el creer que se esta en una época de muchas.


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Un religioso no puede dudar, es inútil aportar datos razonables para el pensamiento religioso, pero es comprensible en los antiguos buscar un rigor a algo maravilloso. La razón que en la historia ha galopado por sobre colinas inestables, se topó con esta vieja espiritualidad humana, primero para comprenderla luego ignorarla. Pero ¿que es la religión sino un cúmulo de epilepsias que luego se poetizan, dominan y reposan en un poder irremediable? En el jardín de Milán, en su conversión, San Agustín escuchó un extraño "Tolle lege", “Toma y lee”. Ni Homero, ni Abraham, ni Mahoma se imaginan una conversión, un diálogo divino en clave literaria. Todas las revelaciones llegan de la epilepsia y no de un texto.


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La vida moderna es tediosa, sin majestuosidad, lo único que nos queda es ver documentales de glaciares y de bosques milenarios e inventarnos un aroma trascendental, pero la antigüedad no iba mejor, había mucho dolor físico, tanto como para que el alma se mantuviera saludable, hoy el alma es un artículo publicitario casi olvidado por que el tratamiento del bienestar del cuerpo la ha destrozado. Y esto del bienestar no es nada económico ni antropológico es solo un asunto cotidiano influenciado por mi reciente e indolora visita al dentista.


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Perder a Dios tarda un año y siete meses. Recuperarlo un minuto treinta y siete segundos. Pero el que vuelve lo hace como pura sospecha, negativamente, usando el mismo método que lo destrozó.


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Me maravillo ante cualquier dolor (desde una picadura de un insecto hasta un dolor de muela) y me escandalizo y asusto ante la posibilidad ideal de su total extinción.

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Mi etapa metafísica hoy suena desafinada, descolorida, maniaca, pero después de esa mala música ¿de que mas se puede hablar? , ¿De átomos?, ¿velocidades?, ¿masa?, predicciones científicas, ¡NO!... es rebelde hablar de lo que no se puede hablar.


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El mundo es seco hay que regarlo con el rocío externo de invenciones éticas y estéticas. Sólo el uso es autoridad.

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Lujuria , de luxus , contradicción romana , la primera tan asociada a ellos , la segunda su enemiga. luxus ,es decir, dislocado, desatado era un término incómodo al romano algo que se combatía. El derecho por ejemplo era una invención para atar, ordenar. Un caballo por ejemplo podía caer en un luxus. Desbocarse.
Esta contradicción se podría explicar quizás por la intervención semántica de los cristianos posteriores que asociaron el luxus romano al lujo, la ostentación, al sentido sexual. El cuerpo empieza ha incomodar al mismo tiempo que el lenguaje se hace poderoso.




miércoles, 21 de octubre de 2009

Paseando con Thoreau y Chesterton. Jeremy in the house


Es totalmente incompatible la lectura con la aventura, y cuando se produce una extraña sincronía entre ellas sólo es posible mantenerla un pequeño tiempo. Hoy no hay ni aventura ni lectura. “Mi deseo de conocimiento es intermitente” dice Thoreau, seguramente concentrado en su paseo matutino por la laguna Walden en Concord. Conozco Walden, hoy en día se puede tecnológicamente sobrevolar cualquier rincón, es decir “conocerlo”, pero es vedado el pasear.


El espíritu original de Norteamérica, es decir, el espíritu salvaje, indígena y natural del filósofo trascendental de Concord nos advierte del peligro de conocer. Y nos aconseja con sus palabras suaves y desobedientes solamente adentrarse en los bosques, pasear , en suma revelarse frente al conocimiento. Thoreau dice en “Pasear”:


