lunes, 8 de septiembre de 2008

Meditaciones de la mecánica



Tomo el bus a la costa me subo rápido aunque no corresponda a mi horario, es más siempre lo hago, me tomo licencias, pero el auxiliar contó mal los boletos y sobro. ¿Qué hacer? Dijo Lenin y yo también. Ya en marcha nada, sólo lo que el auxiliar me sugiera, y es sentarme en su asiento, el de la muerte segura, el mas riesgoso del bus, con un ventanal de dos metros enfrente mío, ya me imagino lanzado cincuenta metros en la carretera, pienso en ponerme el cinturón de seguridad, pero después recapacito ¿Y para que?, no hay opción, estoy a merced de la mecánica incluso más que del chofer. Soy un burgués racionalista, es mas todos lo somos, la época lo es, el riesgo sólo se contempla como el resultado de malas decisiones, no hay destino, si lo hay es solo para las esotéricas.

El hombre antiguo además de no conocer la humildad, no sospechaba las leyes mecánicas como un orden del cosmos, o había Fatum (destino), casi siempre trágico en los griegos preliminares, pecado posteriormente en los cristianos, o el fatalismo estoico. Los hechos o eran culpa, deuda que había que saldar o un determinismo fatal, la mala decisión (como la mía de adelantarme a un bus que no me correspondía y con un parabrisas esperando mi azote ) sólo contaba con la mecánica , con leyes naturales, que nos dejan huérfanas de Dios y dependientes de Newton. Es por esto que el hombre antiguo guardaba una relación de realismo ingenuo con las cosas, allí estaban ellas y desde ellas era necesario volver a uno, al contrario del idealismo moderno kantiano, que se repliega sobre sí mismo , las cosas son pero ya dentro de un ámbito propio, ya no abierto al mundo sino “mías”, de un sujeto trascendental, seguro. Esa primera relación heroica, era también pura intemperie, puro riesgo, por el contrario el burgués moderno es presa de la mecánica, no hay ni fatum, ni juicio, ni dios , un acto trágico es producto de pura mecánica o como mucho de una mala decisión, es por esto que hasta existe una profesión llamada “prevención de riesgos” seguro algo grotesco para los griegos antiguos. Me imagino un experto en prevención de riesgos en el regreso de Ulises a Itaca. Sin riesgo no hay viaje , no hay vida para ellos, para nosotros al contrario , todo efecto necesita incuestionablemente una causa. Aquí se muere el ser heroico, si antes teníamos a Aquiles ahora tenemos al de prevención de riesgos. Unas semanas atrás el fatal accidente de unas colegialas trae de nuevo a colación el destino trágico, ¡pero no hay tragedia! , de hecho la palabra accidente será removida prontamente del escenario , todo es controlable, por eso hay que buscar responsables, desde el director del colegio hasta el que diseñó los neumáticos. No hay escapatoria, no hay forma de pensar diferente a esa cárcel mecánica. Por eso la muerte será en el mediano plazo una mala decisión, una negligencia, una mecánica mal aceitada, nunca un destino.

Mientras tanto el chofer trata de relajarme contándome historias, aunque él no debería hablar pienso (o sea mi ser burgués temeroso), o se desconcentrara. Pero no hay nada que hacer , me imagino un alumno de la carrera prevención de riesgo del DUOC llamado Ulises , ¿extraño no?, tan extraño como estos valles que se atraviesan por mi riesgosa pero privilegiada ubicación en el bus, en un ángulo de 180 grados y a una altura considerable veo a Pudahuel desapareciendo para, tras una columna de cerros, dar paso a Curacaví y luego Casablanca, me relajo porque leo los diarios de la escritora inglesa Maria Graham- los "Journal of a Residence in Chile"- que escribió notablemente hace mas de 180 años justo atravesando esta misma cordillera de la costa (¿lo habrá hecho con miedo?) y encontrándose frente a este panorama infantil diciendo :


“Aquí, Pudahuel desaparece en su belleza solitaria, sin que ningún poeta le cante sin que se le tribute honor alguno”


¿Cuanto riesgo más podre soportar?, me refiero el riesgo como belleza misma, un atardecer rojo de un hombre que finge ser de un pueblo pero solo teme salir disparado por el parabrisas, sin elegancia, sólo como un cuerpo mecánico, cruel, que opera sin Dios, que previene pero no vive.

Hoy los poetas ya no cantan, temen.




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