"Mi hermana y Yo" es uno de los libros de Nietzsche que me ha producido más curiosidad, no específicamente en relación a su contenido, sino a su origen, sus tópicos, su canon.
La historia de este libro es lo interesante, en Historia el análisis metodológico del texto versa en una crítica interna y otra externa. La primera consistiría someramente en una análisis de lo que quiere decir el texto , las intenciones , su desglosamiento a partir de sus finalidades, intencionalidad, objeciones y privaciones, la externa se basa en formalidades no menos importantes , datación, autor, carácter, lengua, etc.
El nietzscheanismo ha considerado a este libro apócrifo, no se le incluyó en sus obras completas y se le acusa de ser un plagio. Si es así, es un plagio aceptable y en ciertas partes de el conserva un estilo similar a la ya deteriorada mente del filósofo en 1890 (fecha de datación del texto), profundo en imágenes, hilarante y profético, cuando se encontraba recluido en el sanatorio de Jena. La crítica externa sería: El origen es oscuro, no existe una datación precisa, como tampoco el acceso a el nos llega por el original, este se quemo en un incendio y sólo se salvaguardo una copia en inglés. Nosotros los diletantes y amateur de Nietzsche (utilizo estas palabras que me gustan tanto ya que la primera significa el que se deleita y la segunda el que ama) estamos divididos, siempre habrán lo que se crean filólogos y lo nieguen rotundamente, además existen fábulas como las que hablan de que un escritor fantasma llamado Plotkin lo habría escrito. Los otros más confiados en comprender un hallazgo Nietzscheano, se inclinan en un diario compilado arbitrariamente pero rico en nuevos temas, profundización de su relaciones y conflictos familiares , un enfrentamiento directo con Marx y una cierta tímida admiración, como también un reconocimiento tibio a su antagonista, Sócrates . Si nos empinamos por esta teoría, “Mi hermana y Yo” nos entregaría pistas claves para entender sus últimos instantes de luminosidad, como también nos enfrentaría al filósofo con sus incipientes temores (la asunción del socialismo), con sus nuevos enemigos (su cuñado E. Förster), con su familia (el proyecto antisemita de la nueva Germania en Paraguay de su hermana). Incluso si fuese la primera hipótesis, la del plagiador Plotkin, no dejaría de ser igualmente fascinante. La critica externa cambiaria, es cierto, pero variaría a una nueva veta de la crítica interna del texto. ¡Un libro apócrifo de Nietzsche ya en 1890! Un escritor que lo suplanta con un estilo fabuloso y experto en todos los detalles íntimos del filósofo. Nietzsche ya tiene apócrifos interesantes en esa época, ese dato es valioso.
Algunos investigadores se empinan en subrayar que “ha quedado demostrado” que Mi hermana y Yo es un plagio, pero las editoriales que siguen publicándolo bajo la autoría de Nietzsche y sus diletantes seguidores que se deleitan con el tono chispeante del texto, no se convencen del todo por que esa demostración sólo puede venir de una muy sutil interpretación, o sólo producto de un análisis quisquilloso y poco documentado. Nietzsche se sentiría cómodo hablando de los vacíos de la verdad filológica y más cómodo aún en el arte de la eterna interpretación (Ernest Junger nos dice que Nietzsche en sus últimos años lúcido consideraba un asunto de perspectiva hasta las matemáticas y los números).
Cualquiera de las dos tesis suenan fascinantes, ya que en ambos escenarios se abre una brecha de investigación interesante en torno al pensamiento del filósofo. Personalmente, tomo el camino atemperado del investigador que ama (amateur) creo que es una mezcla de ambas, el libro tiene pasajes que sin duda a mi juicio son de Nietzsche, posiblemente anteriores a la fecha indicada como también quizás intervino la mano de algún “admirador” (aunque sigue llamando la atención lo informado de este con la obra y la vida más íntima del filósofo). Esperemos que los años, el futuro, nos traiga nuestra respuesta, quizás no sea lo único misterioso que nos haya legado Nietzsche, ¿Cuántas cosas nos esperan todavía de él?, que definitivamente estaba destinado a nacer póstumamente.
Ernst Junger , en “El autor y su escritura” cita a uno de sus biógrafos Friedrich Georg para referirse irónicamente a él: “la obra de Nietzsche esta bien sellada. Es suficientemente poderosa para resistir tanto la admiración como el odio, pues esta construida y desarrollada sobre épocas del pensamiento…No hay pensamientos de los que no se pueda hacer abuso… El Hombre profético ha sido siempre el hombre de la cólera y el escándalo”
“Mi hermana y Yo”, textos elegidos por mí.
