miércoles, 21 de octubre de 2009

Paseando con Thoreau y Chesterton. Jeremy in the house


Es totalmente incompatible la lectura con la aventura, y cuando se produce una extraña sincronía entre ellas sólo es posible mantenerla un pequeño tiempo. Hoy no hay ni aventura ni lectura. “Mi deseo de conocimiento es intermitente” dice Thoreau, seguramente concentrado en su paseo matutino por la laguna Walden en Concord. Conozco Walden, hoy en día se puede tecnológicamente sobrevolar cualquier rincón, es decir “conocerlo”, pero es vedado el pasear.


El espíritu original de Norteamérica, es decir, el espíritu salvaje, indígena y natural del filósofo trascendental de Concord nos advierte del peligro de conocer. Y nos aconseja con sus palabras suaves y desobedientes solamente adentrarse en los bosques, pasear , en suma revelarse frente al conocimiento. Thoreau dice en “Pasear”:


“En el transcurso de mi vida he conocido sólo a una o dos personas que comprendieran el arte de Caminar, o sea, de dar paseos, que tuvieran, por así decirlo, el don de sauntering (* Saunter: Deambular, vagabundear dar una vuelta o un paseo tranquilamente) palabra de origen admirable que deriva de «los holgazanes que vagabundeaban por el país en la Edad Media y pedían limosna con el pretexto de dirigirse à la Sainte Terre», a Tierra Santa, por lo que los niños exclamaban «Ahí va un Sainte-Terrer», el que se dirige a Tierra Santa. Los que nunca van a Tierra Santa en sus caminatas, como pretenden, no son más que meros holgazanes o vagabundos; pero los que allí se dirigen son auténticos paseantes, en el buen sentido, como yo lo entiendo. Algunos, sin embargo, creen que la palabra deriva de los sans terre, o sea, sin tierra ni hogar, lo que, por consiguiente y también en el buen sentido, significaría sin hogar fijo pero «como en casa» en todas partes. Puesto que éste es el secreto de un buen paseo. Puede que quien se queda sentado en una casa todo el tiempo sea el vagabundo más grande que exista; pero el paseante, en el buen sentido, no es más vagabundo que el río serpenteante que busca con afán el camino más corto al mar. Yo, no obstante, prefiero la primera etimología, seguramente la más probable. Porque cada paseo es una especie de cruzada a la que algún Pedro el Ermitaño interior nos invita a lanzarnos para reconquistar esta Tierra Santa de manos de los infieles”.


Jeremy es ese espíritu ingenuo del corazón de América, cowboy y civil, ha venido a mi casa por las típicas coincidencias del paseante, su trabajo además de pasear es conocer gente, no ama mas en la vida que pasear, saunter, seguramente conocerá gran parte del mundo turístico de nuestro siglo, conocerá todas las emociones, todos los vinos, las mujeres y los bailes de los más peligrosos rincones que se llenan de ese aire de fritura y de muerte que el olfato esquizofrénico del vagabundo busca en el constante cambio geográfico. Ha depositado en la experiencia la “gracia divina”, veo el pequeño espíritu americano de Concord en él. Preocupado de ser buena persona y de mantener sus pies en actividad. Escalando todas las montañas que se le pongan por delante, enseñándome un mapa de Norteamérica y diciendo en su particular español “manejé una semana para cruzar gran parte de América”, y yo escuchando atento y admirado le paso un mapa de lo que el llama “America” y le digo que alguien que cruza un país en esa condición inevitablemente se debe convertir en una especie de cronista.


Pero créanme que también desconfío del paseante, del que busca lo extraño en otro continente y no lo busca en el vecino, por que la humanidad más que en un río de la India se deposita frágil y a su vez potente en el vecino del barrio. Por eso escucho atento el paseo silencioso de Thoreau que quiebra majestuosamente las hojas secas del bosque , pero también tomo en cuenta el elegante gesto de cerveza urbana en la garganta de Chesterton que nos dice:


“Si mañana por la mañana una enorme nevada no nos dejara salir de la calle en que vivimos entraríamos de repente en un mundo mucho más grande y mucho más insólito que cualquier otro que hayamos imaginado. Pero todo el esfuerzo de la persona moderna típica es huir de la calle en la que vive. Primero inventa la higiene moderna y se va a Margate. Luego inventa la cultura moderna y se va a Florencia. Después inventa el imperialismo moderno y se va a Tombuctú. Se marcha a los bordes fantásticos de la Tierra. Pretende cazar tigres. Casi llega a montar en camello. Y al hacer todo esto está todavía esencialmente huyendo de la calle en la que nació; y siempre tiene a mano una explicación de esta fuga suya. Dice que huye de su calle porque es aburrida. Miente. La verdad es que huye de su calle porque es demasiado excitante. Es excitante porque es exigente; es exigente porque está llena de vida. Puede visitar Venecia tranquilo porque para él los venecianos no son nada más que venecianos; los habitantes de su propia calle son hombres y mujeres. Puede quedarse mirando a un chino porque para él los chinos son algo pasivo que hay que mirar; si se le ocurre mirar a la vieja señora en el jardín de al lado, la anciana se pone en movimiento. Está forzado a huir, para decirlo en breve, de la compañía demasiado estimulante de sus iguales-de seres humanos libres, perversos, personales, deliberadamente diferentes de él”.


Jeremy se ha marchado por que su trabajo es marcharse, y yo me he quedado por que mi trabajo es quedarme. Alguien que confía en que el destino le presente los amigos y alguien que confía que el destino lo vuelva invisible. Ambos somos paseantes , el espíritu y la experiencia se rozan cuando una imagen se deposita novedosa en la vida que viaja y la vida que se queda . Ambos buscamos una tierra distinta .Uno quizás en los grandes edificios orientales que sobreviven a la historia para los turistas y otro en los grandes edificios internos que se derrumban cada mañana para desocupar definitivamente el espíritu, vaciándolo en el viaje interior de la mano de un turismo propio.




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