Siempre he querido escribir sobre los cerros, no esos cerros que en el corazón de la ciudad se convierten rápidamente en parques por algún urbanista del siglo XIX, que ve en ellos los símbolos de la ciudad jardín que apaña un poco el carbón de la industria.. No, me refiero por el contrario a esos cerros marginales, esos cerros áridos a las afueras de la ciudad salvaje llenos de espinos, y dueños de nuestra niñez. Sin cercos, sin animales localizables, sin nada, depositados como espaldas de gigantes míticos pero que nunca se atrevieron a mitificar…
No hablo ni de montañas que por su altura e historia necesitan de especialización, ni de montes….muy espesos, inaccesibles y faunos para mostrarnos la belleza pobre y solitaria de los verdaderos cerros.
Los antiguos narraban muy bien su geografía…la han mitificado, los cerros medianos construyeron la independencia de la polis griegas, tan alejada de la teocracia despótica de los grandes valles agrícolas de los orientales. Santiago mi ciudad es una ciudad acechada por cerros. La ciudad en su explosión demográfica ha llegado a sus faldas, hoy estos cerros acosados así, pierden lo que me ha llamado profundamente la atención de ellos desde mi niñez, su silenciosa soledad, su aridez, su estampa milenaria que se impone al horizonte monótono del piso…
Cerro de su origen etimológico cirrus (o copo) que importa , escribir sobre los cerros es abandonar la investigación (¡cuando la abandonaremos por fin para siempre! ) de todos modos insisto , me fascinaron desde pequeño, y desde ese sentido soy mediterráneo , lo único que vi desde niño fue cerros, no esos cerros tan habitados con forma de anfiteatros que se encuentran en Valparaíso, que se olvidan a si mismos para dar ofrenda eterna al mar, sino cerros sofocantes que abrazan la ciudad y la aíslan , pero que no son parte integra de ella, que flotan en su periferia, que sobreviven gracias a su soledad.
Tanto fue la obsesión que después me dio por subirlos, salir a las afueras de la ciudad y romper la soledad árida de ellos y subirlos, subirlos… ¡subirlos! , jamás pensar en la bajada (error de los inexpertos) y mientras los subía el ruido del camino desaparecía y el horizonte plano, ese que te hace sentir el piso uniforme y que te acompaña durante toda tu vida, se va perdiendo. Agradecería que me ayudara con los cerros tanto un poeta como un topógrafo… San Agustín leyendo versos en su cima…y Petrarca imitando ese gesto siglos después…
Escribo sobre los cerros, los extraño, cerros pequeños solos y secos
El mar es histórico, potente, poético, pero no es mío, el mar suelta el ojo del niño poco entrenado a la inmensidad, (escribí tiempo atrás de esto en lo que llamé el efecto Rimbaud ) en mi pueblo por el contrario, los cerros siempre me dieron la impresión de vivir en medio de inmensos animales echados tras pastar, pacíficos y familiares… se sigue vivo ahora en un útero geográfico…
La escritura íntima, sin afán investigativo, es el refugio de la progresiva prostitución de la información, del aguijón académico, de la soledad artificial y objetiva de la ciencia. Los cerros sólo pueden relatarse en esta escritura familiar, que quiere más que gustar, rescatarse para uno mismo, simplemente ver que fue lo que rodeó al niño eterno atrapado en nuestra vejez creciente , lo que le tatuó el espíritu para siempre, el paisaje hegemónico, certificado, eternamente presente.
La información que manejo (y no digo conocimiento en el mas sano de los términos) es mucho mas rápida y mayor que la capacidad que tengo de pensar, en ese sentido soy un lisiado (si es que creo en la voluntad o libertad, etc.) ya que soy esclavo ilegitimo de una época, que cede, que entrega estrellas, pero no da el tiempo para digerirlas, no se alcanza nunca un firmamento en ese bombardeo continuo de luces ajenas.
Ese bombardeo es la rutina geográfica de la ciudad no hecha para pensarla, pero cuando uno se aleja un poco de esta ciudad, ve esos extraños montículos terrestres que se elevan unos pocos metros de la tierra y que por eso mismo nos invitan mentalmente al desafío no tan exigente de subirlos por unos segundos, esos segundos que dura el bus frente a su presencia mágica y sola. Subir cerros… es un poco mas dificultoso que caminar en la explanada, pero no tanto para no imaginarse en la cima sin ninguna fatiga seria …Los cerros dentro de su soledad son amigables porque son abordables …¿y que haremos luego allí en la cima? ..leer un poema , acostarnos.. mirar nuestro triste suelo que se empecina en invitarnos a volver ….callarnos por una hora seguida sin ninguna explicación , pensar en la vida superficial, la vida que no escala.
