Pensar en los símbolos cuando vienen del poder. La cruz como el símbolo máximo de la cercanía, inédito hasta la fecha, este acto llega a todo interior por un “sacrificio”. El Hombre sintió por primera vez un yo en relación a su religión. El mundo Judío antiguo siempre necesitó un profeta o mensajero para toda comunicación divina, un hermeneuta como Moisés, Juan el Bautista o Elías. Ahora en el Cristianismo el sentimiento “es” la comunicación, la pre-ocupación. Nunca hubo antes una preocupación personal mayor del creador con su criatura. Entonces, en una mañana descuidada de la humanidad, superando la tribu, superando el grupo de gentiles, de la comunidad, médulas de toda antigüedad, aparece un YO.
Pero en los griegos donde cada preocupación divina era arbitraria y pasional, no existía un yo relacional, no había un yo interior donde los dioses se depositaran en la pre-ocupación.
La Teodicea griega era más bien pura interacción, pasional, arbitraria, inmoral.
Por otro lado para el guerrero indoeuropeo de raíz Germana el escudo era su “identidad” ellos mantenían sus escudos como una especie de “carnet” espiritual. Antes de la batalla gritaban, de hecho su etimología parece decir “los que gritan”, que proviene de la extraña costumbre de gritar en el escudo por parte de estos antes de la batalla para intimidar al enemigo. Su Yo, su preocupación era su escudo, perderlo en batalla era también “perderse”. Tácito nos ilustra muy bien esta imagen en “De las costumbres, sitios y pueblos de la Germania”: “El mayor delito y flaqueza entre ellos es dejar el escudo. Y los que han caído en tal ignominia no pueden hallarse presentes a los sacrificios ni juntas, y muchos, habiéndose escapado de la batalla, acabaron su infamia ahorcándose”.
Los griegos heroicos emparentados con los anteriores en su origen de la tradición indoeuropea, aunque ubicados en la rama “civilizada” de las polis meridionales, también tenían una estrecha relación simbólica con el escudo , de hecho las madres espartanas exigían hasta el sacrificio, que sus hijos volvieran de la batalla con sus escudos, o muertos “sobre” ellos.
Por eso impresiona el gesto del griego Arquíloco, poeta dionisiaco y soldado, que en medio del combate arroja su escudo a unos matorrales, se identifica a sí mismo, se individualiza. Desprecia el peligro, huye de la línea, su gesto es de una especie de primitiva antipoesía:
Soy un servidor del soberano Enialio
conocedor del amable don de las Musas
De mi lanza depende el pan que como, de mi lanza
el vino de Ismaro. Apoyado en mi lanza bebo.
No me gustan los jefes altos de paso ágil
orgullosos de sus bucles y su afeitada a contrapelo.
Prefiero uno bajito, chueco, pero bien plantado
y lleno de coraje.
Siete cayeron muertos, que alcanzamos a la carrera,
éramos mil los asesinos.
Un habitante de Sais ostenta hoy el brillante escudo
que abandoné a pesar mío junto a un florecido arbusto.
Pero salvé la vida. ¿Qué me interesa ese escudo?
Peor para él. Uno mejor me consigo.( )
No hay escudo, pero no es que Arquíloco no ame la guerra sino que la traslada, ya la ha luchado antes, la interioriza, el YO surge como una patria a la que hay que prepararle un ejército. No hay relación ni estatal ni cultural, sólo la relación con su Yo.
Arquiloco Antipoeta y Antiheroe. Su vida (caso extraño) se superpone a su Patria.
El Yo no se reconoce aquí como en el Cristianismo, por una preocupación externa sino por una ilimitada rebeldía del deber colectivo, de algo nuevo que quiere participar. El Yo ahora es Dios , es supervivencia , es VIDA.
No hay ofensa , no hay cobardía , ni valentía , no hay ningún gesto moral, que rechaza tirar el escudo. Sólo hay un Yo insurrecto, trágico, musical, que vive una nueva voluntad, implosiona. El Yo por primera vez esta al mando, no necesita que se preocupen de el, por que el tiene la soberanía.
El escudo es la moral de la tradición, la preocupación cristiana es un yo esculpido desde afuera.
En Arquíloco el Yo se hace voluntad, por que en él, no hay más escudos que la vida.
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