martes, 4 de diciembre de 2007

Ciudad



Ruta 68 , desde su puerta hacia la costa, Santiago pasa por todos los sobresaltos de la especie humana, desde los pastizales amarillos incendiándose por la dejación, donde los bomberos corren desesperados, mientras que el que tiró la colilla de cigarro mas adelante en la carretera disfruta del viento a su antojo, inconsciente , con una sonrisa inocente e infantil. Una discoteque y un templo evangélico, o las dos cosas que se yo, una minera que hace trizas lo verde del cerro y me dice: “no te contradigas, este cerro herido y feo es producto del progreso, del que tu estas de acuerdo tibiamente”, un campesino también se pasea con su perro a la misma hora que unos oficinistas en el barrio Suecia disfrutan su happy hour, la ciudad quiere devorarlo todo, desde esas carcajadas ejecutivas hasta el pobre campesino que se ve arrinconado con su caballo y su perro a los aires urbanos, mas allá al otro lado del túnel unos obreros limpian la carretera de los pequeños derrumbes geológicos, los obreros miran pasar al bus con una mirada japonesa. Inexplicable, como diciendo: “¿quien dijo que este es nuestro deber?” Mas allá el campesino con sus ojotas místicas riega su siembra, cuanto aire puro respira ese gran ángel, por eso ese paisaje siempre me pilla atento, se cada rutina de este camaleónico agotamiento de la ciudad. El cielo me dice allá esta tu casa. Cerca del mar que cada día ignoras más. Ya no hay vuelta atrás parece decirme este tema que escucho absorto. Soy descendiente de esas viejas familias campesinas que migraron a la ciudad cuando el campo se arruinó, la ciudad les dio un terreno en su ombligo pero ahora no las toma en cuenta, son su incomodo cinturón. El campo no dio abasto para tanta boca y el latifundista siguió siendo el dios para el inquilino, hasta que este con su familia se marcho a la ciudad a ser obrero. Quizás con una reforma agraria seria no hubiese habido tanto campesino vomitado a las ciudades. Todos los inmigrantes como yo quedamos en galería, amando mas el pasto amarillo que los adoquines del paseo ahumada, estábamos a un paso de lo cerros , de la tierra y del caballo. Éramos el adiós de la ciudad, el pasillo final, el camino al atardecer. Ahora ya estamos mas adentro y arropados más que nunca aunque no dejando de ser un cinturón molesto para el centro santiaguino. Somos esos viejos inmigrantes que se echaron en el campo antiguo , que estiraron la Matucana hasta la Carén. Que tapizaron los pastos celebres, los cilantros y las lechugas con el cemento rudo y ardiente. Somos esa ojota campesina que se pasea buscando el horizonte infinito del campesino y se estrella con la pandereta sucia del vecino.

No hay comentarios: