Los terremotos son una catástrofe, pero no nos paraliza, de este no se hace una reflexión filosófica…pero ¿Quién necesita una reflexión filosófica para un fenómeno natural a estas alturas de la historia?….El terremoto sólo nos mueve a la gestión, a la denuncia arquitectónica, a la crítica del capitalismo aberrante que desmantela a los países del tercer mundo. Pues bien, para los actos humanos y voluntades sí se necesita una reflexión, es mas el holocausto judío, por ejemplo, ha derramado miles y miles de páginas de estupor filosófico, ético y literario. La voluntad todavía asombra, por que se ve separada de la naturaleza. Pero un terremoto no. No fue siempre así, el terremoto de Lisboa en 1755 impresionó tanto a los ilustrados que los hizo reflexionar filosóficamente. El optimismo Europeo comenzaba a decaer.
La llamada teodicea es algo que todos hemos buscado alguna vez en la desesperación juvenil; una explicación racional de la actuación y presencia del mal en la tierra (a pesar) de la existencia de Dios. Esto fue lo primero que indignó a Voltaire que en parte dedica su escrito Cándido a este hecho y especialmente un poema titulado: "Poema sobre el desastre de Lisboa o examen de este axioma: todo está bien”. El “todo esta bien” es una ironía a cierta filosofía imperante en esa época que encontraba a este mundo el mejor de los mundos posibles ( La clásica Tesis de Leibniz) .Portugal era un país confesional ¿Por qué sucede una catástrofe que habla de 100000 muertos, por lo demás profundamente inocentes?. ¿Que pasa con el mejor de los mundos posibles? Voltaire en su poema nos dice:
[…] “La naturaleza queda muda, en vano se le interroga;
necesitamos de un Dios que hable al género humano.
A él le pertenece explicar su obra,
consolar al débil, iluminar al sabio.
El hombre, a la duda, al error, entregado si él,
en vano busca cañas en donde apoyarse.
No me dice Leibnitz por qué nudos invisibles,
en el mejor ordenado de los posibles universos,
un desorden eterno, un caos de desgracias,
a nuestros vanos gozos mezcla reales dolores.
Tampoco dice por qué inocente y culpable.
Padecen por igual ese mal inevitable
tampoco concibo cómo todo quedaría bien:
como doctor soy ¡Ay de mí! Y nada sé.
¿Qué puede pues el espíritu en toda su amplitud?
Nada: el libro de la suerte a nuestros ojos se cierra.
El hombre, extraño para sí mismo, del hombre está ignorado
¿Qué soy, en dónde estoy, a dónde voy y de dónde vengo?
Atormentados átomos encima de ese montón de lodo,
engullidos por la muerte y juguetes de la suerte,
pero átomos pensantes, átomos cuyos ojos
por el pensamiento guiados, del cielo han tomado la medida;
en el seno del infinito, nuestro ser levantamos,
incapaces, siquiera un momento, de vernos y conocernos.
Este mundo, ese teatro de orgullo y de error,
lleno está de infortunados que hablan de felicidad.
Todo se queja, todo gime buscando el bienestar:
nadie quisiera morir, nadie quisiera renacer.
A veces, en nuestros días dedicados a los sufrimientos,
con la mano del placer enjugamos nuestros lloros;
mas el placer toma su vuelo, y tal sombra, pasa;
nuestras penas, nuestros pesares, y pérdidas, sin número quedan.
Para nosotros el pasado sólo es un triste recuerdo;
El presente es horrendo, si no hay porvenir,
si la noche de la tumba el ser que piensa, destruye
un día todo estará bien, he allí nuestra esperanza
hoy todo está bien, he allí la quimera
los sabios me engañaban, y sólo Dios tiene razón”.
necesitamos de un Dios que hable al género humano.
A él le pertenece explicar su obra,
consolar al débil, iluminar al sabio.
El hombre, a la duda, al error, entregado si él,
en vano busca cañas en donde apoyarse.
No me dice Leibnitz por qué nudos invisibles,
en el mejor ordenado de los posibles universos,
un desorden eterno, un caos de desgracias,
a nuestros vanos gozos mezcla reales dolores.
Tampoco dice por qué inocente y culpable.
Padecen por igual ese mal inevitable
tampoco concibo cómo todo quedaría bien:
como doctor soy ¡Ay de mí! Y nada sé.
¿Qué puede pues el espíritu en toda su amplitud?
Nada: el libro de la suerte a nuestros ojos se cierra.
El hombre, extraño para sí mismo, del hombre está ignorado
¿Qué soy, en dónde estoy, a dónde voy y de dónde vengo?
Atormentados átomos encima de ese montón de lodo,
engullidos por la muerte y juguetes de la suerte,
pero átomos pensantes, átomos cuyos ojos
por el pensamiento guiados, del cielo han tomado la medida;
en el seno del infinito, nuestro ser levantamos,
incapaces, siquiera un momento, de vernos y conocernos.
Este mundo, ese teatro de orgullo y de error,
lleno está de infortunados que hablan de felicidad.
Todo se queja, todo gime buscando el bienestar:
nadie quisiera morir, nadie quisiera renacer.
