“Dos o tres noches más tarde fueron al cine a ver Rocco y sus hermanos, una película por la que competían con un fanatismo salvaje. ¿Cuántas veces la habían visto ya? ¿Doce? ¿Diecisiete? Unos segundos antes de llegar a la escena con Annie Girardot y Delon en el techo de la catedral –la escena en la que Rímini perdía el control y lloraba como un chico–, Sofía lo miró apenas, como escrutándolo en la oscuridad, y antes de que Rímini se desmoronara le acercó una mano abierta a la nuca y la mantuvo allí unos segundos, irradiando su calor, como uno de esos sanadores que no necesitan hacer contacto con el cuerpo para curarlo. Habían reemplazado el consuelo por la prevención. La escena pasó, Annie Girardot se echó a correr por la terraza, Delon la persiguió, los dedos de Sofía temblaron apenas junto a la nuca de Rímini y Rímini, por supuesto, no lloró. No lloró esa vez ni volvió a llorar nunca, y Rocco quedó tragada en esa noche terrible. Habían alcanzado una rara forma de perfección. Vivían en el interior de un interior, uno de esos ecosistemas que reproducen por medios artificiales, entre cuatro paredes, detrás de un gigantesco tabique de cristal, para que los visitantes puedan admirar su realismo, la temperatura y la humedad y la presión y la fauna y la flora de medioambientes exóticos …Lo habían hecho todo. Se habían desflorado y raptado de sus respectivas familias; habían vivido y viajado juntos; juntos habían sobrevivido a la adolescencia y luego a la juventud y asomado la cabeza a la vida adulta; juntos habían sido padres y llorado al muerto diminuto que nunca llegaron a ver; juntos habían conocido maestros, amigos, idiomas, trabajos, placeres, lugares de veraneo, decepciones, costumbres, platos raros, enfermedades –todas las atracciones que podía ofrecerles una versión prudente pero versátil de esa mezcla de sorpresa y fugacidad que se llama normalmente vida, y de cada una habían conservado algo, el rastro singular que les permitía recordarla y volver a ser por un momento los mismos que la habían experimentado. Y para que la colección estuviera completa, completa definitivamente, ellos mismos agregaron la pieza cumbre: la separación….” (Alan Pauls. El Pasado)
El silencio de los amantes cuando realmente sienten que están felices…Nadie los ve ni nadie puede oírlos, ellos no necesitan el mundo, de hecho queman su mundo con un arrebato romano…y se arrojan a la empresa más maniática de la vida…el deseo irrefrenable de amor…El silencio para ellos no es tal , ya que es un baile de trompetas y tambores, el mundo no los percibe, los tiempos se disfrazan y ellos en el total anonimato social intentan sentir lo que han imaginado por años …ese silencio es un placer que no se teoriza, jamás surgirá una pregunta del tipo “si el amor existe o no” , sino que con el mundo ardiendo ellos solo se dedican a danzar en su fuego …Los teóricos desafortunados que están fuera y se ahogan en el mundo, podrán verificar o decepcionarse frente a las preguntas del amor, los amantes por el contrario entraran en la exquisita ceguera de lo “inexpresable”. Lo peligroso es que cuando desistan del fuego, se separen y vuelvan a requerir del mundo, lo “inexpresable” será el obstáculo del recuerdo, no sabrán nada de lo que pasó, si es que pasó, o si dejó de pasar, sumidos en los peligros espirituales del mundo, buscaran una explicación, una añoranza, una fotografía del estado de su fuego y no habrá nada. Esta falta de explicación no es un silencio, por el contrario, es el profundo grito del frío del mundo al que han vuelto… Es la lengua cercenada del eros que sin embargo debe enfrentarse a una multitud reclamando un discurso…
"¿Por qué siempre estás triste?, le pregunté. No estoy triste. Sí que lo estás. No se trata de eso, me dijo. Me dijo que en su opinión la gente vive años y años, pero que en realidad es sólo en una pequeña parte de esos años cuando vive de verdad, y esto es en los años en que consigue hacer aquello para lo que nació. Entonces, en ese momento, es feliz, el resto del tiempo es tiempo que se pasa esperando o recordando. Cuando esperas o recuerdas, me dijo, no estás ni triste ni feliz. Pareces triste, pero se trata únicamente de que estás esperando o recordando. No está triste la gente que espera, ni tampoco la que recuerda. Simplemente, está lejos..." (Alessandro Baricco. Esta Historia)
A Schopenahuer le molesta todo (menos Kant y Buda) especialmente odia a Hegel con todas su fuerzas que para él es una teología soterrada … hay que buscarle su lado ingenuo…medita demasiado sobre la miseria de la vida, reemplaza la cosa en si por la voluntad, pero una voluntad ciega , negativa y propone una cierta aristocracia en el retiro, la renuncia, la inactividad…en suma es un hombre aterrorizado por la vida, descubre la fuerza impulsora de esta , pero aun así, es seducido por el orden de los imperativos racionales de Kant … es como si un hombre que postulara que la única forma de la vida es la de un ciego que avanza sin control por un falso prado de flores y aun así consintiera las leyes físicas que hacen “aparecer“ los colores… (tengo las riendas del caballo y conozco su dimensión y función, los imperativos kantianos, pero el caballo corre inevitablemente desbocado, entonces esa locura del caballo ¿en qué posición deja al arte del amancebamiento? , en pura ficción y charlatanería del domador) Atrapado en los conceptos de la tradición solo puede voltear la metafísica sin derrumbarla, (y el arte es su morfina) …es su pequeña rebelión frente al concepto romano del hombre como “animal racional” (pero vasallo aún de cierta moral compasiva oriental) , rebelión que el siglo XX hizo oficial … Descubrió así la horrible anarquía del deseo y lo único que propuso a ese infierno incontrolable, es encerrarse en un rincón maldiciendo la vida…
"Tienes miedo de quedarte sola con tu propia mente…No puedo ignorarla, sé que está aquí, la huelo y la siento…" (Sylvia Plath . Diarios)
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario