martes, 9 de agosto de 2011

De Dioses




Nuestra maquinaria de conocimiento diseñada desde la escisión de los dos mundos, el aparente (el error) y el verdadero, el luminoso y el oscuro, el mundano frente al paradisíaco, ha perpetuado la creencia de que las cosas se ponen en frente de nosotros, de un sujeto. Es imposible exigirle una visión del devenir en su totalidad a una mente forzada a ese tipo de relación cognitiva , ¿no es eso lo que nos quiere decir Heidegger cuando exclama que la bomba atómica comenzó a explotar en el poema de Parménides ? . La relación del “hombre” con la técnica, se vuelve perversa ya desde ese origen y nido filosófico. No diferenciamos un dios de un martillo.

Este Hombre, ficción absoluta, si se considera un universo cerrado, tal como observa un árbol, un insecto, tal como conoce el mundo , querrá conocer a sus dioses , es por eso que es imposible que de esta forma de pensar no se pueda concebir a un dios de otra forma que en un trono y con una fisonomía que nos obliga a hablarle, a creerle y a pedirle.

Uno puede creer en los dioses que quiera, pero ¿porque surge el instinto de “proselitar”?, ese instinto de dominio de verdad , es más fuerte que la fisonomía del dios mismo. La verdad que unifica y devora, que es permanente y eterna , que en suma es lógica, aunque sus mecanismos de método sean esotéricos. Esa verdad olvida en su esencia que sea verdad: necesita triunfo, de ahí que la biblia no sea más que una gran metáfora de la guerra, de la victoria, de la vieja fuerza de dominio de los hebreos en comunión con la nueva fuerza lógica de los griegos ya decaídos, helenísticos, que sin embargo, mantenían su gracia y que no dejaron de introducir ciertas ironías crueles en ella.


Solo el hombre vulgar piensa abstractamente dice el Hegel joven, sólo él ve la autosuficiencia ontológica de la manzana, del caballo, de la piedra. Y de ese modo por que no conoce otro, ve a su dios, intuyéndolo como algo en sí mismo, aunque no llegue jamás a conocerlo. No puede determinar su forma, pero su razón que le exige eso para ponerse en marcha, se suspende , pero no se suspende en un misticismo silencioso que sería lo sano, sino carente de las condiciones anteriores insiste en teorizar, ya que sin esto no puede convencer con buenas armas en nuestra época. Si no teorizara no se lo podría acusar de errónea, por eso los desiertos son "verdaderos" y los hombres acuden a ellos, por que rechazan el proselitismo absurdo y teorizante de la ciudad, de la “civitas” , rezan por todos pero sin todos.

Pero la civilización no puede con el silencio, lo desprecian, entonces hablan, hablan de lo que no se puede hablar. Esa voluntad de verdad hoy añeja en temas teológicos ya que los dioses no se dan por aludidos en la modernidad, imprime toda su fuerza en la ciencia positiva, la contradicción vital es que esa voluntad de verdad judeocristiana es el fertilizante principal a la voluntad de verdad de la ciencia del siglo XIX. Cuando se supo que el dominio científico no era más que un dominio de relaciones entabladas en paradigmas seguros y epocales, se entra en una era que no pesa nada , que todo vale porque en esencia vale lo mismo, la jerarquía cae los dioses se retiran y el mundo debe asumir el vacío. Pero la inercia científica que solo sigue del envión del siglo XIX pero que no da fundamento, sigue transformando “técnicamente” al mundo, algo irrelevante al pensar, esta inercia solo mide, multiplica y confunde el mismo problema de siempre… Marguerite Yourcenar escribe en sus cuadernos: "Siempre me sorprende que mis contemporáneos, que creen haber conquistado y transformado el espacio, ignoren que la distancia de los siglos puede romperse"

Hegel abraza a los árboles pero no “piensa” en ellos como tales , sino en la verdad bicéfala del devenir . La razón, lo real no abraza “árboles”, abstracciones populares . Nietzsche coincide quizás en parte en lo último: no hay esa verdad del árbol en sí, pero no insiste más en ello ya que prefiere hacerla juego ,ya que “sabe” que la verdad es metáfora y solo convoca a bailar en la superficie de las cosas.
El artista y el niño según Heráclito sólo pueden ver esto, la eterna inocencia de un mundo que no tiene esa seriedad de ley moral, un devenir que genera y regenera en un juego y nada más. ¿Pero se requiere algo más?


Cada vez que me educación religiosa me decía que no había respuesta o de que no se podía saber de algo divino, me enterraba una daga que infectaba mi pensar , ¡no concebía algo que no se pudiese saber ya a los diez años…! En parte su suspensión de la soberanía del saber, aunque ingenua, hubiese tenido algo de cordura y la hubiese aceptado…pero de ese silencio que debió permanecer en un silencio aún mayor, es decir una especie de “epoje” rústica pero honesta, se desprendían causas, leyes, historias que obligaban a mi razón, ya resignada a la quietud total, de nuevo a vivir y eso significaba simplemente, volcarla nuevamente a las labores de destrucción.




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Las viejas cuestiones de Epicuro continúan sin encontrar respuesta. ¿Quiere él (la divinidad) prevenir el mal, pero no puede?, entonces es impotente. ¿Puede, pero no quiere?, entonces es malévolo. ¿Puede y quiere?, entonces ¿de dónde sale el mal?” (David Hume “Diálogos sobre la religión natural”.)

Me es más misteriosa la lógica que la divinidad, porque esta última puede sobrevolar, fantasear y se puede hacer poesía, la lógica por el contrario es un círculo “perfecto” por ende horrendo …ya que ese jaque mate anterior no podrá tener respuesta pero es perfecto en el sentido que no genera otra posibilidad de jugada…

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