Lo que más me gusta en la vida es caminar, lo probé a muy temprana a edad, cuando mi padre me llevo a una excursión de muchos kilómetros en una noche veraniega. Camine, camine, camine por muchas horas, debo haber sido muy pequeño porque tengo el recuerdo, pero solo como se sostienen los recuerdos cuando recién comienzan a fijarse en el alma, en la aurora de la personalidad, brillantes pero poco lineales, mágicos y eternos. Recuerdo que la noche estaba estrellada y caminamos para entrar a un parque nacional, nunca cuestione por que caminamos tanto, años después supe que lo hicimos para evadir el pago de la entrada, ya que éramos muy pobres. Debe haber sido la primera vez que vi un cielo tan limpio, campesino, unas estrellas agrupadas de una forma extraordinaria, muy diferentes de esas estrellas de la ciudad que parecen artificiales, que nadie las mira y que incluso asustan. Pero las estrellas que me acompañaron en esa interminable caminata, parecían tener otro color, otra textura para mi, sumido en la primera inocencia del niño campesino, “hesiodico”. Incuestionablemente ahí se formaba una especie de dios.
Esa fue la caminata más extenuante y fantástica que haya tenido jamás en mi vida. Sin rumbo, sin explicación, justificada sólo por el brillo de esas estrellas irreales, inmensas e inútiles porque de hecho me preguntaba en ese entonces para que eran esas estrellas, pensando que toda la naturaleza tenía una especie de servidumbre hacia mí. Creo que de esa noche surgió mi pasión por caminar, una actividad milenaria, no mediada por ningún objeto técnico, idénticamente como lo hacía el hombre hace miles de años atrás, con esa entrega visual completa. No es casualidad que los grandes poetas naturales hayan ensalzado esta actividad, pienso en este momento en dos que me iluminan Robert Walser y Henry David Thoreau .
Siempre pienso en esos pequeños incidentes difusos de la niñez, quizás un extremo cariño de la madre forja un afán de saber como dice Freud en sus estudios sobre Leonardo:
“Por lo que a Leonardo respecta, hemos tenido que suponer que la circunstancia accidental de su legítimo nacimiento y la exagerada ternura de su madre ejercieron una influencia decisiva sobre la formación de su carácter y sobre su destino ulterior, en razón a que la represión sexual desarrollada después de esta fase infantil le llevó a la sublimación de la libido en ansia de saber…” (Freud. Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci)
Quizás esa larga caminata bajo las estrellas campesinas me hizo pensar en el cielo siempre, tal como esas hordas de indoeuropeos que de tanto mirarlo crearon un panteón celeste, y lo hicieron de tanto levantar sus miradas sobre sus caballos. Cada detalle infantil nos acaricia el carácter, es la historia que recogemos con una nostalgia pesada, esa maquinaria inmensa que explica cada gesto presente, cada paso dado… Erramos toda nuestra vida tratando de reencontrar ese amor depositado incondicionalmente en nuestra niñez, con nuestra nostalgia como mapa , pero no lo encontramos , ni lo encontraremos jamás y ahí comienza la verdadera batalla… donde hay que conformarse con el mapa de la nostalgia y reemplazarlo por el lugar que este señala .
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Estudiar compulsivamente y sin sistema académico es una orgía espiritual, se lee desde la guía de teléfonos, el Corán, un folleto de alguna religión idiota, Dante , Papini , Musil, Mallarme, hasta los subtítulos de películas francesas antiguas , la actividad “leer” derrota al contenido y al saber que se desprende, se lee como si se caminara, sin preguntarse qué y para qué. El acto de leer como una obra de arte o una epilepsia, un absurdo histórico, la gran revancha de la oralidad homérica.
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Se ha deconstruido todo, ya no se cree en los bosques, ni en el mar, ni en las montañas, se ¿puede disfrutar sin creer?, eso querían verdaderamente los filósofos platónicos, una promesa, una escapatoria de la oscuridad de la caverna. ¡Pero si nosotros estamos enamorados de estas sombras! queremos vivir acá y demostrar que la luz y la promesa de la verdad no es otra cosa que enfrentar con malas armas la desesperación de la oscuridad.
Cuando se ha descubierto esto nos damos cuenta que no hay tal oscuridad, que las “pupilas” espirituales aceptan el sufrir y simplemente se dilatan , la luz no viene de afuera , y no hay caverna, nunca la hubo, es la simple vida que busca mecanismos para soportarse.
Cuando Parménides dice "El ser es, el no-ser no es" , es decir no puede haber algo finito, crea "la gran verdad" lógica y abstracta , pero sin embargo, y esta es su derrota, la gran verdad no ha conformado nunca a ningún ataúd...
Los hombres se han vuelto enfermos del oficio correcto de pensar, pero creo que todo es una habitación vacía que se quema, se apaga y se quema nuevamente. La naturaleza no es más que ilusión gastada, como los juguetes del niño abandonados en el rincón. Todo lo adorado por los sentidos se ha vuelto ruina. Toda la vida limpia se ha guardado en el cajón hermético de la abstracción.
“Hay que perder el gusto por el apetito de las cosas”. Dice San Juan de la Cruz , sí lo perderé de seguro, pero me permitiré primero saber bien que son las cosas, quizás una vez sabiendo esto no se necesitará hacer ese tipo de dieta espiritual… una vez descubierto que ninguna cosa es real y por lo tanto el apetito tampoco..
“Algunos seres no están ni en la sociedad ni en una ensoñación. Pertenecen a un destino aislado, a una esperanza desconocida. Sus actos aparentes se dirían anteriores a la primera inculpación del tiempo y a la despreocupación de los cielos. Nadie se ofrece para pagarles un salario. Ante su mirada se funde el porvenir. Son los más nobles y los más inquietantes…” (Rene Char. Laderas)
Las preguntas metafísicas vacían el mundo o lo prenden de fuego…se va todo a la hoguera y en ese sentido es un peligro vertiginoso, ya que es una gran desposesión de las cosas…Hay que enfrentarlas como fuera de sentido, como estrangulaciones al lenguaje simple…
Romper con la vida simple es el pecado original, no hay tal despertar, la realidad es el engaño mismo a disposición del disfrute eterno. Sondear por debajo, es decir pensando en dos mundos, equivale al suicidio estético, y este es el único suicidio que puede existir.
Como Rabelais, vivo en mi abadía de Thelema y "Fais ce que tu voudras" hago lo que quiero , no sé si eso en mucho tiempo más siga siendo divertido.
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