¿Habrá suficiente cabeza para la recepción cariñosa de tanto libro desequilibrante?, me pregunto eso mientras camino por la feria de antigüedades a un costado frío del Congreso (que por lo demás surge extraño y demoníaco y cubre con su sombra las lonas eruditas de los viejos vendedores, sentados allí hasta el hastío).
Tras cruzar la plaza y contar no menos de doscientos borrachos me respondo que quizás no halla tanta cabeza para esas páginas, que se molerán de cólera, de envidia, de furia insólita por mecerse de aquí para allá, de pasar de mano en mano aburridos, solitarios .Es un record de borrachos, desde casi niños hasta ancianos que creen que uno les debe algo y piden su limosna con un dejo de derecho y seguridad. Ya sorteado el escollo surreal de un viejo meado y un perro filósofo observándolo detenidamente, me encuentro con 45 ajedrecistas pasionales, dedicados por completo a las jugadas lógicas, viejos próximos a morir, jugueteando con la reina cautiva llorando, creyéndose dioses de las probabilidades, del cerebro autodidacta, autónomos y creídos, jamás te darán una sonrisa, mas bien te lanzaran una mirada desafiante quizás buscando un hombre a quien humillar en pocas jugadas, ellos no me interesan. Por el otro lado están los jugadores de Brisca, los cuales amo y admiro, picardía de cantina, de trasnoche, de noche infiel, no juegan con las manos sino con los ojos, las miradas al compañero son la estrategia artística de la brisca (por lo demás el que sabe jugar brisca ya sabe por completo de la “vida” y me alegra saber). Olvido que voy a la feria de libros usados y también que el mundo es mágico y horrible, como los cuadrados de los tableros de ajedrez, como las miradas ilegales de los brisqueros, como el Congreso mudo que con su sombra enfría la plaza de los cerebros ebrios, (por que dentro de los borrachos contabilice a los ajedrecistas y a los brisqueros, por no incluir a Valparaíso entero).
Cuando vitrineo libros me mareo por asunto de la irrigación cerebral, producto, creo de lo que llamo neuroliteratura-algo a mitad de camino, el pensamiento que se queda en pana entre el cerebro y la lengua y donde la literatura a duras penas es lo único que lo remolca.
Noto que todos los libros de Cioran son caros, extrañamente como si tuvieran un arancel del infierno, una preocupación por el vendedor de seleccionar su lector, de cuidarlo, de abstenerlo. Pero hay vendedores que se aburren de leer y lo hacen solo para comerciar, igual que las viejas del persa del barrio que te venden una película pirateada y se dan el derecho de ser criticas de cine y te dicen -esta es lenta, esta es rápida- como si el cine fuera una carrera de caballos y te corrigen y uno se queda en silencio absorto en el absurdo del ruido ambiente de la multitud. Pero también en los libros hay vendedores angustiados que lo único que quieren es conversar la frase clave, el escritor que no los deja dormir, que los hace pensar mientras pone las lonas del puesto, y no lo suelta jamás. De hecho compré un libro de Emerson y el vendedor se alegro por mí, fue su oportunidad de desahogar todo ese pensamiento loco que surge de una tarde en esa plaza de cerebros derrumbados, con mucha música rock y perros ladrando eternamente. Dimitri se llamaba (que se me hizo Razumijin el amigo loco de Raskolnikov, de Crimen y Castigo) , conversamos existencialistamente , hasta que el dialogo (gran embaucador) se extinguió naturalmente, luego tras un silencio breve mientras ambos movíamos la cabeza de arriba abajo, como se mueve la cabeza cuando se termina un diálogo explosivo y no se sabe con que más seguir, me miró como diciendo – pensamos similar nos tomaremos algún vino un día por ahí. Dimitri me vendió su libro adorado de Emerson con un gesto de satisfacción, como un aduanero de la cultura se imaginó su adorado libro en mi biblioteca radiante y silencioso, tanto así que se había tomado la molestia de poner su ruso nombre con delicadas letras en la primera página, el cual no tarde en tachar y poner el mío al costado, solo por el cruel hecho de nombrar (acto el cual no comparto pero investigo, investigo “el nombrar”).
El ajedrez es sincrónico, en eso radica su estructura, flota intemporal, uno puede llegar a la partida y engancharse de inmediato, puede ir a tomar un café y volver y entender en el acto como va al partido (al contrario de la pichanga que requiere de la típica pregunta del que llega atrasado ¿Cómo van?), por eso los hombres que lo juegan se aíslan, se salen del tiempo y miran con indeferencia. Los de la Brisca están acá y necesitan estarlo, por que el que sabe jugar sabe que es pura pillería (para la pillería se necesita estar en el tiempo). La brisca es vida y vino mientras el ajedrez es lógica metafísica.