“He amado a Sócrates con un afecto que no sentí por ningún ser humano en la historia. Le he perdonado aun su único gran pecado: la transformación de la razón en una fuerza tiránica”.
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En su Libro de los Muertos los egipcios dejaron tras sí una veraz historia de su carácter nacional. Para caracterizar nuestros días habría que escribir un Libro de los Germanos Evadidos, e incluir unos pocos que quisieron escapar y nunca lo lograron, como yo. Si yo llegase a ser el autor de tal trabajo —el cielo no lo permita— colocaría a la cabeza el caso de Enrique Heine y lo terminaría con un comentario sobre Carlos Marx, con los cuales los fines de la creación hubieran sido mejor servidos si se hubiesen quedado en Alemania, donde o los habrían prusianizado o fusilado. En cambio, Marx encontró en Inglaterra un santuario contra el prusianismo, y desde allí todavía nos dispara teorías a través del Canal de la Mancha. En este esquema, me gustaría estar en algún lugar intermedio, donde aproximadamente estoy.
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Mí Helena rusa fue quien me introdujo en el principio femenino de Sofía, el conocimiento místico e intuitivo que no pueden comprender los científicos y los positivistas, porque reposa debajo de ellos y, por lo tanto, está por encima de ellos. Su visión ilimitada que encara la vida a través de la pantalla del vulgar sentido práctico sin una metafísica sobrepuesta, somete sus corazones a su sensibilidad, la razón a la emoción, el poder del conocimiento al conocimiento del poder.
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Reemplacé a Samuel por Zaratustra, del mismo modo que reemplacé al gigante Wagner por Peter Gast, el pequeño, que tan parecido era externamente al señor de Bayreuth. Pero, ¿qué son los parecidos? ¿Qué extensión tiene la grandeza? ¿Qué límite tiene la pequeñez?
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El hombre que debe llevar estas notas a mí editor se está poniendo particularmente amistoso. Pero no sé si piensa que soy un filósofo o solamente un lunático. Esta mañana al encontrarme cerca de la ventana me preguntó qué buscaba en el mundo exterior. No tiene más que seguir mí mirada, le dije. Si me ve mirando al cielo debe saber que lo que busco es un águila. Pero si mí contemplación es hacia la cantera allá abajo, es que busco un león.
¿Pero usted espera realmente poder ver un león en una calle de Jena?, preguntó.
Si usted tiene los ojos para verlo, ¿por qué no?, repliqué.
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Si debo creer en una carta que acabo de recibir de Peter Gast, la palabra de Brandes ha divulgado mí nombre en lugares tan lejanos, que miles de personas que lo ignoraban buscan ahora mis libros, los leen donde pueden encontrarlos y hablan de mí. De pronto esta alma solitaria se encuentra en un estrado frente a mucha gente que hace preguntas. Pero yo nunca deseé esa multitud. No la necesito. Sólo necesito ese pequeño grupo de lectores que reconstruye el mundo o lo derriba.
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[…] Elisabeth no podía aguantar el hecho de que Lou Salomé fuera una judía, ¡pero Dios no podía soportar la amarga verdad de que ella era una cristiana que veneraba al Príncipe de la Paz, urdiendo pogroms junto a su antisemita marido de ojos feroces! Así, en un paroxismo de ira y repugnancia, Él cortó Su garganta con el filo dentado de una estrella y dejó que Su sangre vertiera sobre la tierra en un tormento divino de remordimiento. No, esta versión es demasiado romántica, tiene sabor a Wagner y al wagnerianismo. La explicación de Stendhal era más prosaica y más compatible con la verdad. Dios, el mecánico, falleció de muerte natural, ¡la enfermedad del corazón! Dejó Su mundo al Hijo, quien, como yo, no conocía nada de mecánica, ya que era un poeta, un soñador de salvajes fantasías. El Hijo se introdujo en el taller cósmico, rascó su cabeza ante el espectáculo de la complicada e inmensa maquinaria de la existencia, y levantó la palanca para que la maquinaria funcionara a contramarcha, causando locos estragos a través del universo, que se cubrió de ruedas que volaban por los aires, y de los despojos de una maquinaria destrozada.
Así debió suceder: no es Dios sino Su Hijo el causante del caos del mundo. Dios murió de un ataque al corazón y Su Hijo nos sumió en un cósmico atolladero. Algunas veces creo que Su Hijo es Federico Nietzsche, el cual expía ahora sus torpes tonterías. Él paralizó el cosmos y ahora él mismo está en las garras de la parálisis.