A veces, en nuestros días dedicados a los sufrimientos,
con la mano del placer enjugamos nuestros lloros;
mas el placer toma su vuelo, y tal sombra, pasa;
nuestras penas, nuestros pesares, y pérdidas, sin número quedan.
Para nosotros el pasado sólo es un triste recuerdo;
El presente es horrendo, si no hay porvenir,
si la noche de la tumba el ser que piensa, destruye
un día todo estará bien, he allí nuestra esperanza
hoy todo está bien, he allí la quimera
los sabios me engañaban, y sólo Dios tiene razón”.
Voltaire interpela a los filósofos –científicos de esa era, somos seres pensantes, sintientes, la necesidad universal no nos compete mientras suframos. Pero observemos la reacción filosófica de Kant (que escribe un ensayo que habla de este impacto y que precisamente se llama “Historia y descripción natural de los fenómenos más notables del terremoto que ha sacudido a finales de 1755 gran parte de la tierra y Otras consideraciones sobre los terremotos registrados desde hace algún tiempo") esta reflexión es profundamente distinta a la del sombrío panorama de Voltaire y probablemente muy cercana a la explicación que daríamos hoy a cualquier fenómeno sísmico:
"¿Verdaderamente no sería mejor juzgar así: era necesario que de vez en cuando se produjeran terremotos sobre la tierra, pero no era necesario que nosotros construyéramos altivas casas sobre ella?... El hombre tiene que aprender a conformarse en la naturaleza, pero quiere que ella tenga que conformarse con él."
A pesar de que la explicación es moderna su espíritu es distinto. La naturaleza es amoral y el fin del hombre supera el simple deseo de los sentidos. La ciencia quita el respeto exasperado que Voltaire siente por el hombre y lo deja a merced de fuerzas que lo superan. Estas fuerzas en el ilustrado no son un caos, son un ordenamiento de un hacedor que nos deja sólos a merced de ellas, pero también con la potente oportunidad de “conocerlas”. El animal sufre pero no se lamenta (precisamente dentro de los fenómenos naturales el terremoto es uno de los que menos daño hace al reino animal).
El terremoto de Lisboa dio rienda suelta a la literatura polémica de la Teodicea por que realmente el hombre antiguo nunca pudo desentenderse de su antropocentrismo. Se habla que el Renacimiento descubre este antropocentrismo. Es conveniente precisar, mientras la idea de plan divino y providencia existía, es decir, se insertaba en un sistema teocentrista, este estaba planificado para un ser , el humano, en este sentido el mundo cristiano medieval era profundamente antropocentrista ya que se sentía heredero y actor de ese plan (aunque no de su control, el ser humano no era conductor pero era actor, esto no lo exime que se sienta centro de preocupación externa).
Cuando la ciencia y la filosofía moderna irrumpen nos dejan a solas con naturaleza. El antropocentrismo muere y la única herramienta que podemos oponerle es el conocimiento, pero sabemos que con este no basta. El poema de Voltaire no es solamente una protesta a una cosmogonía de la retribución divina, sino una agonía de la soledad de la conciencia, del porvenir de la objetividad que nos ignora. Al rechazar a Dios, Voltaire también inconcientemente pide uno. Un terremoto no puede ser cruel. Voltaire no es que desconozca el plan deísta tan importante para los ilustrados sino que no deja de lamentarse por el individuo, por la inocencia que muere conciente. Conciencia y mecánica se contraponen. Los sentidos, fortificaciones de nuestra vida, no pueden inmiscuirse en este diseño, padecer una catástrofe es sólo un accidente del universo. Voltaire se sulfura, Kant se relaja. Leibniz sonríe , no han movido suficientemente su teoría (a pesar de cambiar el foco de la dependencia del mundo, en vez del deseo de dios pensemos en leyes, el orden de los fenómenos para Kant no son a priori como Leibniz dice, sino a posteriori, en suma el mal no existe y la posibilidad de una teodicea es un problema mal enfocado).
Cuando abandonados nos sentimos del cobijo celestial, (cuando en realidad la modernidad nos muestra que nunca estuvimos cobijados) al Hombre no le quedo otro camino que conocer. La historia al contrario de lo que se cree olvido al hombre, lo ubicó en una taxonomía más. La paradoja que se instala acá es que nace así la suprema independencia de voluntad moral. Ahora las catástrofes que nos dejan impactados se refieren a las de la voluntad humana. Se revierten los papeles, mientras Cartago era exterminado hasta sus cimientos por los romanos, o los Aztecas mexicanos sacaban corazones a pueblos enteros, estos fenómenos nunca fueron sujeto de escándalo o daño “filosófico”, es más mientras mas atacaba la naturaleza más sacrificios se hacían. La moral aún no era terremoto. En cambio para el ilustrado Voltaire, atrapado en la poesía de los sentidos, el terremoto aún era un asunto de indignación moral.
Lisboa sacudió el pensamiento ilustrado, Auschwitz el pensamiento existencialista posmoderno. Hay una catástrofe: el corazón se divide. ¿Lloramos, pedimos o conocemos?
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