“En el transcurso de mi vida he conocido sólo a una o dos personas que comprendieran el arte de Caminar, o sea, de dar paseos, que tuvieran, por así decirlo, el don de sauntering (* Saunter: Deambular, vagabundear dar una vuelta o un paseo tranquilamente) palabra de origen admirable que deriva de «los holgazanes que vagabundeaban por el país en la Edad Media y pedían limosna con el pretexto de dirigirse à la Sainte Terre», a Tierra Santa, por lo que los niños exclamaban «Ahí va un Sainte-Terrer», el que se dirige a Tierra Santa. Los que nunca van a Tierra Santa en sus caminatas, como pretenden, no son más que meros holgazanes o vagabundos; pero los que allí se dirigen son auténticos paseantes, en el buen sentido, como yo lo entiendo. Algunos, sin embargo, creen que la palabra deriva de los sans terre, o sea, sin tierra ni hogar, lo que, por consiguiente y también en el buen sentido, significaría sin hogar fijo pero «como en casa» en todas partes. Puesto que éste es el secreto de un buen paseo. Puede que quien se queda sentado en una casa todo el tiempo sea el vagabundo más grande que exista; pero el paseante, en el buen sentido, no es más vagabundo que el río serpenteante que busca con afán el camino más corto al mar. Yo, no obstante, prefiero la primera etimología, seguramente la más probable. Porque cada paseo es una especie de cruzada a la que algún Pedro el Ermitaño interior nos invita a lanzarnos para reconquistar esta Tierra Santa de manos de los infieles”.


Jeremy es ese espíritu ingenuo del corazón de América, cowboy y civil, ha venido a mi casa por las típicas coincidencias del paseante, su trabajo además de pasear es conocer gente, no ama mas en la vida que pasear, saunter, seguramente conocerá gran parte del mundo turístico de nuestro siglo, conocerá todas las emociones, todos los vinos, las mujeres y los bailes de los más peligrosos rincones que se llenan de ese aire de fritura y de muerte que el olfato esquizofrénico del vagabundo busca en el constante cambio geográfico. Ha depositado en la experiencia la “gracia divina”, veo el pequeño espíritu americano de Concord en él. Preocupado de ser buena persona y de mantener sus pies en actividad. Escalando todas las montañas que se le pongan por delante, enseñándome un mapa de Norteamérica y diciendo en su particular español “manejé una semana para cruzar gran parte de América”, y yo escuchando atento y admirado le paso un mapa de lo que el llama “America” y le digo que alguien que cruza un país en esa condición inevitablemente se debe convertir en una especie de cronista.


Pero créanme que también desconfío del paseante, del que busca lo extraño en otro continente y no lo busca en el vecino, por que la humanidad más que en un río de la India se deposita frágil y a su vez potente en el vecino del barrio. Por eso escucho atento el paseo silencioso de Thoreau que quiebra majestuosamente las hojas secas del bosque , pero también tomo en cuenta el elegante gesto de cerveza urbana en la garganta de Chesterton que nos dice:


“Si mañana por la mañana una enorme nevada no nos dejara salir de la calle en que vivimos entraríamos de repente en un mundo mucho más grande y mucho más insólito que cualquier otro que hayamos imaginado. Pero todo el esfuerzo de la persona moderna típica es huir de la calle en la que vive. Primero inventa la higiene moderna y se va a Margate. Luego inventa la cultura moderna y se va a Florencia. Después inventa el imperialismo moderno y se va a Tombuctú. Se marcha a los bordes fantásticos de la Tierra. Pretende cazar tigres. Casi llega a montar en camello. Y al hacer todo esto está todavía esencialmente huyendo de la calle en la que nació; y siempre tiene a mano una explicación de esta fuga suya. Dice que huye de su calle porque es aburrida. Miente. La verdad es que huye de su calle porque es demasiado excitante. Es excitante porque es exigente; es exigente porque está llena de vida. Puede visitar Venecia tranquilo porque para él los venecianos no son nada más que venecianos; los habitantes de su propia calle son hombres y mujeres. Puede quedarse mirando a un chino porque para él los chinos son algo pasivo que hay que mirar; si se le ocurre mirar a la vieja señora en el jardín de al lado, la anciana se pone en movimiento. Está forzado a huir, para decirlo en breve, de la compañía demasiado estimulante de sus iguales-de seres humanos libres, perversos, personales, deliberadamente diferentes de él”.


