lunes, 13 de julio de 2009

Kafka, Diarios (1910-1913)



“… a mi jefe, cuando trata conmigo asuntos de la oficina (hoy el archivador), no puedo mirarle mucho rato a los ojos sin que, contra mi voluntad, aparezca mi mirada una leve amargura, que desvía su vista o la mía. Su mirada, de un modo más pasajero pero más frecuente, porque él no es consciente del motivo, cede al impulso de desviarse hacia otra parte, aunque inmediatamente él hace que vuelva a dirigirse a mí, porque considera el conjunto como una simple fatiga momentánea de sus ojos. Yo me defiendo contra ello con mayor energía, acelero por tanto el desplazamiento en zigzag de mi vista, la deslizo preferentemente a lo largo de su nariz y hacia las sombras de sus mejillas; mantengo a menudo el rostro vuelto hacia él sólo con ayuda de mis dientes y de la lengua en la boca los ojos, pero nunca más abajo de su corbata; sin embargo, mi mirada adquiere inmediatamente toda su plenitud, cuando él desvía los ojos y yo le sigo con precisión y sin consideración.”

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