martes, 11 de diciembre de 2007

Tres estados , tres dioses.



Una mosca se paró en mi mano derecha y con ese acto simple me despertó. La vi alejarse despreocupada, sin conciencia de que fue ella y su acto la que me saco de algo para instalarme en otro, más que como un simple insecto atontado por el calor era un cúmulo de pura causa. Me hizo recordar ese famoso cuadro de Dalí donde la abeja despertaba a Gala, todo un proceso zoológico en el despertar, un tránsito, una jauría amenazante que luego, tras un safari surreal se posa tenue pero molesto, se hace piel, de lo vaporoso a lo carnal, la picazón se deposita, viene el fin del “sueño con un argumento largo” y el monstruo de la vigilia comienza nuevamente.
No es casual, mientras veo la mosca como un verdadero rescatador de lo real, que en mi otra mano descuidado y arrugado, “pendiente” e “inerte” se expanda torpe un libro de Feuerbach. El libro como pura deuda de conciencia, la última palabra que leí de el quizás, y de la que no tengo conciencia, hizo el trabajo de la mosca, pero invertido, me pinchó al revés, me depositó en el sueño. A la mosca la atrajo el calor de la carne, de la vida sanguínea, el color y el olfato, al sueño lo trajo la fatiga, de cuerpo y de mente, la carne se disuelve, el color se licua. Mi mano caía torpe sobre estas palabras:

"El panteísmo, es el monoteísmo con el predicado del politeísmo: es decir el panteísmo convierte los seres independientes del politeísmo en predicados, en atributos del ser uno y autónomo. Así, Spinoza convirtió el pensar como el conjunto de las cosas pensantes, y la materia, como conjunto de las cosas extensas, en atributos de la sustancia, esto es, de Dios. Dios es una cosa pensante: Dios es una cosa extensa".


Pero mientras en el sueño de fatiga la realidad no cambia a pesar de todo lo incoherente y poco cohesionada que se demuestre, en el despertar comienza casi como una sincronía adoptada, la máquina de muerte. Como si en el sueño mi extensión no tuviera fin a pesar de que al parecer lo tiene. Parece que tomo conciencia profunda que ha muerto toda abstracción en mí. Si la hay, es una multitud subordinada al cuerpo. Todo es cuerpo, todo es carne esperando insectos que la flagelen de realidad.
Si el paso de sueño a vigilia se presenta como normal, (el hombre transita toda su vida entre ese tigre que salta y el abejón que se deposita), el estado de insomnio se presenta como algo diferente y extraño. Si el sueño lo sumerge y la vigilia lo vitaliza, el insomnio funda al sujeto.
De niño despertaba frecuentemente en las noches para ya mas no poder seguir durmiendo, el insomnio no era como un molesto síntoma previo, de incapacidad de dormir, mi insomnio era pura demanda de vigilia, era a posteriori. Ya en ese extraño estado donde ninguna causa es tal, ni ningún animal metafórico se le es permitido entrar (el despertar es pura metáfora animal) ya que el frío profundo de un extraña conciencia los congelaría. Los perros que ladraban desesperados en la madrugada perdían su substancia, su carácter de “perros”, antes el concepto en un extraño proceso se elevaba desde su sonido en un insólito mecanismo mental hacia el concepto (el ladrido excitaba el significado), el insomnio inhibe ese mecanismo donde cual trampolín saltan los conceptos excitados por los sentidos. Es como que si alguien “desenchufara la naturaleza”. Parece un génesis pervertido, una carne hecha verbo.
Si el despertar de Dalí es una caravana que explica el proceso, el insomnio es pura carroña inmóvil, que no espera nada, que no crea tiempo, que solo sujeta algo. No es casualidad que en ese extraño estado me sintiera el único ser del mundo, en condiciones de dialogar con lo único diferente a mí, Dios. Dios no fue ni es un concepto fácil, y es claro que la disposición influye en su figura. Si el ladrido nocturno nos lleva directo al concepto “perro”, el silencio eterno no eleva ningún concepto, Dios no “ladra”. La disposición del yo señala cuando es infinito.
Si el sueño me era politeísta, la vigilia panteísmo por omisión, el insomnio era puro monoteísmo fuerte y desafiante. El insomnio era “pura” realidad dialogante. Era yo despertando a una mosca.

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