La historia es sólo objeto de cansancio, hay algo más que olvidar y recordar.
Vamos por algo más allá. Borracho el tranco siempre es largo. Pero la embriaguez de esos ingenuos alemanes paganos es desechable. Playa y vino. Pacífico. Para mí todos los amuletos son transitorios. Ahora llevo en mi bolsillo una copia impresa del poema “El hombre y el mar” de Baudelaire. Como Cábala azul. Azul Suspiro. Si con una vista que domina un horizonte completo, con barcos rezagados y barcos remolques, diminutos, que en su costado los empujan y escoltan hacia afuera. Esos pequeños lazarillos a petróleo que se pueden hasta el más gigantesco barco que emprende la marcha hacia la perdición.
Cito textual las obsesiones de Rimbaud en África (por que me imagino también atravesando mi propio canal de Suez): “Clima, dinero, ahorro, proyectos futuros.”
En mis manos tengo el libro de cartas Abisinias. No se si decir tremendas, horribles o repulsivas. O decir, que humano o sea ¡por fin humano!
Si a veces puedo sentir el murmullo por ahí que dice “rescatemos al hombre”.
Pero tantas veces también el de “rescatemos al demonio”.
Escribe a su madre: “tengo palpitaciones y me molestan bastante, pero mejor es no pensar en ello”.
Francos, francos y mas francos, mándenme esto y lo otro. Un libro de Botánica y una cámara fotográfica.
¿Quien es este tipo extraño que demanda tanto mundo?, que se regocija de las cosas. Que quiere ahora ¡por dios! COSAS…
Pide la guía del viajero, el manual teórico de exploración. Catálogos de matemáticas, meteorología, neumática, mecánica, hidráulica, mineralogía, pirotecnia, prestidigitación, etc...
Todo duele y le afecta.
Mientras camino excesivamente, mis zapatos dan clara cuenta de ello, están horribles.Los zapatos, tan hermanos, de ahí viene el hombre como también de su estómago, de ahí el Spleen (el bazo) de Paris, la melancolía asociada al bazo estomacal. (En el recuerdo infantil me metí a los arrozales sureños, sumergidos en el pantano de cereal tratando de cazar las garzas, que son aves del paraíso seguro, que mejor comunión , zapatos y estómago).
Inquieto como debe ser un hombre, asisto a extrañas conferencias y siendo sincero repudio a todos esos profesores de dudoso origen. Su tez y su tono de voz, su empinada burguesía. Anoto en mi diario: Esa pieza que me gusta mucho pero su título más “Pompa y circunstancia”, música para caminatas.
La universidad es el clima del África de Rimbaud, necesaria quizás para esconderse, pero también para repudiarla. Pero para los pobres ¿que otra opción queda?, además puedo leer en las bibliotecas mejor ubicadas en cuanto a horizontes se refiere, en un rincón, absurdo y callado las pequeñas frases de Lichtenberg que me deleitan:
El americano que descubrió a Colón hizo un pésimo descubrimiento.
Quien sólo entiende de química, tampoco la entiende.
Cuanto se hecha de menos el salvajismo de la cuna. El verde del pasto bastardo. A la casa diaria de la vida, con fuerza y con la palabra que hoy parece he olvidado: “peligro”.
Quizás se me diga que mi humor es hiriente para las pequeñas doncellas que pasean los libros en los patios espantosos de estas instituciones abuelas.
Quizás sólo sea mi demanda de movimiento, una jugada para ganar tiempo. Ese enemigo cálido.
Acá el sol es otro y eso hay que reconocerlo. Alivia el ánimo.
¡Los huesos se mortifican por algo!
Pronto tendré un millón y recorreré de sur a Norte. De hecho ya he borroneado mi mapa personal hurgando en los lugares que iré. Proyectos claros. Por que son vitales. Y remitentes variados para depositar el millón de cartas que acumulo en este cajón Etíope.
Quizás ya nadie guste de Chopin, pero acá sobró vino de una fiesta y me doy el derecho de beberlo… Su piano, mis vértebras…
El consejo trágico del Rimbaud ya sin pierna.
