lunes, 9 de agosto de 2010

De Danniel Penac "Como una novela"


La lección de geografía 1883 - Alfredo Valenzuela Puelma



"Hay que leer, hay que leer...
¿Y si, en lugar de exigir la lectura, el profesor decidiera de repente compartir su propia dicha de leer? ¿La dicha de leer? ¿Qué es la dicha de leer? Preguntas que suponen, en efecto, un estupendo retorno sobre uno mismo.

Y, para comenzar, la confesión de una verdad que va radicalmente en contra del dogma: la mayor parte de las lecturas que nos han formado, no las hemos hecho a favor, sino en contra. Hemos leído (y leemos) como si nos parapetáramos, como si nos negáramos, o como si nos opusiéramos. Si eso nos da aires de fugitivo, si la realidad desespera de alcanzarnos detrás del «encanto» de nuestra lectura, somos unos fugitivos ocupados en construirnos, unos evadidos a punto de nacer.

Cada lectura es un acto de resistencia. ¿De resistencia a qué? A todas las contingencias. Todas:

-Sociales.
- Profesionales.
- Psicológicas.
- Afectivas.
-Climáticas.
- Familiares.
- Domésticas.
-Gregarias.
- Patológicas.
- Pecuniarias.
- Ideológicas.
-Culturales.
-O umbilicales.

Una lectura bien llevada salva de todo, incluido uno mismo.
Y, por encima de todo, leemos contra la muerte.

Es Kafka leyendo contra los proyectos mercantiles del padre, es Flannery O'Connor leyendo a Dostoievski contra la ironía de la madre («¿El idiota? ¡Te va que ni pintado pedir un libro con un título semejante!»), es Thibaudet leyendo a Montaigne en las trincheras de Verdún, es Henri Mondar sumido en su Mallarmé en la Francia de la Ocupación y del mercado negro, es el periodista Kauffmann releyendo indefinidamente el mismo tomo de Guerra y paz en los calabozos de Beirut, es ese enfermo, operado sin anestesia, del que Valéry nos dice que «encontró algún alivio, o, mejor dicho, cierta renovación de sus fuerzas, y de su paciencia, recitando, entre dolor y dolor, un poema que le gustaba», Y es, claro está, la confesión de Montesquieu cuya deformación pedagógica ha suscitado tantas redacciones: «El estudio ha sido para mí el remedio soberano contra los disgustos, no habiendo sufrido jamás pena que una hora de lectura no haya aliviado

Pero es, de manera más cotidiana, el refugio del libro contra la crepitación de la lluvia, el silencioso deslumbramiento de las páginas contra la cadencia del metro, la novela metida en el cajón de la secretaria, la breve lectura del profe cuando se largan los alumnos, y el alumno del fondo de la clase leyendo a escondidas, mientras espera a entregar el ejercicio en blanco..."


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