lunes, 12 de septiembre de 2011

Diario



Necesitamos al demonio, esa entidad metafísica que irrumpe en el mundo y se encarna en cierto hombres, así se ejerce la catarsis al juzgar esa maldad, es nuestra estructura “religiosa” que permanece sutil en el aparente y laico campo social actual . Pero Hannah Arendt nos indica en el juicio a Adolf Eichmann, encargado práctico de la solución final nacionalsocialista, que tras observarlo , no ve al demonio , ni tampoco a un genio maquiavélico, ve un hombre demasiado simple , banal, que se negó a pensar . Le quita posición en un juicio metafísico, real, y el mal se transforma en banal. Es una tesis irritante para los verdugos de la justicia y una posibilidad inmensa para los optimistas del pensar. No se trata de esquivar un juicio, sino de denunciar al hombre “engranaje”, superfluo, que se niega a pensar y por ende no discrimina entre una burocracia empresarial y una burocracia de exterminio. El campo de exterminio se conjuga perfectamente con las demandas de una oficina. Los deseos del empleado de cumplir órdenes, agradar y ascender no esquivan ningún ámbito humano, incluyendo un campo de concentración para exterminar humanos.
El mal baja a la tierra, se banaliza y los absolutos occidentales se nos muestran impotentes para comprender nuestro tiempo. Es la hora de la natalidad, el hombre debe ver las tinieblas de un mundo nuevo como la posibilidad de construir, de un constante inicio. El proyecto metafísico occidental solo sirve de herencia pero no con el rigor de un testamento rígido. En las tinieblas el ámbito de vivir con los demás demuestra la urgencia nuevamente de amar la apariencia, la política y el mundo. El siglo XX, embrión de los totalitarismos no quiso sencillamente dominar al hombre sino que intentó algo peor, hacerlo superfluo.




“No es usted del castillo, no es usted de la aldea, no es usted nada. Pero, por desgracia, es usted siempre algo: un forastero, uno que sobra y siempre está ahí, molestando..." ( Franz Kafka . “El Castillo”)




No defender grupos si no la amistad, vínculo humano máximo superior a los gremios sentimentales, étnicos o raciales que las tradiciones, ideologías y políticas nos han heredado. “Amor mundi” , el amor al mundo tiene que ver con la realización pública. No con la identificación abstracta de los grupos humanos. Las abstracciones eternas, herencias fijas de los filósofos han decaído, solo nos queda aprender a nacer constantemente .





La doxa , la opinión pública, tan rechazada por los griegos clásicos, se debe educar y fortalecer , porque nuestra condición, si se quiere creer en Platón, es vivir en la caverna con los demás , el filósofo que sale de ella y ve la luz, lo único que logra luego en su retorno social, es encandilarse, tropezar y errar en el mundo real de la convivencia…



Los mandatos absolutos, las grandes fortunas de la tradición, deben terminar de morir, el mundo se debe mirar con la sencillez de la experiencia, responder a las preguntas de la vida observando el aquí y el ahora…aceptar el pasado como una “experiencia” más , no como un documento legal e implacable…




Amamos al mundo, y la evidencia diaria del dolor es incomparable al poder restaurador y constructor de la comprensión.




“El mundo, decía Montaigne, es una pelota que Dios ha dejado a los filósofos para que se diviertan. Y de Dios digo yo casi lo mismo.” (Denis Diderot, carta a Voltaire 11 Junio de 1749)



Que profunda es la vida cuando se transita por los caminos de su comprensión, aunque se sabe que es una batalla perdida, ya que jamás se terminara de comprenderla, es el derecho que uno ha adquirido para recorrer ese camino el que justifica ese fracaso...




“Siempre pensé que uno tiene que ponerse a pensar como si nadie hubiera pensado antes, para luego empezar a aprender de todos los demás...” ( Hannah Arendt . “De la Historia a la Acción”)



La pasión debe ser por “comprender” el mundo, el saber debe estar subordinado a esta pasión. Comprender ejerce la visibilidad, realmente nos hace nacer.



"Por lo tanto,[en Grecia] un hombre libre y pobre prefería la inseguridad del cambiante mercado de trabajo a una tarea asegurada con regularidad, ya que ésta restringía su libertad para hacer lo que quisiera a diario, se consideraba ya servidumbre (douleía), e incluso la labor dura y penosa era preferible a la vida fácil de muchos esclavos domésticos". (Hannah Arendt- La Condicion Humana.)


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