jueves, 13 de septiembre de 2007

Humor y marginalidad



El centro y el oriente de Europa se me hacen rudos, hostiles. Con un humor hiriente, cada escritor que leo de esos lugares y que trata de involucrarse en la psicología de su gente, de retratarla habla de su humor fiero. Claro si están en el limite de todo, de guerra, de teoría y de hambre. El humor rudo hace lazos fraternos.
Los barrios marginales como el mío saben y no poco de ese humor rudo y humillante que se confiere en estos lugares. El nombre propio es inútil, ya niño es necesario reemplazarlo por un sobre-nombre más real, más de hierro, más irrisorio. El nombre que decidieron los padres frente al cura o al registro civil es inepto e incompetente en una población que lo espera para reír (que al fin al cabo es proteger) , los mejores sobrenombres están en los barrios bajos, llenos de imaginación y acertividad.

El que sale a salvo de ese carnaval hiriente esta listo para pararse frente a cualquier cóctel burgués.
No es menor que los cojos, los gordos y los tuertos se hagan de hierro en el barrio. El humor los pule y despierta. Los instruye a ser más hirientes con el que le descubrió su falla. En las zonas donde la fraternidad lo contagia todo es ahí donde la desconfianza asoma, la debilidad de los lazos no permite tener caballerías de amigos. Sólo son feligreses del burgo.
Cualquier persona que quiera por ejemplo inscribirse en un club de barrio para jugar fútbol tendrá que pasar por el cedazo del humor duro, al límite, tendrá que afrontarlo y ser mas duro aun con los interpeladores. He ahí prepararse para el barrio. El barrio es sabio. Jamás compasivo, por que al menor atisbo de un cariño sonso y rezongón la dureza del medio se lo traga, la tristeza de la vida lo empuja a abandonarla.
Algunos eran hirientes consigo mismos, por ejemplo el cojo era el que mas bromas imaginativas se hacia a él . No había como superarlo. Era cruel consigo mismo. Y fuerte. Poco a poco olvidamos su cojera, pero no su agudeza, su humor peligroso para con nosotros. Éramos húngaros, como las cabras de los Cárpatos, con un humor circular, corrosivo y potente. Gracias a ese humor marginal se hacen las fraternidades, por que se asocia a el la verdadera honestidad, (que mas honesto que un sobre nombre) y que más ridículo y artificial que el nombre.
El gran filósofo marxista (y leninista) Slavoj Zizek escribe que una de las cosas que le molesta en el multiculturalismo es cuando preguntan: “¿Cómo puede estar tan seguro de no ser un racista?” Mi respuesta es que hay una sola manera: cuando se puede intercambiar insultos, bromas brutales, chistes sucios, con un miembro de una raza diferente, y ambos sabemos que no hay detrás una intención racista. Si, por el contrario, jugamos el juego políticamente correcto, “Oh, cómo te respeto, qué interesantes son tus costumbres...”, es racismo invertido, y es repugnante”.

No es coincidencia que Zizek sea de Eslovenia, de la Europa dura al igual que Cioran el Rumano injurioso. Ambos en parte quieren fraternizar, dentro del difícil país de la honestidad.

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