lunes, 10 de enero de 2011

Diario


Jean-Michel Basquiat . Autorretrato (1983)




Hago actas de mis observaciones, en momentos donde la vida necesita mantenerse a costa de actas, porque no hay nada espontáneo, nada hermoso para prescindir de los registros nerviosos. Ni pensar que esto sea literatura, jamás. Sólo observo. Me enamoro de las cosas y luego la escritura les ofrece una humilde consideración.


Los detalles, los pequeños gestos, las grandes conductas del mirar…el jeans con un cierre en la pantorrilla que me hace reconocer a esa mujer que confirma toda la importancia que radica en acordarme de ella y que desafía a las coincidencias.

Las coincidencias poseen jerarquías, algunas pueden ser de orden numérico, las más simples , otras de orden espacial, encontrarnos con un amigo en un lugar recóndito por ejemplo, pero encontrarla nuevamente donde la encontré, posee una jerarquía tan alta en el grado de coincidencia que es imposible no pensar ya que no pertenece a una simple coincidencia y se vuelve de pronto, en el regazo simbólico de nuestro loco pensamiento, en algo misterioso. Esto porque no es el “encontrarla” lo que propone una coincidencia sino el objeto por el que la encuentro, un cierre en la pantorrilla de su pantalón que había observado con detenimiento horas antes. El lugar no es causa de la coincidencia, el objeto preliminar, el cierre del jeans sí , y que precisamente adquiere todo su sentido cuando se ajusta al ángulo de reojo que me permite reconocerla cuando paso rápido a su lado, el mundo se suspende, el cierre esta ahí , lo observado, mi caza mental , ahora en otro lugar y en otro tiempo, el cierre se ilumina, es lo único del mundo , ya no es una cosa , una magia que no pedí asalta.


La mujer posee una fisonomía extraña a este siglo. Su rostro no es de aquí, su rostro tiene un acento, un tono (un cansancio a veces) y una belleza extraña. Ha caído en este siglo, y se ha adaptado a regañadientes. Las facilidades de comunicación le han brindado por lo menos un alivio, se ha dedicado a un extraño pasatiempo: “saber”. Eso le ha hecho olvidar que no es de este siglo e incluso a creer que “pertenece” a este siglo, su gusto se electrifica, pasa la prueba, sobrevive, jamás se enterará que no es de acá. Ha padecido quizás lo que Marguerite Duras llamó La maladie de la mort. El mal de muerte, pensar el Amor como un gran contrato y embellecerlo (para desentenderse de su estructura contractual) ¿o sólo se entrega? , ¿confiando en los marineros de invierno cuando el rumbo sólo se cartografía con imaginación? ¿Qué es el amor para ella?

Ella está en desventaja, mientras la observo ella no tiene la menor intención en observarme. Jamás vera que mis zapatos son únicos , que mi rostro se demacra día a día, jamás prestara atención a mi desesperada forma de vivir , es decir a fingir disciplinadamente una forma atractiva de inteligencia que sin embargo no tiene público alguno. Ella jamás observara esto, porque contaminaría sus objetos, su ropa al levantarse, su maquillaje, su peinado, haría racional algo que por nada del mundo puede serlo. Ella perdería su belleza de otro siglo para convertirse en un sujeto de estudio. Por eso es importante que jamás me observe y que sin embargo sea observada junto al mundo. Ignoro quién es ¿habla francés? ¿Ha hecho sufrir más de lo que le han hecho sufrir? ¿Piensa cotidianamente en esa ecuación? ¿Ha leído a Georg Trakl? ¿Qué come?¿Qué piensa del mundo? ¿Cree en dios? ¿Se emborracha? ¿Cómo llamaba a su novio? ¿Que hará con la muerte? ¿Ha llorado con un paisaje o quizás con Debussy?

Y sigo observando el mundo en vez de divertirme, cosa que algún día traerá malas consecuencias…Una niña sudada y gorda a la orilla de la pista de baile que ni siquiera disimula su tristeza, un álamo en la cancha provinciana que vi por primera vez hace treinta años y ahora imponente pero cansado, se me presenta nuevamente tan solemne como en la niñez , y le quita todo protagonismo al fútbol, que era la prioridad de ese escenario. Yo crecía y el álamo también , ¿estaba ahí durante estos treinta años sin mí ?...lo dudo. Sólo aparece cuando lo miro , cuando lo pienso, cuando hago la ligazón emocional de mi niñez , sin esa ligazón no hay árbol.

Todas pero absolutamente todas las relaciones humanas y las relaciones con las cosas ya están pensadas antes por mí y el resultado siempre no es lo que se muestra a simple vista (o lo que se quiere mostrar). Lo sucio no es lo sucio tal como lo conocemos, lo sucio es confiar en demasía que los objetos de nuestros actos son puros, una amistad por ejemplo, un baile, una cita…una coincidencia maquillada. Ocultar la intencionalidad, que siempre es inconsciente, es ocultarnos. Hay que seguir ocultos, para no ensuciar eso oculto.

Pero confesémoslo, nada más molesto para una mujer que una analista a tiempo completo a su lado. Las jerarquías de las coincidencias permiten ganar tiempo, hacerse asombroso, caer en místicas que nuestro ser nunca podría maquinar y que sólo la embriaguez de la vida nos regala, para que, mediante algunos trucos sincrónicos parezcamos atractivos, queribles y especiales.
Pero no hay tal sincronía. No hay A que desemboque en B, hay un sujeto que ordena (por medio de una desesperación gnoseológica) y cree que A se relaciona necesariamente con B y no sólo se relaciona sino que lo causa… En esa causa mental depositamos todas nuestras esperanzas, pero de pronto nos damos cuenta que esas asociaciones tan lógicas, podrían ser tan arbitrarias que mientras observo ese cierre en el pantalón, (donde surge toda esperanza que este mundo sea mágico), me doy cuenta que es una cosa, que no me habla, que no significa nada, que cumple una función práctica en la cual no estoy considerado. Es la pobre niña que ignora el baile pero a su vez lo que más desea es bailar. Es el álamo invisible frente a los cientos de jugadores de fútbol que han corrido por años a su lado , pero que nunca lo han observado.

Me doy cuenta de que efectivamente impulso relaciones con vigor, pero sin embargo, no se mantener el fulgor de una ley, un mundo ordenado donde los cierres de jeans se revelan semióticamente buscando mi explicación. Soy inválido para la contención de las esperanzas y coincidencias. Y cuando al fin el mundo se disfraza de magia, reconozco con vergüenza lógica que no hay tal magia. La niña en la pista de baile se marcha, el álamo cae, el cierre del jeans pierde su signo y se rompe. Todo sigue hermosamente vacío.

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