El vagabundo de Santa Teresita fue el primer Vagabundo del Dharma auténtico que conocí, y el segundo fue el número uno de todos los Vagabundos del Dharma y, de hecho, fue él, Japhy Ryder, quien acuñó la frase. Japhy Ryder era un tipo del este de Oregón criado con su padre, madre y hermana en una cabaña de troncos escondida en el bosque: desde el principio fue un hombre de los bosques, un leñador, un granjero, interesado por los animales y la sabiduría india, así que cuando llegó a la universidad, quisiéralo él o no, estaba ya bien preparado para sus estudios, primero de antropología, después de los mitos indios y posteriormente de los textos auténticos de mitología india. Por último, aprendió chino y japonés y se convirtió en un erudito en cuestiones orientales y descubrió a los más grandes Vagabundos del Dharma, a los lunáticos zen de China y Japón. Al mismo tiempo, como era un muchacho del Noroeste con tendencias idealistas, se interesó por el viejo anarquismo del I.W.W [1], y aprendió a tocar la guitarra y a cantar antiguas canciones proletarias que acompañaban su interés por las canciones indias y su folklore. Le vi por primera vez caminando por una calle de San Francisco a la semana siguiente (después de haber hecho autostop desde Santa Bárbara de un tirón y, aunque nadie lo crea, en el coche conducido por una chica rubia guapísima vestida sólo con un bañador sin tirantes blanco como la nieve y descalza y con una pulsera de oro en el tobillo, y era un Lincoln Mercury último modelo rojo canela, y la chica quería bencedrina para conducir sin parar hasta la ciudad y cuando le dije que tenía un poco en mi bolsa del ejército gritó: “¡Fantástico!”). Y vi a Japhy que caminaba con ese curioso paso largo de montañero, y llevaba una pequeña mochila a la espalda llena de libros y cepillos de dientes y a saber qué más porque era su mochila pequeña para “bajar-a-la-ciudad” independiente de su gran mochila con el saco de dormir, poncho y cacerolas. Llevaba una pequeña perilla que le daba un extraño aspecto oriental con sus ojos verdes un tanto oblicuos, pero no parecía en modo alguno un bohemio (un parásito del mundo del arte). Era delgado, moreno, vigoroso, expansivo, cordial y de fácil conversación, y hasta decía hola a los vagabundos de la calle y cuando se le preguntaba algo respondía directamente sin rodeos lo que se le ocurría y siempre de un modo chispeante y suelto…
Jack Kerouac "Los vagabundos del Dharma"
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