martes, 14 de septiembre de 2010

Una tarde con Jean-Marie Guyau



Después de una lección de Kant uno sale con una sensación de pesadez espiritual, decaimiento y falta de voluntad , a pesar de que él nos ha enseñado todo lo contrario , autonomía, libertad, razón, sin embargo uno se siente melancólicamente una nada ordenada, que poco tiene que hacer a pesar de que somos con él a su vez legisladores, jueces y acusados simultáneamente . La abstracciones mentales debilitan y por mas que vengan con ropajes de razón burguesa solo consigue uno entristecerse en el orden puro , imperativo, de la ausencia total de carne.

Aunque no se puedan lanzar nos apedrea con noumenos e imperativos que en sincronía con nuestro entendimiento, nos tejerán la red del cual el cristianismo vacunado de gnoseología, retumba ahora poderoso y puede entrar con solemnidad, no sólo en casa de los leprosos y prostitutas, sino en los salones de clases.

Pero de pronto surgen esos milagros ecológicos en los tristes mares geométricos del apriorismo. Estos milagros quieren olvidar el “deber” que de tan humano se volvió abstracto, y por ende sobrevuela lejos a pesar de que los deberes mismos le soplan al oído. El milagro rompe la necesidad de la naturaleza para la educación espiritual , es tan artístico como inútil.

Me encuentro con la grata sorpresa de un espíritu “anómico”, Jean Marie Guyau . Otro joven mártir, que al igual que Michelstaedter que tras entregar su tesis de filosofía no encontró mejor coronación que pegarse un tiro en su cerebro concreto y biológico (que quizás unos minutos antes era abstracto y lógico pero que con la bala igual explotó), y a los que sólo hay que entenderlos en sus escritos juveniles, por ende muy vivaces y contrario a deberes fuera de la voluntad individual, ya que no supieron ser mas que jóvenes. Y un joven aunque crea en la eternidad , no dejara esta de ser un aliciente a la risa de su propia estética. Guyou murió a mi edad actual . Y yo no me siento mas vivo que él escuchando las sirenas de los imperativos.


Guyau no pretende llegar intelectualmente a las alturas de Nietzsche, ese perro aristócratamente inaccesible e hiriente en que se convierte trotando por las antipáticas alturas del yo, ese yo que prefiere desnudarse y convertirse en una bola de nieve de voluntad, y mientras desciende arrasando la montaña que le prestó la pendiente, se engaña en que tiene poder, y que además al parecer, nunca pagó lo que le debió en materia de investigación moral a nuestro joven filósofo francés. Guyau, sólo apeló a una emancipación de ese vacio abstracto de la ley moral kantiana. Esa costumbre que quiere ser triángulo, ese respeto que no quiere ser sensación. A ese rechazo absoluto a la experiencia moral. En suma a ese deber geométrico que Kant quería hacer humano. Y que de tan humano no tenía que ver en nada con los hombres. Una respuesta a esas tardes anodinas tras una lección de Kant.

La pluralidad , el individuo y la historia, son una ensalada que se define por cuanto ácido tolera antes de convertirse en una bola podrida, en que todo en el de orgánico configura una fluidez constante, y que no acepta la permanencia universal de ninguna figura legal alemana. (Como el axioma que nos dice, algo es universal solo si surge en Alemania)


Este joven francés alegra las melancólicas tardes aprioris , donde la humanidad, concepto latino, necesario, que abraza al hombre tanto como para sacrificarlo, se inunda de belleza. No es un filósofo , es un artista , y si juzgamos los títulos de ambas aristas del pensar como por ejemplo la perfecta “fundamentación de la metafísica de las costumbres” de Kant , que al final te pide ser mártir de las pasiones , que te restriega lo inconcebible , que goza con el deber que no puedes cumplir, frente a un “Esbozos de una moral sin sanción ni obligación” de Jean Marie Guyau que nos canta una moral muy paciente , que pareciese disfrutar la candidez del hombre sin deberes que sin embargo tapiza una moral con sus propias tablas. Guyau nos dice :“La verdad puede esperar; con juventud perpetua e indestructible, tiene la seguridad de que ha de llegar el día en que será reconocida y bien estimada”.

Si Kant en su moral quiere un triángulo, Guyau no se niega y también puede tener la misma petición, pero en vez de respetar con severidad cristiana lo apriorístico del triángulo como el pietista Kant, se ve a él mismo gozando de su dibujo del triángulo.



"Se sabe lo que ocurrió a A. de Musset en su juventud (se cuenta el mismo caso de Merimée). Un día en que, después de haber sido severamente reprendido por una travesura infantil, se marchaba llorando, muy arrepentido, oyó a sus padres, a través de la puerta, que decían: El pobre niño se cree muy criminal. El pensamiento de que su falta no tenía nada de serio y que sus remordimientos eran una chiquillada, lo hirió vivamente. Ese pequeño hecho se grabó en su memoria para no borrarse jamás. Lo mismo le ocurre hoy a la Humanidad; si llega a imaginarse que su ideal moral es infantil, variable según el capricho de las costumbres, que el fin y la materia de gran cantidad de deberes son pueriles, supersticiosos, se verá obligada a reírse de sí misma, a no poner más en la acción esa seriedad sin la cual desaparece el deber absoluto. ".(Esbozos de una moral sin sanción ni obligación, Jean Marie Guyau)


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1 comentario:

Jesús de la Palma dijo...
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