jueves, 9 de diciembre de 2010

Diario




Pensando en ese sentimiento extraño cuando uno nota que supera al padre, como judío medianamente adinerado Freud lo sintió en su viaje a Atenas, cada uno lo ha sentido de diferente forma, dependiendo de lo que hay que vencer, en mi caso el día que decidí no avergonzarme de que leía y de ocultar mis constantes visitas a la biblioteca (las cuales no eran mencionadas sino con el nombre de visitas a cualquier otro lugar) ¿que había frente al padre? Misericordia y culpa por superarlo. Nuestra economía psíquica lo predispone así y está dispuesta arruinarnos cualquier panorama cultural en función de superar al padre. Los hijos de comerciantes somos eminentemente compasivos cuando vivimos de la cultura y despreciamos lo que nos solvento esa devoción, nuestros padres no han vivido de ella y hemos hecho todo lo posible por no herirlos. Por esto a “Dios”, el gran padre ilusorio, le hemos tratado de esa misma forma, tememos superarle y es en ese temor en que se sustenta nuestro constante temblor al cielo vacío. Por compasión con el creador es que no le superamos… y el que se atreva no tardará en ser castigado.



“Pero aquí nos cae en las manos la solución de un pequeño problema, el de saber por qué nos estropeamos ya en Trieste el contento por el viaje a Atenas. Tiene que haber sido porque en la satisfacción por haber llegado tan lejos se mezclaba un sentimiento de culpa; hay ahí algo injusto, prohibido de antiguo. Se relaciona con la crítica infantil al padre, con el menosprecio que relevó a la sobrestimación de su persona en la primera infancia. Parece como si lo esencial en el éxito fuera haber llegado más lejos que el padre, y como sí continuara prohibido querer sobrepasar al padre... Nuestro padre había sido comerciante, no había ido a la escuela secundaria, Atenas no podía significar gran cosa para él. Lo que nos empañaba el goce del viaje a Atenas era entonces una moción de piedad. Y ahora ya no le asombrará a usted que el recuerdo de la vivencia en la Acrópolis me frecuentara desde que, anciano yo mismo, me he vuelto menesteroso de indulgencia y ya no puedo viajar” (Freud, Sigmund, “Una perturbación del recuerdo en la Acrópolis, en una carta a Romain Rolland )



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3 comentarios:

Francesc Cornadó dijo...

La superación del padre es la madurez. El complejo de Edipo constituye uno de sus motores. Luego, más adelante, desde la madurez, relativizamos y nos damos cuenta que la superación es bien poca cosa, tan poca cosa como el progreso de la civilización.

No puedo dejar de citar a Horacio (Odas 3,6,46)

Aetas parentum, peior avis, tulit nos nequiores, mox daturos progeniem vitiosiorem.

La edad de los padres, peor que la de los abuelos, nos engendró a nosotros, aún más malvados y destinados a tener una descendencia más degenerada.


Salud

Francesc Cornadó

Francesc Cornadó dijo...

A propósito de la frase de Voltaire que figura en la cabecera, coincido -siempre coincido con este neoclásico admirado. Está claro que "algunos" se ocupan de que no nos aburramos -panem et circenses. Todos somos espectadores de este circo global.

Salud


Francesc Cornadó

Francesc Cornadó dijo...

La contemplación de las grandes obras de arte, ahí el Partenon, incita a reflexiones de este calibre.
De todas maneras y reflexiones a parte, lo que queda son las nobles piedras.

Salud