Las grandes ideas germinan en pequeños domicilios anónimos…nadie los conoce, pero pasan los siglos y esas ideas anónimas reinan sobre la faz de la tierra…los ermitaños racionales están por ahí y para mandar en el futuro es necesario que nadie los conozca… así funciona el espíritu…pero los cerros son ermitaños naturales …no mandan , no necesitan mandar …están ahí y los observamos igual que los indios del pasado , antes que llegara la racionalidad legal arriba de galeones , aunque hoy nuestra perspectiva contaminada de historia no nos deje ponernos esos anteojos chamánicos…pero sin lugar a dudas es el mismo cerro que pisaron los hombres sagrados del pasado… la polución hace de pequeño gesto, los mudables dioses inoportunan.
Y todo el arte que habla de uno gusta, por ende el arte es insignificante frente a ese gusto personal, intransferible y monstruoso...la arbitrariedad geológica es ese arte que expele cerros, y nuestro gusto absurdo, esquivando siempre lo universal, salta sobre ellos, son parte del terremoto estético que convierte un accidente natural en una obra...en un cerro. Y la creación ¡atención con esto!, no se basa en ningún origen bíblico, la creación acá esta en el ojo espiritual del gusto, la nostalgia y la historia del sujeto… El cerro es como todo lo que amamos; una proyección vaga de nuestra desesperación, que quiere a pesar de su exitoso reinado descansar, hacerse sólida, enfrentar el paisaje pensando que este existe en si mismo …gran sueño del hombre realista que lleva tanto años derrotado por el volcán abstracto de la razón.
Petrarca lo refleja en su excursión al monte Ventoux y nota claramente esa dicotomía de las experiencias fuertes con el dolor de la “silenciosa melancolía del descenso”.
Y por esto Petrarca escribe de su subida al monte Ventoux en Francia :
“…En cuanto a mí, ciertamente, todavía me quedan muchos asuntos ambiguos y penosos. Lo que solía amar, ya no lo amo; miento, lo amo pero menos. He aquí que he vuelto a mentir: lo amo, pero más vergonzosamente, con mayor tristeza; finalmente ya he dicho la verdad. Pues así como es: amo, mas lo que querría no amar, lo que desearía odiar; no obstante, amo, pero contra mi voluntad, forzado, coaccionado, con pesar y deplorándolo. Y reconozco en mí el sentido de aquel famosísimo verso: “Odiaré, si puedo; si no, amaré a mi pesar”. No han transcurrido aún tres años desde que aquella voluntad disoluta y perversa, que me dominaba del todo y reinaba en el castillo de mi corazón sin que nadie se lo opusiera, comenzó a verse reemplazada por otra, rebelde y reluctante. Entre ambas se ha entablado desde entonces una lucha agotadora, que tiene como campo de batalla mi mente, por el domino del hombre dividido que hay en mí”…
(Petrarca, carta a Dionigi da Borgo San Sepolcro, tras la subida al Monte Ventoux, el 26 de abril de 1336)
No hablo ni de montañas que por su altura e historia necesitan de especialización, ni de montes….muy espesos, inaccesibles y faunos para mostrarnos la belleza pobre y solitaria de los verdaderos cerros.
Los antiguos narraban muy bien su geografía…la han mitificado, los cerros medianos construyeron la independencia de la polis griegas, tan alejada de la teocracia despótica de los grandes valles agrícolas de los orientales. Santiago mi ciudad es una ciudad acechada por cerros. La ciudad en su explosión demográfica ha llegado a sus faldas, hoy estos cerros acosados así, pierden lo que me ha llamado profundamente la atención de ellos desde mi niñez, su silenciosa soledad, su aridez, su estampa milenaria que se impone al horizonte monótono del piso…
Cerro de su origen etimológico cirrus (o copo) que importa , escribir sobre los cerros es abandonar la investigación (¡cuando la abandonaremos por fin para siempre! ) de todos modos insisto , me fascinaron desde pequeño, y desde ese sentido soy mediterráneo , lo único que vi desde niño fue cerros, no esos cerros tan habitados con forma de anfiteatros que se encuentran en Valparaíso, que se olvidan a si mismos para dar ofrenda eterna al mar, sino cerros sofocantes que abrazan la ciudad y la aíslan , pero que no son parte integra de ella, que flotan en su periferia, que sobreviven gracias a su soledad.
Tanto fue la obsesión que después me dio por subirlos, salir a las afueras de la ciudad y romper la soledad árida de ellos y subirlos, subirlos… ¡subirlos! , jamás pensar en la bajada (error de los inexpertos) y mientras los subía el ruido del camino desaparecía y el horizonte plano, ese que te hace sentir el piso uniforme y que te acompaña durante toda tu vida, se va perdiendo. Agradecería que me ayudara con los cerros tanto un poeta como un topógrafo… San Agustín leyendo versos en su cima…y Petrarca imitando ese gesto siglos después…
Escribo sobre los cerros, los extraño, cerros pequeños solos y secos
El mar es histórico, potente, poético, pero no es mío, el mar suelta el ojo del niño poco entrenado a la inmensidad, (escribí tiempo atrás de esto en lo que llamé el efecto Rimbaud ) en mi pueblo por el contrario, los cerros siempre me dieron la impresión de vivir en medio de inmensos animales echados tras pastar, pacíficos y familiares… se sigue vivo ahora en un útero geográfico…
La escritura íntima, sin afán investigativo, es el refugio de la progresiva prostitución de la información, del aguijón académico, de la soledad artificial y objetiva de la ciencia. Los cerros sólo pueden relatarse en esta escritura familiar, que quiere más que gustar, rescatarse para uno mismo, simplemente ver que fue lo que rodeó al niño eterno atrapado en nuestra vejez creciente , lo que le tatuó el espíritu para siempre, el paisaje hegemónico, certificado, eternamente presente.
