viernes, 19 de octubre de 2007

¿Es escribir trabajar? (pequeña escusa para leer a Raymond Carver)

Tengo que comportarme y lo hice, pero en eso se fue la noche, ¿de que sirve pensar en Pascal? mientras los hombres conversan “por encima de la cabeza” y yo sonrío, saben de sueldos e imposiciones, y de quizás que otras cosa, yo sólo mentalmente me imagino un teclado que acciono con mis parpados cansados, porque si no fuera por ellos la noche no llegaría jamás , no es el sol el que anuncia el fin, son ellos, refunfuñando y fatigados. Pero lamentablemente hoy en día me viene muy seguido esa terrible pregunta ¿pero que hago yo aquí?-

Pero mientras lo pienso no hay tiempo para retirarse, es necesario tomar el aire de la convivencia, una mujer me habla, y yo le digo ¿es el mismo vaso el que ves y el que se estampa en tu cerebro?

Al comienzo parece una locura, pero después cuando se piensa y principalmente cuando uno se abre a la posibilidad de ello, entusiasma, y eso hizo ella, es una verdad obvia y no es para nada merito mío, pero estoy tan loco que para mi es urgente que todo el mundo lo haga suyo , esa reflexión al parecer inútil, para mi es prioridad, y además una forma de desviar la conversación que giraba entre las UF de los departamentos nuevos y el sushi.

Pero además, hago cosas que yo antes encontraba un poco bobas, por ejemplo andar con un librito de bolsillo (creo que los libros de bolsillo mas hermosos del mundo son los de Mao Tse-tung) y leer, cual viejita bíblica un párrafo, cualquiera al azar en las veladas, (algo ridículo insisto, pero hoy es indispensable y me hace pensar lo camaleónico que es el gusto y el sentido del ridículo propio)

Pero, ¿no es mi derecho cansarme? Aunque todavía hay gente por ahí que me dice -es necesario que vengas,- cosa que yo no creo mucho ya que al final uno los aburrirá a todos. Prefiero quedarme en casa (y el que quiera hablar conmigo tendrá que venir a verme ,aunque con esto no pase ninguna alma por años). Cuanto daría por irme unos meses a mis acantilados y decir: “trabajaré en algo importante acá”, y lavar mi propia ropa mientas espero que se seque con el torso al viento frio pero amigo del sur. Y escuchar las viejas cigarras de primavera que cantan como queriendo advertir: “pequeño amigo forastero aún esta muy frío para que te bañes en el mar”.

Pero no estoy diseñado para valorar el ocio tanto como para sentarme en la máquina de escribir, doblar mis dedos hasta que crujan y pensar, “a trabajar” , de hecho lo intento pero uno de mis pecados es pensar que escribir y trabajar no son sinónimos estrictos (quizás es mi mas viejo error que en realidad precisamente no me permite escribir), leer el diario de Henry Miller en Bigsur, su refugio litoral , relatando su “día de trabajo” me produce un sesgo de envidia y confusión. Pero dejemos a Henry Miller levantarse a la una de la tarde y volvamos a lo que uno cree que es trabajar. El otro día un amigo Biólogo (al cual yo llamo la persona mas simpática de Valparaíso, ya que efectivamente lo es) me convenció en lo verdaderamente duro, a nivel cerebral, que es pensar. Casi como si existiesen fábricas internas con obreros fatigados, rezongando e insatisfechos por la falta de talento del producto final. Me convenció en parte, para insinuar que escribir es algo parecido a un pequeño trabajo, aunque no lo comparemos con el obrero gastado que ahora ya ni siquiera se viene sentado en la micro.

Cuanto tiempo se invierte en utopías literarias, sin ningún sentido, cuan ajeno me es todo, cuan difícil es pensar que mis manos están tan descansadas como para exigir el epíteto de “trabajador”.

La vida como fotocopia rutinaria es lo que hace hacer pequeños juegos de niño, con grandes ambiciones.El problema es confundir lo rutinario con lo cotidiano, ¿parece un juego verdad?, pero en realidad es un infierno. No es tan necesario ser escritor tanto como son necesarios los recursos que se utilicen para llegar a serlo. Pasear (como ese sublime título de Thoreau que hace la vida más digna) a la manera de los viejos sabios es una escusa sana para llegar más deseoso “al trabajo”.

En su mas básico juego el caminante esquiva la rutina fácilmente, conoce calles nuevas , perros y niños inéditos, cada día decide una ruta nueva. Transforma lo cotidiano en imaginación, se pregunta por la cajera de la panadería, el por que su rostro siempre triste y el por que su belleza sublime, también piensa en esa niña con rasgos croatas, que vive todo el día sola , arrienda una pieza con su pequeño hijito y es de una belleza inefable, que se va callada arrastrando el humilde coche croata, en una escena poética sagrada y mística sacada de esas imágenes de Santa Teresa de Jesús (la cual me encanta por la forma como si fuera su suegro, tutea a Dios, ): "Todo el daño nos viene de no tener puestos los ojos en tí, que si no mirásemos otra cosa que el camino, pronto llegaríamos..."

