“El hombre es una entidad infinitamente plástica de la que se puede hacer lo que se quiera. Precisamente porque ella no es de suyo nada, sino mera potencia para ser «como usted quiera». Repase en un minuto el lector todas las cosas que el hombre ha sido, es decir, que ha hecho de sí –desde el «salvaje» paleolítico hasta el joven surrealista de París. Yo no digo que en cualquier instante pueda hacer de sí cualquier cosa. En cada instante se abren ante él posibilidades limitadas –ya veremos por qué límites. Pero si se toma en vez de, un instante todos los instantes, no se ve qué fronteras pueden ponerse a la plasticidad humana. De la hembra paleolítica han salido madame Pompadour y Lucila de Chateaubriand; del indígena brasileño que no puede contar arriba de cinco salieron Newton y Enrique Poincaré. Y estrechando las distancias temporales, recuérdese que en 1873 vive todavía el liberal Stuart Mill, y en 1903 el liberalísimo Herbert Spencer, y que en 1921 ya están ahí mandando Stalin y Mussolini”.
Ortega y Gasset , “Historia Como Sistema”
«Yo soy el alfa y la omega, dice el Señor Dios, el que es y era y ha de
“Y si mi alfa y mi omega es que todo lo pesado se vuelva ligero, todo cuerpo, bailarín, todo espíritu, pájaro: ¡y en verdad esto es mi alfa y mi omega! - Oh, ¿cómo no iba yo a anhelar la eternidad y el nupcial anillo de los anillos, - el anillo del retorno?” . Nietzsche “Así hablaba Zarathustra”
Los primeros Physicos , o sea los griegos, dentro de su intemperie intelectual, comenzaron a pensar la naturaleza ya no como un manifestación exclusivamente mítica sino susceptible a teorizar, a “contemplar”, esto se radicalizó desde Sócrates y Platón, en que no podía fiarse de los sentidos para llegar a la aletheia ,a la de-velación , a la “verdad”. Un fenómeno que se degrada, que cambia, era un real problema para estos personajes, por ende los instrumentos sensoriales hacían las veces de estorbos- “de velo maya”- a las ideas y luego a la esencias, con Aristóteles, se llegaría sólo con la “razón”. ¡Terrible! el logos supera al que “loguea” , al que razona. Por esto Heráclito nos dice: "No a mí, sino habiendo escuchado al logos, es sabio decir junto a él que todo es uno."
Por ende el sentir, directamente arrancado de los sentidos, a lo último que conduciría sería a conocer la esencia, la verdad, si se quiere a las “almas”. Bajo este sentido el que quiera “alma” , esencia, que razone por que sintiéndola sólo se engañará.
Si no fuese por ese impulso terrible, tiránico o genial, de los griegos clásicos, no estaríamos acá, o por lo menos no de esta forma como sociedad occidental, para bien o para mal.
Pero más que la esencia, mas que el alma lo que realmente somos es historia. Imagínese un ser con alma, inmutable, con una esencia infinita, sin medida ni tiempo “sin corpus”, inconmensurable, inmanente, además fija, una especie de fotografía metafísica. Es extraño que uno desee semejante aberración, se quiere, se desea una estatua, un ser con un comportamiento de piedra, una piedra que no sucede, que no hereda; sino es. Ese quietismo tan preciado es síntoma de no soportar la vida, de no afirmar-se. La Historia, nuestra verdadera esencia, es una esencia pasajera, viajera, estética, no hay naturaleza en el hombre ni esencia inmutable solo hay historia, cambio.
Todo dolor, error, pecado, maldad o bondad se inscribe en ese pasajero que representa, como dice Ortega un Homo dramaticus, porque en el hombre es todo dinamismo, es todo drama, es todo “hacer”. El Hombre es pura pre-ocupación llevada por su eminente calidad de “indigente”, él es el que no- dispone, es todo hacer, arrojado , sólo con su equipaje histórico, hacia el porvenir , plantado en su resbaladizo presente, que parece más una escusa para llevar su pasado y asumir su futuro. Su verdadera “alma”, su anima , por ende su “soplo vital” es su “historicidad”.
Cuando alguien quiera asentarse, relajarse inmutable, es que desea un alma, una quietud a ese drama. Pero lo que menos quiere es algo humano. Reencarnarse es la otra opción, ¿pero que sería de esa idea romántica sin una historia?, una esencia que se deposita de cuerpo en cuerpo “inmemoriada”, por ende inválida, falta de vida, reencarnarse es la idea paradójica suprema, la de la esencia quieta pero inquilina. Si se busca un cielo, entonces búsquese el problema humano supremo , el “tiempo”.
El que quiere alma, quiere una especie de ser intocable, insufrible. Pero se engaña, él quiere cualquier cosa menos quietud, quiere otro mundo, pero vivo, cambiante. No quiere siestas quiere batallas. No puede pensarse sino “histórico”.
Si amamos el sentir, entonces es porque amamos el drama, al homo dramaticus y no lo inmutable, lo que se razona quieto, inhumano, metafísicamente antiguo. El alma funciona como una construcción simbólica que actúa solo para malcriar voluntades, para desear quietud antihumana, en definitiva para ser cualquier estatua que no siente pero que tampoco razona, que no quiere morir pero quiere caerse por que niega afirmarse en la vida, que al fin y al cabo es su única e irremplazable realidad.
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