Como los brisqueros el librero me quiso decir que con Emerson tengo triunfos. Que los juegue, que no me desanime. En esta plaza ya estoy borracho de triunfos. Me devuelvo mareado (por que eso de la irrigación es literal y no metafórico) abro el libro de Emerson (sin duda un potencial gran jugador de brisca), al azar en la página 104:
“La Naturaleza es la encarnación de un pensamiento y otra vez se convierte en pensamiento, como el hielo se convierte en agua y gas. El mundo es inteligencia precipitada y su esencia volátil se escapa constantemente en estado de pensamiento libre. De aquí la virtud y acrimonia de la influencia en la mente de los objetos naturales, sean orgánicos o inorgánicos. El hombre aprisionado, el hombre cristalizado, el hombre vegetativo habla al hombre personificado”
Tras cruzar la plaza y contar no menos de doscientos borrachos me respondo que quizás no halla tanta cabeza para esas páginas, que se molerán de cólera, de envidia, de furia insólita por mecerse de aquí para allá, de pasar de mano en mano aburridos, solitarios .Es un record de borrachos, desde casi niños hasta ancianos que creen que uno les debe algo y piden su limosna con un dejo de derecho y seguridad. Ya sorteado el escollo surreal de un viejo meado y un perro filósofo observándolo detenidamente, me encuentro con 45 ajedrecistas pasionales, dedicados por completo a las jugadas lógicas, viejos próximos a morir, jugueteando con la reina cautiva llorando, creyéndose dioses de las probabilidades, del cerebro autodidacta, autónomos y creídos, jamás te darán una sonrisa, mas bien te lanzaran una mirada desafiante quizás buscando un hombre a quien humillar en pocas jugadas, ellos no me interesan. Por el otro lado están los jugadores de Brisca, los cuales amo y admiro, picardía de cantina, de trasnoche, de noche infiel, no juegan con las manos sino con los ojos, las miradas al compañero son la estrategia artística de la brisca (por lo demás el que sabe jugar brisca ya sabe por completo de la “vida” y me alegra saber). Olvido que voy a la feria de libros usados y también que el mundo es mágico y horrible, como los cuadrados de los tableros de ajedrez, como las miradas ilegales de los brisqueros, como el Congreso mudo que con su sombra enfría la plaza de los cerebros ebrios, (por que dentro de los borrachos contabilice a los ajedrecistas y a los brisqueros, por no incluir a Valparaíso entero).
Cuando vitrineo libros me mareo por asunto de la irrigación cerebral, producto, creo de lo que llamo neuroliteratura-algo a mitad de camino, el pensamiento que se queda en pana entre el cerebro y la lengua y donde la literatura a duras penas es lo único que lo remolca.
Noto que todos los libros de Cioran son caros, extrañamente como si tuvieran un arancel del infierno, una preocupación por el vendedor de seleccionar su lector, de cuidarlo, de abstenerlo. Pero hay vendedores que se aburren de leer y lo hacen solo para comerciar, igual que las viejas del persa del barrio que te venden una película pirateada y se dan el derecho de ser criticas de cine y te dicen -esta es lenta, esta es rápida- como si el cine fuera una carrera de caballos y te corrigen y uno se queda en silencio absorto en el absurdo del ruido ambiente de la multitud. Pero también en los libros hay vendedores angustiados que lo único que quieren es conversar la frase clave, el escritor que no los deja dormir, que los hace pensar mientras pone las lonas del puesto, y no lo suelta jamás. De hecho compré un libro de Emerson y el vendedor se alegro por mí, fue su oportunidad de desahogar todo ese pensamiento loco que surge de una tarde en esa plaza de cerebros derrumbados, con mucha música rock y perros ladrando eternamente. Dimitri se llamaba (que se me hizo Razumijin el amigo loco de Raskolnikov, de Crimen y Castigo) , conversamos existencialistamente , hasta que el dialogo (gran embaucador) se extinguió naturalmente, luego tras un silencio breve mientras ambos movíamos la cabeza de arriba abajo, como se mueve la cabeza cuando se termina un diálogo explosivo y no se sabe con que más seguir, me miró como diciendo – pensamos similar nos tomaremos algún vino un día por ahí. Dimitri me vendió su libro adorado de Emerson con un gesto de satisfacción, como un aduanero de la cultura se imaginó su adorado libro en mi biblioteca radiante y silencioso, tanto así que se había tomado la molestia de poner su ruso nombre con delicadas letras en la primera página, el cual no tarde en tachar y poner el mío al costado, solo por el cruel hecho de nombrar (acto el cual no comparto pero investigo, investigo “el nombrar”).
El ajedrez es sincrónico, en eso radica su estructura, flota intemporal, uno puede llegar a la partida y engancharse de inmediato, puede ir a tomar un café y volver y entender en el acto como va al partido (al contrario de la pichanga que requiere de la típica pregunta del que llega atrasado ¿Cómo van?), por eso los hombres que lo juegan se aíslan, se salen del tiempo y miran con indeferencia. Los de la Brisca están acá y necesitan estarlo, por que el que sabe jugar sabe que es pura pillería (para la pillería se necesita estar en el tiempo). La brisca es vida y vino mientras el ajedrez es lógica metafísica.
Como los brisqueros el librero me quiso decir que con Emerson tengo triunfos. Que los juegue, que no me desanime. En esta plaza ya estoy borracho de triunfos. Me devuelvo mareado (por que eso de la irrigación es literal y no metafórico) abro el libro de Emerson (sin duda un potencial gran jugador de brisca), al azar en la página 104:
“La Naturaleza es la encarnación de un pensamiento y otra vez se convierte en pensamiento, como el hielo se convierte en agua y gas. El mundo es inteligencia precipitada y su esencia volátil se escapa constantemente en estado de pensamiento libre. De aquí la virtud y acrimonia de la influencia en la mente de los objetos naturales, sean orgánicos o inorgánicos. El hombre aprisionado, el hombre cristalizado, el hombre vegetativo habla al hombre personificado”
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