Toda esta observación que parece insana, es rica en el difícil trabajo de cercenar el cáncer rutinario de la vida moderna. Si el horario parece esclavizar es necesario entonces ser un buen caminante, mantener las piernas a punto y la vista pero por sobre todo el oído, esto es crucial, escuchar las calles sabias, llenas de transito literario. Escuchar a la gente que da el pie para conversar. En los ascensores y en las filas de los buses. Lo que nos murmure nuestra pequeña sobrina en su cumpleaños, lo que nos diga el vagabundo del pueblo, tras el primer cañonazo matutino.

Jamás seré un escritor no solo por mi falta de talento sino por mi incapacidad nata de sostener un diálogo por mucho tiempo con alguien desconocido (el diálogo es el gran carbón), aunque lo he intentado, y conozco gente que es realmente especialista en hacerlo, yo siempre me quedo en las introducciones, como un vacuno empantanado que mira a su dueño pidiendo explicaciones. Así alguien me da el pie y me dice –que lindo esta el día… y yo le contesto si en realidad, la tercera fase de este dialogo ya me parece forzada. Me voy triste.

Pero me animo en escuchar, en convertirlo en un deporte, en ser disciplinado en cuanto hacer la segunda pregunta, sus rabias y sus miedos, ya no hay personajes (ni jamás lo habrá).

Pero como el gran Raymond Carver (y este escrito es una escusa para agregar algo de él, que comienza sus cuentos con frases como : “en la esquina la aspiradora estaba mal ubicada”), creo en el realismo perro, extraño desesperado y justo coincide con el gran descubrimiento de “los filósofos perros”, los cínicos, que me han puesto así, un poco loco, insolente y desagradable, aunque un poco más activo en el arte del tecleo (y por lo demás Diógenes de Sinope, el cínico ,se hubiese tomado el citado vaso filosófico del principio, del que hablaba con aquella mujer y junto con ello me hubiera tildado de imbécil y obtuso) . A mi gustaría ser realista y no divagar eternamente como un chimpancé y en vez de encontrar dos vasos (uno aparente y uno ideal a la manera platónica) cuando en realidad lo que hay es uno en espera que se lo tomen.

Extrañamente llego a un consejo que engloba todo, un consejo para escribir. Extraño consejo. Carver extraño escritor:

Allá por la mitad de los sesenta empecé a notar los muchos problemas de concentración que me asaltaban ante las obras narrativas voluminosas. Durante un tiempo experimenté idéntica dificultad para leer tales obras como para escribirlas. Mi atención se despistaba; y decidí que no me hallaba en disposición de acometer la redacción de una novela. De todas formas, se trata de una historia angustiosa y hablar de ello puede resultar muy tedioso. Aunque no sea menos cierto que tuvo mucho que ver, todo esto, con mi dedicación a la poesía y a la narración corta. Verlo y soltarlo, sin pena alguna. Avanzar. Por ello perdí toda ambición, toda gran ambición, cuando andaba por los veintitantos años. Y creo que fue buena cosa que así me ocurriera. La ambición, y la buena suerte son algo magnífico para un escritor que desea hacerse como tal. Porque una ambición desmedida, acompañada del infortunio, puede matarlo. Hay que tener talento.

Son muchos los escritores que poseen un buen montón de talento; no conozco a escritor alguno que no lo tenga. Pero la única manera posible de contemplar las cosas, la única contemplación exacta, la única forma de expresar aquello que se ha visto, requiere algo más. El mundo según Garp es, por supuesto, el resultado de una visión maravillosa en consonancia con John Irving. También hay un mundo en consonancia con Flannery O’Connor, y otro con William Faulkner, y otro con Ernest Hemingway. Hay mundos en consonancia con Cheever, Updike, Singer, Stanley Elkin, Ann Beattie, Cynthia Ozick, Donald Barthelme, Mary Robinson, William Kitredge, Barry Hannah, Ursula K. LeGuin... Cualquier gran escritor, o simplemente buen escritor, elabora un mundo en consonancia con su propia especificidad.

Tal cosa es consustancial al estilo propio, aunque no se trate, únicamente, del estilo. Se trata, en suma, de la firma inimitable que pone en todas sus cosas el escritor. Este es su mundo y no otro. Esto es lo que diferencia a un escritor de otro. No se trata de talento. Hay mucho talento a nuestro alrededor. Pero un escritor que posea esa forma especial de contemplar las cosas, y que sepa dar una expresión artística a sus contemplaciones, tarda en encontrarse.

Decía Isak Dinesen que ella escribía un poco todos los días, sin esperanza y sin desesperación. Algún día escribiré ese lema en una ficha de tres por cinco, que pegaré en la pared, detrás de mi escritorio... Entonces tendré al menos es ficha escrita. “El esmero es la UNICA convicción moral del escritor”. Lo dijo Ezra Pound. No lo es todo aunque signifique cualquier cosa; pero si para el escritor tiene importancia esa “única convicción moral”, deberá rastrearla sin desmayo...

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