Jeremy se ha marchado por que su trabajo es marcharse, y yo me he quedado por que mi trabajo es quedarme. Alguien que confía en que el destino le presente los amigos y alguien que confía que el destino lo vuelva invisible. Ambos somos paseantes , el espíritu y la experiencia se rozan cuando una imagen se deposita novedosa en la vida que viaja y la vida que se queda . Ambos buscamos una tierra distinta .Uno quizás en los grandes edificios orientales que sobreviven a la historia para los turistas y otro en los grandes edificios internos que se derrumban cada mañana para desocupar definitivamente el espíritu, vaciándolo en el viaje interior de la mano de un turismo propio.




martes, 6 de octubre de 2009

Diario

La gente se ha puesto ha estudiar historia ¿y que ha conseguido?, los noticieros y periódicos nos decían que el mal era el nazismo y Hitler su demonio. No era difícil retroceder setenta años, incluso ver sus gestos maniáticos, todo estaba registrado, la historia funcionaría y cumpliría bien.

Hoy tras ver las reacciones de una exposición en Londres de la civilización azteca (Mexicas aclara el reportaje que leí en el diario) la gente ya protesta al enterarse de la crueldad de estos mexicas. Los detalles son escabrosos. Faltará un periodista para escandalizarnos y un antropólogo para valorarlos. El conocimiento, el informal y el erudito, igual es sentimental.

Entonces, dice esta gente, la colonización fue buena, los genocidios fascistas y comunistas del siglo XX no son nada al lado de los hombres de Moctezuma. El aparato cuantitativo de la moral comienza a actuar.

La gente esta ávida de juzgar por eso estudia historia. Aseguro que entre mas se le estudie mas sangre va encontrar. No hay pueblo bueno.

¿Y el Buen salvaje?. Este no estudia ni investiga el pasado aun así no lo pierde. Se debe a un pasado artístico no científico.

Lo "bueno" en Occidente se dice , no se recibe , por ende antes de comenzar la clasificación moral esta ya está perdida.

Un mundo se instala y actúa, no tiene ética en relación al todo. La modernidad acostumbra teoréticamente al juzgamiento desde su torre histórica y desde lo que se llama “el Hombre”, pero el Hombre antes no existía. Por ende no existe maldad por que no existen “ojos sociales” absolutos.


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“El proceso” de Orson Welles, es una de las más grandes películas que he visto. Causa una especie de náusea. De sudor de pesadilla. De un mundo temible, pero ordenado, como el literario,Kafka puede darnos todos esos momentos extraños como cuando encandilados ,tras la película, salimos del cine y no reaccionamos por algunos minutos. Acá Welles no teme y saca otro atroz, nos muestra las sombras, sin miedo a llevar a imágenes algo muy difícil de sacar de las palabras. No me imagino un cine que no sea expresionista. La veo en cama por la mañana y no me dan ganas de levantarme. Aun así pienso que esta llena de humor.


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Chesterton en “Herejías”, ahí esta todo. Me canso y salgo a correr. ¿Es posible que en esta ciudad no pase nada? Tengo que educar a treinta alumnos y el fin de semana entregarles el pan a los pobladores. Los alumnos me miran con un gesto como diciendo: nos gusta cuando habla de cualquier cosa menos de lo que debe. Soy un funcionario por ende soy culpable.


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Todos quieren hacer libros con imágenes personales, los filósofos, artistas, literatos, los especialistas se cansan del debate cerrado (Alain los llamó "propos"). Cuando uno se encuentra con alguno de la escuela analítica no espere otra cosa que decepcionarse. Amar tanto a su disciplina no permite escribir estos libros maravillosos: Por ejemplo “Cabos Sueltos” de Carla Cordua, Juan Rivano con el inolvidable libro sobre Diógenes, los "Carnets" de Camus y sobre todo George Perec en “Pensar y Clasificar” un ánimo profundo para los que vivimos del fragmento:

"Hay algo de exultante y de aterrador a la vez en la idea de que nada en el mundo sea tan único como para no poder entrar en una lista".