Verme obligado a hacer de acróbata todo el día para que parezca que existo.
Vamos por algo más allá. Borracho el tranco siempre es largo. Pero la embriaguez de esos ingenuos alemanes paganos es desechable. Playa y vino. Pacífico. Para mí todos los amuletos son transitorios. Ahora llevo en mi bolsillo una copia impresa del poema “El hombre y el mar” de Baudelaire. Como Cábala azul. Azul Suspiro. Si con una vista que domina un horizonte completo, con barcos rezagados y barcos remolques, diminutos, que en su costado los empujan y escoltan hacia afuera. Esos pequeños lazarillos a petróleo que se pueden hasta el más gigantesco barco que emprende la marcha hacia la perdición.
Cito textual las obsesiones de Rimbaud en África (por que me imagino también atravesando mi propio canal de Suez): “Clima, dinero, ahorro, proyectos futuros.”
En mis manos tengo el libro de cartas Abisinias. No se si decir tremendas, horribles o repulsivas. O decir, que humano o sea ¡por fin humano!
Si a veces puedo sentir el murmullo por ahí que dice “rescatemos al hombre”.
Pero tantas veces también el de “rescatemos al demonio”.
Escribe a su madre: “tengo palpitaciones y me molestan bastante, pero mejor es no pensar en ello”.
Francos, francos y mas francos, mándenme esto y lo otro. Un libro de Botánica y una cámara fotográfica.
¿Quien es este tipo extraño que demanda tanto mundo?, que se regocija de las cosas. Que quiere ahora ¡por dios! COSAS…
Pide la guía del viajero, el manual teórico de exploración. Catálogos de matemáticas, meteorología, neumática, mecánica, hidráulica, mineralogía, pirotecnia, prestidigitación, etc...
Todo duele y le afecta.
Mientras camino excesivamente, mis zapatos dan clara cuenta de ello, están horribles.Los zapatos, tan hermanos, de ahí viene el hombre como también de su estómago, de ahí el Spleen (el bazo) de Paris, la melancolía asociada al bazo estomacal. (En el recuerdo infantil me metí a los arrozales sureños, sumergidos en el pantano de cereal tratando de cazar las garzas, que son aves del paraíso seguro, que mejor comunión , zapatos y estómago).
Inquieto como debe ser un hombre, asisto a extrañas conferencias y siendo sincero repudio a todos esos profesores de dudoso origen. Su tez y su tono de voz, su empinada burguesía. Anoto en mi diario: Esa pieza que me gusta mucho pero su título más “Pompa y circunstancia”, música para caminatas.
La universidad es el clima del África de Rimbaud, necesaria quizás para esconderse, pero también para repudiarla. Pero para los pobres ¿que otra opción queda?, además puedo leer en las bibliotecas mejor ubicadas en cuanto a horizontes se refiere, en un rincón, absurdo y callado las pequeñas frases de Lichtenberg que me deleitan:
El americano que descubrió a Colón hizo un pésimo descubrimiento.
Quien sólo entiende de química, tampoco la entiende.
Cuanto se hecha de menos el salvajismo de la cuna. El verde del pasto bastardo. A la casa diaria de la vida, con fuerza y con la palabra que hoy parece he olvidado: “peligro”.
Quizás se me diga que mi humor es hiriente para las pequeñas doncellas que pasean los libros en los patios espantosos de estas instituciones abuelas.
Quizás sólo sea mi demanda de movimiento, una jugada para ganar tiempo. Ese enemigo cálido.
Acá el sol es otro y eso hay que reconocerlo. Alivia el ánimo.
¡Los huesos se mortifican por algo!
Pronto tendré un millón y recorreré de sur a Norte. De hecho ya he borroneado mi mapa personal hurgando en los lugares que iré. Proyectos claros. Por que son vitales. Y remitentes variados para depositar el millón de cartas que acumulo en este cajón Etíope.
Quizás ya nadie guste de Chopin, pero acá sobró vino de una fiesta y me doy el derecho de beberlo… Su piano, mis vértebras…
El consejo trágico del Rimbaud ya sin pierna.
Verme obligado a hacer de acróbata todo el día para que parezca que existo.
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