sábado, 13 de noviembre de 2010

Diario



Los quejumbrosos históricamente han hecho escuela, es cansador por ejemplo leer los diarios de Leopardi. La vieja queja contra la existencia sólo surge por no meditar acerca del peso del espíritu, es decir que no se debe vivir esperando soluciones de nada. Toda solución lleva a otra aporía. La fría muerte orgánica es absurda, la eternidad también, ¿que síntesis se puede extraer de ambos absurdos? No hay salida porque no debería haber primero cuestiones que esperanzaran una salida.

“Hay que entrar en uno mismo armado hasta los dientes”.nos dice Valery. Y desplazar la amargura por aventura ¿alguien podría leer en las noches sin salir dañado con esas musicales quejas sangrientas de Leopardi?

“…¡Ay! Por la calle,
no lejos, oigo el solitario canto
del artesano, que regresa tarde,
tras sus solaces, a su hogar humilde;
y se me oprime el corazón con fuerza
al pensar que en el mundo todo pasa
y apenas deja huella. Ya ha pasado
el día festivo, al que sucede el día
ordinario, y así se lleva el tiempo
todo humano accidente. ¿Dónde el eco
está de antiguos pueblos? ¿Dónde el grito
de los antepasados, y el imperio
de aquella Roma, y el fragor de armas
que recorrió las tierras y los mares?
Todo es paz y silencio; calla todo el mundo,
y ya de aquello no se acuerda…”

(De “La noche del día de Fiesta , Giacomo Leopardi”)




Se trazan grandes planes, he ahí el error maestro, ver la vida como un conjunto cerrado, con la ansiedad enferma del profeta que ha domado el futuro, siguiendo el orden de una poética. Preferir el drama, lo centelleante del momento, el proyecto desaforado. El imaginar instalado en ninguna parte.


He hecho igual que Leopardi “estudios locos y desesperados”, pero el estudio haciéndole guerra a cualquier institución que lo canalice. El estudio es otra forma de quejarse y el saber el antibiótico errado, ambos son distintas formas de movilizarse frente a la inocencia del caos.

Pero la eterna queja es poco provechosa porque no se sabe a que o a quien quejarse, una queja sin destinatario deja de serlo por el hecho mismo de su muda respuesta. Una queja es un engranaje oxidado en la fábrica del sentido.

Ahora más calmo le doy poder a mis sentidos y navego a merced del cuerpo o lo que sea que me da vida. Hablo y no sé por qué… o quizás me quejo pensando que hablo.


"...Una desconocida música hace su entrada
en la biblioteca donde estudio lo inaudito
del comportamiento humano.
Aunque a veces también investigo
el sentido que deja la luz en el alma
de unos versos.
Soy un erudito del silencio. Desde hace años
contemplo el mar y el amor en estos libros.
Aunque a veces soy más atrevido
y sigo en la noche el infinito rastro de los astros.
Y ahora esta música
en el pausado ritmo de sus pasos.
¡Qué ternura, Dios mío, qué ternura!
Ya conoces mis dudas y mis penas…
¿Es la tristeza mi destino?
Escucho la melodía mientras escribo.
Es un delirio la vida, un mal sueño.
(O quizá sea bueno y yo un extraño).
Señor, no creo en ti, pero te amo..."
(Leopardi . Cantos)


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