La información que manejo (y no digo conocimiento en el mas sano de los términos) es mucho mas rápida y mayor que la capacidad que tengo de pensar, en ese sentido soy un lisiado (si es que creo en la voluntad o libertad, etc.) ya que soy esclavo ilegitimo de una época, que cede, que entrega estrellas, pero no da el tiempo para digerirlas, no se alcanza nunca un firmamento en ese bombardeo continuo de luces ajenas.
Ese bombardeo es la rutina geográfica de la ciudad no hecha para pensarla, pero cuando uno se aleja un poco de esta ciudad, ve esos extraños montículos terrestres que se elevan unos pocos metros de la tierra y que por eso mismo nos invitan mentalmente al desafío no tan exigente de subirlos por unos segundos, esos segundos que dura el bus frente a su presencia mágica y sola. Subir cerros… es un poco mas dificultoso que caminar en la explanada, pero no tanto para no imaginarse en la cima sin ninguna fatiga seria …Los cerros dentro de su soledad son amigables porque son abordables …¿y que haremos luego allí en la cima? ..leer un poema , acostarnos.. mirar nuestro triste suelo que se empecina en invitarnos a volver ….callarnos por una hora seguida sin ninguna explicación , pensar en la vida superficial, la vida que no escala.
Las grandes ideas germinan en pequeños domicilios anónimos…nadie los conoce, pero pasan los siglos y esas ideas anónimas reinan sobre la faz de la tierra…los ermitaños racionales están por ahí y para mandar en el futuro es necesario que nadie los conozca… así funciona el espíritu…pero los cerros son ermitaños naturales …no mandan , no necesitan mandar …están ahí y los observamos igual que los indios del pasado , antes que llegara la racionalidad legal arriba de galeones , aunque hoy nuestra perspectiva contaminada de historia no nos deje ponernos esos anteojos chamánicos…pero sin lugar a dudas es el mismo cerro que pisaron los hombres sagrados del pasado… la polución hace de pequeño gesto, los mudables dioses inoportunan.
Y todo el arte que habla de uno gusta, por ende el arte es insignificante frente a ese gusto personal, intransferible y monstruoso...la arbitrariedad geológica es ese arte que expele cerros, y nuestro gusto absurdo, esquivando siempre lo universal, salta sobre ellos, son parte del terremoto estético que convierte un accidente natural en una obra...en un cerro. Y la creación ¡atención con esto!, no se basa en ningún origen bíblico, la creación acá esta en el ojo espiritual del gusto, la nostalgia y la historia del sujeto… El cerro es como todo lo que amamos; una proyección vaga de nuestra desesperación, que quiere a pesar de su exitoso reinado descansar, hacerse sólida, enfrentar el paisaje pensando que este existe en si mismo …gran sueño del hombre realista que lleva tanto años derrotado por el volcán abstracto de la razón.
Petrarca lo refleja en su excursión al monte Ventoux y nota claramente esa dicotomía de las experiencias fuertes con el dolor de la “silenciosa melancolía del descenso”.
Y por esto Petrarca escribe de su subida al monte Ventoux en Francia :
“…En cuanto a mí, ciertamente, todavía me quedan muchos asuntos ambiguos y penosos. Lo que solía amar, ya no lo amo; miento, lo amo pero menos. He aquí que he vuelto a mentir: lo amo, pero más vergonzosamente, con mayor tristeza; finalmente ya he dicho la verdad. Pues así como es: amo, mas lo que querría no amar, lo que desearía odiar; no obstante, amo, pero contra mi voluntad, forzado, coaccionado, con pesar y deplorándolo. Y reconozco en mí el sentido de aquel famosísimo verso: “Odiaré, si puedo; si no, amaré a mi pesar”. No han transcurrido aún tres años desde que aquella voluntad disoluta y perversa, que me dominaba del todo y reinaba en el castillo de mi corazón sin que nadie se lo opusiera, comenzó a verse reemplazada por otra, rebelde y reluctante. Entre ambas se ha entablado desde entonces una lucha agotadora, que tiene como campo de batalla mi mente, por el domino del hombre dividido que hay en mí”…
(Petrarca, carta a Dionigi da Borgo San Sepolcro, tras la subida al Monte Ventoux, el 26 de abril de 1336)
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