“Estoy cansado de este ser mediocre, sin porvenir y sin confianza en el porvenir, de este ser al que tengo forzosamente que llamar: «yo», puesto que no puedo separarme de él. Me obsesiona con sus tristezas y sus penas; lo veo sufrir y ni siquiera soy capaz de consolarlo. Ciertamente soy mejor que él, puedo hablar de él como si se tratara de un extraño, pero no comprendo las razones que me hacen su prisionero. Y lo más terrible, quizás, es que los demás no conocerán de mí más que a ese personaje en lucha con la vida. Ni siquiera puedo desear su muerte, ya que cuando muera, moriré yo con él…”
“A menudo he pensado con tristeza que un alma verdaderamente hermosa no alcanzaría la gloria, porque no la desearía. Esta idea me desengaña de la gloria y del genio. Creo que el genio no es más que una elocuencia particular, un don ruidoso de expresarse”.
“Me quedaban las noches. Me concedía, cada noche, unos minutos de música para mí solo. Es cierto que el placer solitario es un placer estéril, pero ningún placer es estéril cuando nos reconcilia con la vida. La música me transporta a un mundo en donde el dolor sigue existiendo, pero se ensancha, se serena, se hace a la vez más quieto y más profundo, como un torrente que se transforma en lago”.
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