«Por salud entiendo el poder llevar una vida plena (...) Y también quiero trabajar. ¿En qué? Quiero vivir de un modo que pueda trabajar con las manos, el sentimiento y la cabeza. Y que de todo eso, como expresión de todo ello, surja mi escritura».
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“Me pregunto por qué debe ser tan difícil ser humilde. No creo ser una buena escritora; me doy cuenta de mis fallas mejor que cualquier otra persona. Sé exactamente dónde fallo. Y sin embargo, cuando he terminado una historia y he empezado otra, me sorprendo a mí misma componiendo mis plumas. Es desalentador. Parece haber algún orgullo malo en mi corazón; una raíz que saca un grueso vástago a la menor provocación... Esto interfiere mucho con mi obra. No se puede ser calmo, claro, bueno como se debe, mientras eso dura. Miro las montañas, trato de orar y pienso en algo inteligente. Es una especie de excitación interior, que no debería ser. Cálmate. Despéjate . Todo lo que escriba en este estado de ánimo no será bueno; estará cargado de sedimento. Si estuviese bien, saldría sola y me sentaría bajo un árbol. Se debe aprender, se debe practicar olvidarse de uno mismo. (...)”
(Katherine Mansfield, Diarios)
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